Asturias, con su verde perpetuo y sus montañas que parecen susurrar viejas leyendas, es un rincón mágico del norte de España. Los paisajes de esta tierra, desde los Picos de Europa hasta las playas escondidas del Cantábrico, son solo un reflejo de la belleza de su gente. He tenido la oportunidad de disfrutar su aire fresco y limpio, de la descomposición de sus colores en puestas de sol sugestivas sobre el paseo de la playa de San Lorenzo, de su abundante y exquisita gastronomía, y la acogida de una familia especial, en una fiesta/reencuentro de guijuelenses de cuna y de corazón.
En este idilio natural destaca Gijón, una joya costera en el norte de España, que me recibió con los brazos abiertos y la promesa de una experiencia inolvidable. La invitación a visitar a unos amigos asturianos, la familia Rabanillo Rodríguez,- Juan, Cristina y Javi, y esa belleza de María,-se convirtió en una aventura llena de nuevas amistades y vivencias y, sobre todo, de una gastronomía que deleitó todos mis sentidos. Qué mano en los fogones con el arroz de Marta Torres, también Juanín, porque para culines estaba el gran Emilio, una institución, del que supimos de las buenas maneras de Luis Enrique.
Llegar a Gijón fue como entrar en un cuento. La brisa del Cantábrico, el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados, la majestuosidad cromática de la playa de San Lorenzo, y la calidez de los amigos asturianos, hicieron que me sintiera como en casa desde el primer momento. Su casa, situada en el pulmón verde de la ciudad, es una mezcla de encanto tradicional y comodidad moderna, un reflejo perfecto de la esencia gijonesa.
Antes de sumergirnos en la rica gastronomía local, mis amigos insistieron en mostrarme los tesoros de Gijón. Paseamos por el barrio de Cimavilla, el casco antiguo de la ciudad donde saboreamos el típico pichín que, por aquí abajo llamamos rape, y los culines de sidra, con sus calles empedradas y sus vistas impresionantes al mar. Visitamos plaza Mayor y el café Varsovia, el típico bar de estilo pub inglés donde las copas saben distintas, monumentos que cuentan historias de un pasado lleno de cultura y tradición.
La playa de San Lorenzo, con su extenso arenal y su emblemático paseo marítimo, fue otro de los puntos destacados. Allí, nos detuvimos para disfrutar de un café mientras observábamos a los surfistas enfrentarse a las olas y a las familias disfrutar de un día soleado. Porque, como pudimos observar después en la Cuesta del Cholo, Gijón tiene mucha vida, que fluye de todos los territorios, como los que llegan de Fuenlabrada como el doctor de Pucela.
Un festín para los sentidos
La verdadera aventura comenzó en la cocina. Asturias es conocida por su rica y variada gastronomía, y mis amigos no dejaron pasar la oportunidad de mostrarme lo mejor de su tierra. Entre los protagonistas estaba el queso, la exquisitez de Juanín. Asturias es tierra de quesos, y el Cabrales, con su sabor fuerte y su textura cremosa, se convirtió rápidamente en mi favorito.
Las comidas eran una celebración. El chorizo casero a la sidra de Mari, la abuela, y la morcilla picantina y el lacón aderezado con compota de manzana... Siempre la manzana asturiana, pero que rica está, resultaron un guiso sustancioso y lleno de sabor. Acompañado de un buen pan y una sidra natural, la experiencia fue sencillamente perfecta. Sin dejar atrás el buey de mar y el centollo y la empanada artesanal.
Y qué decir de la fabada asturiana de la abuela María, es más que un simple plato; es una tradición cocida durante horas a fuego lento, un pedazo de historia y un reflejo de la rica cultura gastronómica de Asturias. Este contundente guiso, hecho a fuerza de fabes (judías blancas), chorizo, morcilla y tocino, es el alma de muchas celebraciones familiares y reuniones festivas en el norte de España, como es nuestro caso. Su sabor profundo y reconfortante, con matices ahumados y especiados, evoca la calidez de los hogares asturianos y la belleza de sus paisajes montañosos. La fabada no solo nutre el cuerpo, sino también el espíritu, invitando a compartir momentos de alegría y camaradería alrededor de la mesa. Cada cucharada de este delicioso manjar es una muestra de la generosidad y la hospitalidad de Asturias, una región donde la buena comida es siempre una pretexto para reunirse y celebrar la vida.
En otra ocasión, disfrutamos de un cachopo, una especie de escalope relleno de jamón y queso, empanado y frito. Este plato, que parece sencillo, es una explosión de sabores y texturas que dejó una impresión duradera en nuestros paladares.
La sidra: el alma de Asturias
No se puede hablar de la gastronomía asturiana sin mencionar la sidra. En Gijón, la sidra es más que una bebida; es una tradición y un ritual. El mejor 'llagar' es la casa de Juanín, donde aprendí a escanciar la sidra, un arte que requiere habilidad y práctica. Verter la sidra desde lo alto, rompiéndola contra el borde del vaso para oxigenarla, es una experiencia única, me explicaba Maria. El sabor ligeramente ácido y refrescante de la sidra natural es el acompañamiento perfecto para cualquier comida asturiana. Y qué buena está fresquita acompañando la fabada con pequeños culines.
Mi viaje a Gijón, junto a Juan Pedro, Rubén y Josete, fue una inmersión total en la cultura y la gastronomía asturiana. Mis amigos de allá, donde se sumaron Willy y Helena, Cambil y Mery, con su hospitalidad y su amor por su tierra, mostraron que la verdadera esencia de un lugar se descubre a través de su comida, sus tradiciones y la hospitalidad de sus gentes. Cada plato y cada momento compartido hicieron que la estancia en Gijón fuera inolvidable.
Si alguna vez tienes la oportunidad de visitar Asturias, no dudes en hacerlo. Gijón, con su belleza natural, su animada sociedad y su rica gastronomía, te espera con los brazos abiertos y una mesa llena de deliciosos manjares que te harán querer regresar una y otra vez.
Los amigos asturianos son como la sidra que allí se escancia: auténticos y con un toque de chispa. La calidez de su amistad se siente en cada brindis, en cada risa compartida en una sidrería, en la generosidad con la que abren sus puertas y sus corazones. Con ellos, cualquier conversación puede volverse una aventura y cada pequeño momento se transforma en un recuerdo eterno. Asturias y sus amigos nos enseñan que la verdadera riqueza reside en las cosas sencillas y en las personas con las que las compartimos, ay!