Quizá, en estos momentos, sea la palabra amnistía la más usada y hasta la más manoseada. Y, por ello, siendo como es un concepto y hasta una institución jurídica, cualquiera, tenga la formación que tenga y la información o desinformación correspondiente, se atreve a opinar o incluso a realizar afirmaciones que, desde luego, en otras circunstancias resultarían atrevidas o incluso peregrinas.
No hace falta recordar que toda esta situación ha tenido su origen en una confluencia de caracteres que coinciden nada menos que en la elección de la presidencia del Gobierno de nuestro país, o sea de España, e incluso la viabilidad de la legislatura. Y, en estas estamos.
Hace días oí y vi en directo a Felipe González rechazar de plano la concesión de una amnistía para los encausados independentistas catalanes y, en concreto Puigdemont, por varios motivos, quizá el más llamativo de que en realidad se trataba de una autoamnistía, ya que eran los propios amnistiados los que imponían las condiciones de la medida, siguiendo el ejemplo de sus colegas catalanes que consiguieron un indulto también pactado.
Sin embargo, la diferencia entre unos y otros es que en el indulto se perdona la pena impuesta por el delito cometido, total o parcialmente. En la amnistía se olvida, amnistía viene de amnesia, el delito se borra sin necesidad de que haya condena y, por tanto, juicio, limitándose los jueces y fiscales a excluir del enjuiciamiento unos hechos que sin amnistía serían perseguidos como delictivos.
Sin embargo, la razón de la amnistía tiene, en este caso, no unos fines de pacificación o reconciliación, como siempre han tenido, como sucedió con la amnistía de 1977, la que, si bien, aunque vacío las cárceles de etarras, estás volvieron a llenarse porque según el dirigente vasco Anasagasti (1) “no se daban las condiciones para evitarlo”. Y ahora puede pasar lo mismo, teniendo en cuenta que los amnistiados quieren, una vez que lo sean, “volver a hacerlo”.
No obstante, yo le preguntaría a Felipe González, que siempre ganó con mayoría absoluta, si pactaría una amnistía de haber necesitado los votos necesarios para ser presidente del gobierno. Al igual que haría la misma pregunta a Aznar, Rajoy y no digamos a Zapatero, que apoya la medida.
En definitiva ¿debe hacerse lo que dijo Moshé Dayán (2)? “si quieres la paz no hables con tus amigos habla con tus enemigos”. En este caso con tus adversarios políticos para conseguir más que la paz, el poder.
Fernán Caballero (3) dice algo también importante, “Sé justo antes de ser generoso: Sé humano antes de ser justo”. ¿Estamos en un caso de humanidad o solo de conveniencia política? Creo, sinceramente, que en lo segundo.
No obstante, si a los arrepentidos no se les perdona ¿Cómo va a plantearse una política seria y efectiva de reinserción y pacificación para quienes, expresando claramente el abandono de la violencia o la ilegalidad de sus actuaciones como método de acción política, acepten el ejercicio pacífico de los derechos democráticos? En definitiva, considero requisito imprescindible renunciar a toda actuación que violente la legalidad. Si no es así, volveremos a las andadas y la amnistía no sólo no habría servido para algo auténticamente eficaz, sino que constituiría una auténtica burla.
(1), (2) y (3), Ante el final del ETA, la fuerza del perdón. Ed. Catarata, 2013.