Quién lo iba a decir en aquellos años de plomo y bombas que todo iba a quedar en nada, que los asesinos iban a “salirse con la suya”. Que los encubridores, estarían en el poder, que los profanadores de la convivencia iban a ser “hombres de paz”. Que quienes homenajean a viles asesinos, sean llamados por un ministro del gobierno de España “partido progresista democrático”. En España se luchaba política y policialmente contra ellos y los ciudadanos vivíamos con confianza bajo el amparo del Estado.
Qué tiempos aquellos cuando las calles y las plazas se llenaban de ciudadanos indignados ante un asesinato cobarde de la banda terrorista de ETA, cuando la serpiente “aberxtale” nos quería ahogar y respondíamos con una sola voz. Todos los partidos nacionales hablaban el mismo lenguaje y nunca dudaban en llamar a los terroristas, “asesinos”. Alzábamos nuestras “manos blancas” en señal de paz y rechazo ante el asesinato sin mirar la ideología de la víctima ni atender a su misión en la seguridad de todos. Gritábamos contra los secuestros exigiendo la liberación, a pesar de que los días, semanas y meses mermaran nuestras esperanzas hasta llegar a 523 eternos días en un zulo. Nos reunimos con una sola voz en la plaza de Ermua exponiendo nuestras nucas a los asesinos en rechazo por el asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Fueron años de terror, miedo y valor, mucho valor para vivir en un entorno hostil. Pero se soñaba y se esperaba en lo que todos podíamos entender como “un mundo mejor”, es decir, que los asesinos estuvieran en la cárcel y el terrorismo vencido.
Pero en ese clima de confianza en la victoria del “bien”, sí, del bien porque lo bueno nunca es matar, se estaba preparando una traición. Ocultos en el tejido social, económico, político, educativo y en los medios de comunicación se escondía un “euxko gudarostea” (ejército vasco) trabajando en la sombra la limpieza, el olvido y el blanqueo de los asesinatos como auténticos gudaris de la muerte. Se fue inoculando un odio latente contra los poderes del Estado y una simpatía por aquellos violadores de la paz y la convivencia. Jóvenes y niños acogieron las máximas de sus “hechiceros” diferenciando entre buenos y malos, haciendo recaer la bondad en los asesinos, y la maldad en los asesinados. Una infinidad de mensajes perversos, interesados y manipulados sin ningún pudor y menos ética, convirtieron a los pistoleros en héroes. Su liberación era el “pan de cada día” en las mesas y en los balcones de muchos vascos. Año tras año se fue sustituyendo el recuerdo de la sangre derramada por el rostro del verdugo y se acallaron las voces de las víctimas bajo un clima de terror mediático. A los que gritaron en su día en la plaza de Ermua se les tapó la boca con el miedo, la presión de esos dictadores defensores del “trabajo” de ETA. Algunos partidos bien arraigados en el pueblo vasco fueron recogiendo su personal fruto de toda aquella situación sin decir nada, sin oponerse a la mentira pregonada por unos sicarios de la muerte. Vivieron años de bonanza apegados al poder, escondidos cobardemente bajo el paraguas de lo institucional, porque dejando hacer a estos “gudaris” podían estar tranquilos.
Y llegaron los foráneos, los que mandaban en Madrid y dieron alas a los violentos. Cuando estaban derrotados por el Estado, porque la presión policial y judicial les ahogaba, se les echó un salvavidas. Llegó el “líder del buenismo”, contador de nubes y apologeta del “universo infinito” para hablar con ellos y premiar sus repugnantes acciones terroristas saludando a su representante como “hombre de paz”. Con esto se sintieron más fuertes y apoyados en su acción hipnótica de la sociedad vasca y siguieron esparciendo “morfina” para blanquear su pasado. Prestos a seguir trabajando en este adormecimiento y decadencia de una sociedad olvidadiza, desde Madrid, desde La Moncloa, se les pidió ayuda para echar al que gobernaba, para asaltar ese poder, y no faltaron prebendas y golpecitos en la espalda para sentarse en la poltrona mientras todavía sonaban los casquillos de las balas en sus bolsillos. Se les blanqueó de tal manera que la serpiente terrorista se fue apropiando del blanco de las manos de los ciudadanos. Incluso se les permitió redactar la ley de la Memoria Democrática que blanquea su pasado y castiga a sus víctimas. Una dictadura desmemoriada. Y para colmo de males el presidente se jacta de ganar elecciones sumando sus votos a los de los pro-etarras y ahora “haciendo pucheritos”
Esto que he narrado no es un cuento, es una realidad con unos responsables. No acepto que se diga que “la sociedad en general es responsable”, decir eso es decir nada, porque la responsabilidad exige dar cuenta de tus actos y pagar por tus errores. Los responsables tienen nombre y apellido, unos por ser jefes, otros por seguidores de los jefes, otros por pacientes consentidores de los cabecillas, y otros porque su sectarismo no les deja echar a estos caudillos. Todos están envueltos en el mismo desatino. Y la sociedad en general por estar narcotizada con el “pan y circo”.