Una tempestad se cierne sobre el Zamora CF, el modesto club de mi tierra, un club de Tercera comprado como tantos otros por un entramado de corruptela para blanquear dinero sucio, dinero fácil; dinero inmoral, ilegal, de estafar a miles de ciudadanos. Mordidas en las comisiones; mordidas directas a la yugular del común, a tanta gente acojonada por una pandemia con el obligatorio uso de mascarillas; mordidas en la frente a tanta gente decente que celebra los patrocinios e inversores en un club forjado desde la honradez y la lucha de los pequeños.
Esta tierra mía donde nunca pasa nada, donde hoy el viento silba con la melancolía de los días medios lluviosos, medio soleados; con esa pena que parece un lamento en lo invisible, en nuestros oídos, bailando siempre con la más fea, maldita suerte.
A lo lejos, el silencio, la calma chicha de un estadio pequeñito de una ciudad pequeñita; la historia intachable de un club escrita con sudor, lágrimas y mucho amor. La dignidad de los que cada domingo acuden a animar a sus jugadores porque sienten, porque viven esos colores, aunque se les quede la garganta sin voz y el cubo helado contra la piedra. Forofos zamoranos, corazones rojiblancos siempre a merced de estos tiburones de dientes blancos que campan a sus anchas entre los clubes modestos.
Qué lejos parecen ahora los tiempos del empresariado zamorano que mal o bien se la jugaba por su equipo, por su tierra, por su gente: el bueno de Julián, panadero de toda la vida; San León, Casas, Segis, Antonio de Ávila, Rogelio, Gabino, Emilio, Luis Pa... tantos hombres y mujeres que han pasado por el club y sus directivas dando lo mejores de ellos mismos, guiados por la gloria de un ascenso, por la alegría de una victoria en cada jornada, por el orgullo de ser zamoranos.
Marzo llega con temporales, vientos, y una tormenta mediática sobre un equipo que nada sabe de los mangoneos de quien tenía el honor de presidirlo, porque estar a la cabeza de este club pequeño, centenario, decente, es un honor, una página en la historia de mi ciudad.
Espero que el Zamora CF, ese pequeño club de grandes corazones, siga alimentando las ilusiones, deseos, sueños, de sus forofos cada domingo; que el fragor de la tempestad no salpique su honor y su ánimo. Este pequeño club que tan grande le ha venido a un presunto delincuente.
Vamos, mi Zamora.