Curiosa pregunta la que se nos plantea: ¿Nacemos con prejuicios xenófobos o los adquirimos con el paso del tiempo?

Si ponemos a varios niños pequeños de diferentes razas juntos en una misma habitación, ¿qué pasaría?, ¿se pegarían?, ¿se insultarían?

Obviamente la respuesta es clara: ¡No!

Se pondrían a jugar unos con otros como si tal cosa.

Seguramente se mirarían entre ellos asombrados por las características físicas de los otros. El pelo liso de unos, el rizado en otros, el rubio, el moreno y el pellirrojo, los ojos más o menos rasgados y el color de su piel también sería un signo que les llamase mucho la atención. Pero sería eso, un fenómeno de asombro y comparación.

Algo sin dobleces, simple, mera curiosidad y admiración.

Estos niños jugarían unos con otros independientemente del color de su piel.

Con lo cual la deducción es fácil: los seres humanos no nacemos racistas, nos hacemos con el paso del tiempo.

En este aspecto influyen muchos elementos.

La educación recibida en las casas y en los centros escolares es uno de ellos.

Es cierto que un niño al que se le han inculcado estas ideas tiene más probabilidades de tener ese pensamiento en su vida adulta, solamente por “efecto hereditario”. Por ello, como padre, ten cuidado y elige bien el centro escolar donde matriculas a tu hijo si no quieres que tenga este tipo de conceptos instaurados en su mente.

Es importante también el entorno social del niño, sus amigos. El racismo es contagioso, mucho más que el sarampión o la varicela.

Por eso debemos tener cuidado con quién nos relacionamos o hasta dónde es o no cierto lo que nos cuentan.

La etapa más delicada es la adolescencia, porque muchas veces te dejas llevar por la fuerza y presión del grupo aun a pesar de que sientas las cosas de una forma diferente. Lo haces por miedo, por evitar ser tú el centro de las burlas y consientes determinados comentarios o actitudes.

 Otro punto esencial es la cultura y el saber. Ahí es donde, si te sumerges, podrás ver lo absurdo que es el racismo, pero también lo arraigado que está en algunas culturas y sociedades.

Por otro lado, si no lees, ¡viaja!

Cuando salgas de tu ciudad, de tu país, de tu continente vas a ver cuál diverso es el mundo, cuántos tipos de personas hay y cómo son. Entonces serás capaz de hacer una buena reflexión sobre los paletos que dejaste en tu barrio y que llamaban “negro de mierda” al compañero de clase que había venido de Senegal.

¿Qué harías tú allí?, ¿serías el “blanquito de mierda”?

Claramente deducimos que un racista ha leído poco. Posiblemente uno o dos libros en toda su vida. Y no ha salido de su barrio o ciudad a ver la pluralidad del mundo. Si lo hubiese hecho o alguien le hubiera ayudado a hacerlo, ¡otro gallo nos cantaría!

Es una pena que en 2024 tengamos que seguir hablando de racismo. Posiblemente el ser humano esté condenado a la extinción porque en muchos aspectos no pasamos de tener el seso de una lombriz.

Pero por otro lado yo sigo creyendo en la humanidad. A pesar de que haya momentos mejores y peores, muchas veces alentados por la economía o la política que nos mueve cual pluma en una tormenta y nos inculcan las ideas que necesitan que pensemos o les interesan en ese momento.

Entre todo ello surge de nuevo esa habitación del principio. Varios niños y niñas, únicos supervivientes de una bomba nuclear que acaba de arrasar todo el planeta. En ese momento, ni siquiera conocerían la palabra racismo, no serían tampoco capaces de entenderla o comprender su significado.

Por cierto, si hubiese un bote de pinturas en el centro de esa habitación, ¿Cuál sería la pintura de “color carne”?