A estas horas, mientras escribo, Adri se estará poniendo (más) guapo y su padre y su hermano también, imagino, con el bullicio, las prisas y nervios de los días de celebración, cuando las casas son un caos, una estampida, un sindiós. 

Pongamos que Adri es un joven, un adolescente con Síndrome de Down, pelo rubio, sonrisa eterna y profundos ojos azules, que este viernes se gradúa en 4 de la ESO en Zamora. Pongamos que existe un colegio, el Trilema, donde los alumnos 'normales' -¿quién marca el baremo de lo normal en un mundo totalmente anormal?-cursan estudios con niños y jóvenes con habilidades y capacidades especiales, tan especiales como ellos, como todos los 'Adris' del mundo, donde después integran a muchos de ellos en el propio centro para que sean independientes, útiles. Qué bonito debe ser sentirse útil en un mundo lleno de inútiles.

Pongamos también que en este mundo fuera de sí donde vivimos existe aún un resquicio para el amor, la paciencia y la ternura; unos padres que desde la primera infancia se han implicado en la educación y estimulación de sus hijos, que venían 'distintos' de serie por un cromosoma rebelde; un profesorado que se vuelca con ellos hasta el punto de que esos alumnos los reconocen como algo propio, de la familia, de sangre y corazón. Que eso es ser maestro en la vida, si ser maestro es mucho más bonito que ser profesor, o a mí me sabe, me suena distinto.

Pongamos que esos niños, esos jóvenes, son mucho más que una campaña anual, que una cuota de integración laboral por la igualdad. Esos niños, esos jóvenes, esos tantos otros 'Adris' iguales-desiguales que sacan adelante cada día su vida, sus estudios; que ríen, que hablan, que sienten con una pureza que va mucho más allá de lo que los demás podamos sentir; que se convierten en la alegría, el orgullo, la razón de ser de sus padres; que vibran con los partidos del Madrid, que corren, que nadan, que hacen senderismo, que ven con sus ojos azules lo que los demás no vemos.

Alguien escribió que son los renglones torcidos de Dios, aunque si existe Dios no creo que escriba en renglones torcidos. Quizá lo seamos 'nosotros', tan perfectamente diseñados para lo bueno y para lo malo, aunque siempre tiremos al lado oscuro, aunque casi siempre saquemos lo peor y olvidemos esa bondad por el camino.

Podría traer a la columna de hoy el gazpacho político-jurídico que nos traemos en esta España cada día más desquiciada, más polarizada, aunque probablemente me aceleraría yo sola con el rosario de despropósitos que nos brinda la actualidad. He preferido apostar por el esfuerzo de Adri con sus estudios, por la alegría de ver cómo va escalando pasito a pasito la montaña de la vida, desde que era aquel bebé hermoso de mirada risueña y rasgada hasta ahora, de la mano de los suyos, que tanto le quieren, que le dejan volar solo pero nunca lo sueltan, que sostienen y se alimentan de su sonrisa. 

Por eso la de hoy va para ti, Adri, que te gradúas, que haces una nueva cima en tus particulares ochomiles, esos que los demás nunca escalamos, que haces de cada día un cántico por la normalidad y la integración; para todos los 'Adris' que pasan de puntillas a pesar de sus grandes logros, de sus marcas personales de campeones. Por eso la de hoy va para el colegio Trilema de Zamora y su claustro de profesores, en especial Rober; y para su orgulloso padre y su hermano, que a estas horas estarán poniéndose guapos con los nervios de última hora. Cuánto nos enseñáis, cuánto tenemos que aprender.

Nunca he tenido hijos, pero de haberlo hecho, me hubiese encantado un Adri en mi vida, ángeles de carne y hueso en un mundo poblado de demonios, si el infierno es lo que conocemos, si más allá todo tiene que ser luz; maestros de vida que nos dictáis una lección cada día. Hermosos renglones de Dios en la tierra que nos recuerdan que sólo el hombre es capaz de leerlos torcidos.