La llegada de los caballitos a mi ciudad es la víspera gozosa de una Semana Santa ya en ciernes, el regreso a los días de infancia, algodones de azúcar y manzanas caramelizadas, el soniquete de los coches de choque, el vaivén de la góndola surcando el cielo, los escobazos del Tren de la Bruja, la noria grande sólo para mayores.
Éramos aquellos niños sin parque de atracciones ni fiestas con hinchables que esperaban el mes de marzo y las vacaciones como quien recibe una recompensa para reencontrarse con los viejos feriantes que recorrían España sembrando sonrisas infantiles.
Veo ahora sus caravanas asentadas en el Campo de la Verdad, murallas afuera, esperando ya a nuevos niños, nuevos sueños, nuevas emociones en la antesala de otra Semana Santa mientras Zamora se viste de almendros en flor, de primavera, y me preguntó cuántos kilómetros de felicidad han recorrido sobre el mapa. Y querría ser de nuevo aquella niña cuyo mundo se reducía al día a día sin preocupaciones, polémicas ni responsabilidades.
Aquellos días de caramelos y palomitas de maíz sin telediarios cabreantes, sin no tener que pensar qué escribir para no escribir una y mil veces sobre la actualidad, sobre esta permanente sensación de estar en manos de personas que no son como ustedes ni como yo, gente sin escrúpulos que roba a manos llenas por cualquier frente que se abra, que se aprovecha del miedo y de la enfermedad, de la muerte, la desesperación y la urgencia para llenarse los bolsillos de dinero fácil, que no pesa, pero nos hunde los hombros a los contribuyentes. Esta sensación de asco, de indignación, de no saber ya si los listos son ellos y los tontos, los anormales, somos nosotros.
Porque no militamos en el mismo equipo, y me dan igual las siglas; porque es triste, es indignarse que cada día nos despertemos con mordidas, comisiones, sinvergonzonerías, y veamos pasar nuestro dinero, el de todos, ante nuestras narices, y esfumarse, mientras sólo queda preguntarse qué nos quedará por ver, qué no sabemos.
Prefiero buscar a la niña que fui un día entre las callejuelas de los caballitos, apostada junto a las atracciones esperando para subir, para tocar el cielo, aguardando una nueva Semana Santa con la sonrisa en los labios, el alma limpia y la libreta en blanco para escribir sólo sueños, alegrías, un futuro por venir lleno de oportunidades, tanta esperanza perdida por el camino.
Esa es la magia de los recuerdos, el refugio seguro que nadie nos puede robar en este país de chorizos donde nos quieren robar hasta el alma. Salvando esta realidad, galopando a lomos de los caballitos de mi infancia.