Los zamoranos están llamados este sábado a las 12 horas a concentrarse por la reapertura del trazado ferroviario Plasencia-Astorga de la Ruta de la Plata, ese cordón plateado que vertebra el oeste y también mi corazón, uniendo los tres lugares que me habitan el alma, Cádiz, Salamanca y Zamora.
Zamora, toda esta raya nuestra del oeste, la zona más deprimida económica y demográficamente del país -defenestrada en favor del desarrollo del corredor del este y limitada por una frontera de agua y granito con Portugal-, ha perdido históricamente muchos, demasiados trenes. Como la Penélope del mago Serrat, la raya del oeste es una mujer eternamente apostada en el andén esperando un algo, un alguien que nunca llega. Una mujer envejecida, pero tan hermosa, siempre postergada, olvidada, hasta el punto de que en 2022 el Gobierno de España ni siquiera la tuvo en cuenta en los planes generales de la Red del Transporte Europeo como prioritaria, cuando es la arteria, la sangre, el camino, por donde necesariamente pasa la vida, el futuro, el pulso de esta zona.
Desde el tiempo de los romanos, la Ruta de la Plata ha sido el nexo entre el norte y el sur de la Península Ibérica. Calzadas romanas, rutas de comercio, caminos de la Trashumancia y peregrinaciones marcaron los surcos, las huellas históricas que en 1896 derivaron en la ruta ferroviaria.
Recuerdo, en plena adolescencia, en 1985, el cierre de la vía férrea para los viajeros, para desaparecer diez años más tarde las mercancías, hasta que el tren no pasó a ser más que un recuerdo de infancia, con sus pitidos y sus humos bajo los túneles de la ciudad, mientras su trazado se desmantelaba, con la pérdida de oportunidades que ello suponía para todo el eje del oeste.
Voces críticas se levantaron ya entonces contra este cierre y nunca han cesado en su empeño de resucitar y revitalizar este tramo, este tren del oeste. Aquel tranquilo y viejo tren que hoy podría ser, debería ser, un corredor de alta velocidad tanto para viajeros como mercancías que ayude a despegar y vertebrar nuestro territorio de norte a sur, de sur a norte de España y Portugal -esa otra sangrante asignatura en la que Zamora debería estar a la cabeza de las reivindicaciones para ser puerta ferroviaria con Oporto- además de abrir nuevas vías con Europa y enlazar a través del mar con África y América.
Cuántas veces eché de menos sus vagones desaparecidos en mis felices años en Cádiz, al sur del sur, donde el tren es una única opción que pasa por Sevilla y por Madrid, mientras veía cómo diariamente se fletaban autobuses entre Algeciras y Asturias o Algeciras y Galicia, cosiendo kilómetro a kilómetro la descosida Ruta de la Plata sumida en el olvido, en el silencio, en la desidia más absoluta por parte de las instituciones.
Por eso la voz de la Asociación Ferroviaria Zamora y el Corredor Oeste de la Ruta de la Plata debiera ser la voz de todos los zamoranos, de todos los habitantes de esta raya que reivindicamos un tren del oeste, este tren de los sueños, donde ahora sólo queda un desdibujado recuerdo de infancia, como aquel tren de la bruja donde sólo recibíamos escobazos a traición.