De colorines. De colorines, paraguas, pañoletas de peñas, mandalas, atrapasueños y pequeñas mantas zamoranas de crochet realizadas por un grupo altruista de ganchillo que ha volcado su saber y su ilusión en sus creaciones. Mi pequeña Zamora se viste de colorines porque entra el verano y con los calores de junio llegan las fiestas de San Pedro; porque este viernes La Gobierna, la legendaria veleta guardiana de los sueños de los zamoranos, entrega las llaves de la ciudad a los jóvenes, a todos los ciudadanos y a quienes nos visitan.
No ha venido por el agua del Duero, que este año llega por tierra a causa de Las obras en el puente románico, allá donde estuvo como custodia de las puertas de la ciudad, las puertas de la alegría. Ha venido por la tierra, quizá soñando una vía rápida para la N-122, uno de los puntos negros de España, que no termina de desdoblarse hasta la frontera con Portugal, siguiendo el discurrir del Duero, el brindis y la saudade que siempre llegan hasta Oporto.
Zamora se viste de colorines porque en Ayuntamientos pequeños como el nuestro el presupuesto no da para grandes instalaciones ni luces de postín y hay que echar mano de la imaginación, de la creatividad, como si el concejal responsable de Fiestas, David Gago, fuese uno de aquellos antiguos maestros que con escasos recursos era capaz de poner a trabajar, a soñar, a todos sus alumnos y hacerlos felices con tan poco. Algo que se llama magia.
Zamora viste de colorines. Manos generosas, manos amorosas, han tejido con lana pequeñas mantas zamorana porque no tiene quien la tape, quien le susurre canciones en las noches; han tejido paños como los que vestían las camillas de nuestras abuelas, el calor del hogar y el abrazo, ese beso que siempre queda grabado en la mejilla, que nos devuelve el aire por mucho tiempo que pase. Manos que han tejido atrapasueños para que no se nos escapen, para que queden prendidos en balcones y ventanas del Ayuntamiento y no se vayan como se van los jóvenes detrás de ellos. Tantos, todos, que tienen que salir a buscar su pan, su vida, a cumplirlos lejos.
Zamora se viste de colorines con pañuelos rosas de las peñas porque es una mujer que no deja de luchar por la igualdad con el resto de ciudades y capitales de la Comunidad, del país; porque quiere gritar a los cuatro vientos que es mucho más que historia y leyenda, que se ha ganado esa igualdad por derecho propio. Porque no quiere hijos de segunda, ciudadanos de segunda. Libres, vivos, iguales nos quiere.
Zamora se viste de paraguas que capean el temporal, que muestran al cielo el orgullo de nuestros colores, la preciosa Seña Bermeja de jirones tejidos con guerras y sangre, con las victorias de Viriato, el pastor de Sayago cuyo nombre siempre nos recuerda que Roma no paga a traidores. Seña Bermeja coronada por el verde de Los campos y de los trigos, por lo que nace, por lo que germina, como nació a orillas del Duero la historia de Isabel de Castilla, aquella reina católica que se ganó la corona en el Pago de la Sangre, en Peleagonzalo, a los pies de Toro.
Y será una ciudad de piedra erigida sobre el barrio y la cultura milenaria de los altares, y ristras de ajos tapizando la Avenida de Las Cruces, ahuyentando a los fantasmas, que es de lo único que vamos sobrados. Será hoguera de San Juan quemando las vanidades, invocando a todo lo bueno que tiene que llegar. Y será música de raíz y del pueblo, juegos y risas de niños, verbenas y conciertos. Será también tardes de toros y tronío, aunque el Ayuntamiento siga suprimiendo su feria taurina del programa de fiestas, como si con ello lograse borrar el poso de la tradición, de la cultura taurina en tierra de toros y caballos, de corridas en la plaza y encierros y espantes en el campo. Campo somos y al campo pertenecemos, semilla, ceniza, vida que vuelve a la vida.
Mi pequeña Zamora se viste de colorines, de copla y cante, de sabores, tapas y brindis en la calle, de los primeros besos furtivos de los adolescentes. Abre sus brazos a todos los que llegan, ofrece sus maravillosos escenarios de piedra, su gastronomía y alimentos de calidad, sus vinos fermentados en la copa de la amistad.
Mi pequeña ciudad se viste de colorines con la alegría efímera con que visten los fuegos artificiales de pólvora y luces el cielo en este paréntesis de diez días que transforma las calles y a las gentes. Qué bonita estás así, llena, latiendo, soñando, riendo.
Las puertas ya están abiertas. Felices fiestas de San Pedro, paisanos, hijos de esta tierra de hermosos ocres, surcos y atardeceres, cielos encendidos en rosas y malvas, rojos y naranjas, piedra dorada, chopos de plata, eternos colores de vida.