“Cómo entender el mundo cuando entiendes que no entiendes nada” Eso es precisamente lo que me pregunto cuando me asalta la ingenua pretensión de comprender el mundo que me rodea. Esta esclarecedora frase que responde a un subtítulo del libro de Javier Rodríguez de Santiago, “La verdad no existe”, disipa ciertas dudas de la dificultad que tiene el hombre por entenderlo todo y, más aún, por comprenderlo.
Porque el entendimiento de lo acontecido se puede producir con más facilidad y generosidad en el intelecto humano cuando se descubren los porqués, las causas de los fenómenos, pero más difícil me resulta añadir esa dosis de compresión si se trata, sobre todo, de fenómenos relacionados con la conducta humana.
Viene al caso esta reflexión a propósito de algunos acontecimientos vividos en España en este último año, “anno horríbilis” para Pedro Sánchez y para España.
Un año en el que han ocurrido cosas increíbles, desde una convocatoria electoral en pleno periodo estival hasta la citación de todo un presidente ante el juez en la causa en la que investigan a su mujer.
Comenzábamos un año postelectoral dando por ganador al perdedor y por perdedor al ganador. Se constituyó el gobierno mediante alianzas nunca previstas gracias al muy interesado apoyo de los independentistas de Puigdemont. Se formalizó antes el Ejecutivo en Waterloo que en el Parlamento nacional. Todas sus decisiones han estado marcadas por ese “pecado original” que le han hecho depender de un huido de la justicia, acusado de ser un traidor, el ejecutor de un golpe de estado contra España.
Corrió el tiempo y, en vez de redimir su pecado en una catarsis gubernamental, nos pasó la pasión a todos los españoles que tuvimos que cargar con su cruz, con el flagelo continuo de decisiones de dudosa constitucionalidad. Y si ya los indultos nos habían revuelto las entrañas, nos desayunamos una mañana con la amnistía de todos los delitos de estos delincuentes, traidores a España y golpistas.
Pero los incumplimientos y bofetadas a la legalidad han seguido pautando el gobierno de Sánchez, colocando en instituciones a sus “costaleros” para mantenerse en el poder a toda costa y, en el colmo del “trapicheo” político y judicial, borran del mapa de la corrupción todo el caso de los EREs de Andalucía dejando en el aire la desaparición de cerca de 700 millones de euros. Se esfumaron y nadie sabe cómo fue.
No contento con ello, inició una cruzada de reproches varios contra grupos políticos, sociales, mediáticos y judiciales que no veían con buenos ojos sus asaltos al poder. De paso, limpió la porquería de otros y blanqueó la defensa que habían hecho de las acciones de terroristas. Les dio alas dejando que en los territorios de su tiranía primara el homenaje de aquellos que quitaron la vida a unos ciudadanos, al recuerdo de sus víctimas. “De esos polvos, estos lodos”, como los que vimos últimamente llamando “traidores” a unos jugadores de la selección española, despreciar a Otegui a este equipo o, lo más triste, ver a un niño con una escopeta de juguete apuntando a un guardia civil.
Siguiendo su camino ha enfangado todo, dividido y enfrentado a unos contra otros; ha levantado muros para excluir a los no adictos al régimen. Para mantener el chiringuito controlado, gasta lo que no tiene y sube la presión fiscal como nunca se ha hecho. Ha empobrecido a los ciudadanos perdiendo poder adquisitivo y ha aumentado el número de ciudadanos en situación vulnerable. Pero, a pesar de todo, vende un mundo del bienestar, “pan y circo”.
¿Cómo poder entender todo esto? Más aún, ¿cómo poder comprenderlo? La dificultad radica, creo yo, en la imposibilidad de aceptar que las cosas acontezcan de manera contraria a lo que el sentido común pueda producirse. ¿O será que el sentido común no existe? Vistos todos esos comportamientos, me puedo inclinar por esta última propuesta, aunque no sea definitoria de lo acontecido este último año.
Hay comportamientos que, al margen del común de los sentidos, el sentido común, requieren un aderezo de ética en la ejecución de sus acciones. Las cosas se deben hacer de una manera y no de otra, no porque la ley lo diga, sino porque solo de una manera es la correcta. Pero, citando a Vicente Vallés: «cuando los límites se ignoran, es más sencillo traspasarlos sin que la ética provoque remordimientos» En eso estamos y seguimos sin comprender toda una trayectoria política que “está arrastrando a España en su caída”. La salida y la dimisión, como el protagonista de toda esta “sinrazón” solicitaba a su predecesor en la Presidencia del Gobierno, ya deja de ser honorable.