Cuenta la historia sagrada que Sansón perdió su fuerza al perder sus cabellos traicionado por Dalila, su amada. Pero, cosas del siglo XXI, yo conozco hombres y mujeres que cuando pierden sus cabellos crecen hasta el infinito, se hacen fuertes, miran de frente a la enfermedad, inician un camino de renuncia a lo que eran, descubren un yo diferente que habita en ellos, que se pone en pie cada día aunque duela, aunque cueste.
Hombres y mujeres que cuando pierden el pelo ganan en sabiduría, en ilusión, en el empeño de que cada día sea un paso avanzado, una pequeña batalla ganada; la vida misma. Hombres y mujeres que aprenden a distinguir lo importante de lo fatuo, lo que de verdad pesa, lo real, lo que de verdad importa, lo que nos mueve, lo breve que es este paseo que llamamos vida, donde campamos de prestado antes de volver a ser aire, ceniza, eternidad. Que vivimos con los pies clavados al suelo aunque necesitemos de los sueños para volar, para respirar, para recoger estrellas.
Este jueves, mientras un cielo plomizo desdibujaba mi Zamora pequeña y bonita, a mi amiga, casi hermana mayor, le rapaban su hermoso pelo oscuro. Un pelo que ya iba perdiendo, muriendo un poco cada día, a causa de la quimio. Mientras España entera estaba pendiente del terrible incendio de Valencia, mientras el frío del invierno regresaba para posarse en las calles semivacías de esta ciudad donde ya florecen los almendros por la orilla del Duero. Mientras la Virgen de la Soledad recibía el amor de los zamoranos en la iglesia de San Juan, como cada Cuaresma; mientras el coro de mi amiga Oksana cantaba polifonía y los feriantes de los Caballitos instalaban sus atracciones para una feria ya en puertas. Mientras mis gatos me pedían la cena. Mientras el río bajaba fiero, Duero fiero y crecido, y las luces de la Catedral y las murallas se encendían en la noche perpetuando la maravillosa estampa románica, medieval, de esta ciudad que nos habita.
Un jueves más, un atardecer más de febrero y frío, el rumor del agua, la piedra impasible. Mientras esto ocurría, una mujer se enfrentaba al espejo con la cabeza desnuda y la sonrisa generosa, con la esperanza en los ojos, en las manos, y el corazón lleno de amor, escondido en ese pecho donde se libra una batalla silenciosa y sin tregua. Sin lazos de colores, sin fechas en el calendario, si todos los días son vuestro día.
Querida pelona mía: que nunca se te olvide que lo más bonito, toda tu hermosura, reside en esa cabeza perfecta, ese baloncito redondo que te acompañará unos meses frente al espejo; que tu tesoro está a resguardo bajo las cicatrices de una cirugía reciente y sanadora, bajo los pechos que alimentaron a tus hijas, fuente de vida, de alegría, tan generosos. Que tu sonrisa, tan limpia, tan ancha; la sonrisa de tantas y tantas pelonas es, a mis ojos, la sonrisa de Dios.
Dale duro.