Cuatro años, sí cuatro, son los que han pasado desde ese día, ya tardío por el empeño de celebrar el 8-M, en el que se decretó el primer estado de alarma por una crisis sanitaria como nunca habíamos conocido.
Por lo que voy a expresar se me criticó con dureza, se me deseó la muerte y se enfrentaron a mí amigos, hasta ese día, del alma; pero, curiosamente, hoy, tras esos cuatro años, sigo teniendo razón, no teníamos, no había existido la diligencia debida de tener unos planes de acción frente a crisis especiales, pero además se dedicaron a robarnos, a matarnos, a tomar el poder al asalto para someternos, pero aún no se han desarrollado protocolos de actuación, modelos de acción directa, ni planes de salvamento en caso de una nueva crisis sanitaria o social que precise de una intervención especial.
Mientras caíamos como chinches, se crearon las tramas Koldo, Illa, etc. en las que aquí y acullá se dedicaban a montar empresas de compra de mascarillas, cuando aún no estaba acreditado que fuera la mejor de las medidas, para forrarse; nos impedía el Sr. vicepresidente, que se hizo cargo de las residencias, una actuación unitaria para imputar delitos a unos y otros, pero él ni se acercó a las residencias, ni tomó medida alguna, ni ejerció ese mando centralizado que exigió, para que unas veces por exceso de celo, otras por miedo, otras por un modelo mal planteado, morían nuestros mayores, nos dejaban morir a los más jóvenes y se dedicaban a eliminar nuestros derechos (recordar que el Constitucional así lo confirmó hasta en dos ocasiones).
Pero no, no es lo importante buscar culpables, que existen, ni recordar que fuimos el país que peor gestionó la pandemia, sino hacer resonar en las conciencias de todos que aún no hemos realizado modificaciones en el sistema sanitario, de residencias, de servicios sociales ni de protección civil, de forma que fueran más eficientes, que eliminásemos los defectos detectados, de fortalecerlos con cambios en sus modos de acción; pero es que tampoco se han construido los protocolos de actuación de los gobiernos en caso de crisis sociales, sanitarias o económicas que produzcan un colapso del sistema como el producido por el miserable bichito o virus19.
La primera semana, los primeros quince días, un gobierno puede quedar noqueado, como pollo sin cabeza; pero, tras cuatro años, acreditado que fueron capaces de reaccionar con rapidez en las tramas corruptas, que nos dejaron morir y que fueron muy ágiles a la hora de someter a la prensa, a los ciudadanos, en subirse los sueldos pese a no trabajar, me parece inmoral, vomitivo y repugnante que saquen pecho, se engrían y nos pretendan seguir sometiendo pero aún no tengan hecho ni el más mínimo trabajo que permita que los hechos no se vuelvan a repetir y, que si se vuelven a repetir, tengamos modelos de actuación sólidos y solventes.
Tras la crisis, lo que quedó claro es que ni más fuertes, ni mejores, ni hacer nada por mejorar es lo que nos ha dejado el virus. Tenemos un sistema sanitario, que se decía era el mejor del mundo, que está destruido y demostrado que ni el mejor, ni el más eficaz, por más que tengamos grandes profesionales y medios, el modelo está destruido.
La administración, que nunca funcionó correctamente, se ha convertido en una gruta oscura que ni funciona, ni presta el servicio púbico para el que se diseñó, ni tiene alma para con quien tenía que servir, convertida en una egoísta máquina de inactividad.
La Justicia murió en el intento, sólo se preocupa de “…mejor te hubieras muerto y dejábamos de trabajar…”, no existe empatía, no existe señorío y ya se da por amortizada como un poder, para convertirse en un escalón más de una administración que ni mira por el “perrito sin alma”, ni lo considera, ni lo respeta, eso sí, exigiendo mucho respeto para sí misma, cuando no puedes pedir lo que no das.
En definitiva, no sólo nos hemos cargado el Estado del Bienestar, sino que nuestra democracia ya no existe al estar engullida por un monstruo totalitario escondido en el soma de la mentira, del plexiglás y el onanismo social.