El pasado miércoles 24 de julio fui una de los miles de personas afectadas por la paralización absoluta del funcionamiento de la estación de Chamartín en Madrid. A las seis y diez de la tarde estaba previsto un tren Avant con destino a Valladolid. Llegué 25 minutos antes de la salida, pasé el control de seguridad y me subí al tren. Al final de 10 minutos nos informaron por la megafonía del tren que se suspendía la salida por falta de fluido eléctrico, y que no sabían cuándo se reanudaría. Estuvimos en el tren otros quince minutos hasta que el calor se hizo insoportable y decidimos bajar y marcharnos al vestíbulo principal de la estación, porque teníamos 40 grados de temperatura, uno de los días más calurosos del verano.
Cuando accedimos al vestíbulo, ya había mucha gente esperando para conocer cuándo saldría su tren y no dejaban de mirar a las pantallas de información, que se habían quedado congeladas y no aparecía nada más que el mensaje de 'demorado' en cada uno de los trenes.
Intentábamos averiguar qué estaba ocurriendo, preguntando a quien podíamos, casi siempre a los vigilantes de seguridad, que eran los únicos que estaban por allí. El personal de RENFE brillaba por su ausencia.
Pasando las horas desconcertados
Empezaron a pasar minutos y se cumplió la primera hora desde que mi tren tenía que haber salido. No aparecía nada en la pantalla de información ni se decía nada por la megafonía, un sistema por otra parte inaudible; nadie entendía nada cuando hablaban, e intentábamos entre los pasajeros averiguar qué comunicaban. Cada uno había oído una palabra y era como armar un puzle.
No había sitio para sentarse, casi ni siquiera para estar de pie. La gente estaba concentrada en todo el espacio disponible, que era realmente escaso para el número de personas que iba llegando, y cada vez era mayor. Llegaban los pasajeros de los trenes siguientes y allí nos manteníamos todos los de los trenes que no salían.
La estación de Chamartín está en obras y se ha convertido en un lugar absolutamente inhóspito e impracticable. Es recomendable estar allí el tiempo justo que te lleva atravesarla cuando vas o vienes de tu ciudad. Nadie se ha planteado que esta estación requiere un acondicionamiento mínimo para estar decente durante el tiempo que duren las obras, que por otra parte no son meses; la previsión es que sean años.
Siguieron pasando las horas y ya iban dos. Los pasajeros seguían llegando y los trenes demorados eran más de 12. No salían ni los que iban a Alicante o Murcia, ni los que iban a Valladolid, Ferrol o Santander. Allí seguían todos anunciados en las pantallas y la gente asfixiada de calor porque no funcionaba el aire acondicionado.
Falta de información
No sabíamos si nuestros trenes iban a salir o nos íbamos a quedar allí. Nadie nos informaba de nada. No sabíamos si iban a tardar dos horas en recuperarse la circulación de los trenes o 24.
La gente estaba agolpada en el control de seguridad y la imagen era la misma que la de una piara de ovejas en una finca de campo.
En este momento, en la estación apenas hay bares porque las obras los han ido eliminando. Hay dos escasos puestos que venden bebidas y algún sándwich. Estos fueron los que hicieron la tarde, porque no pararon de vender agua a precios nada populares: una botella de 750 ml a 3,45 euros. Tardó poco en pasar una carretilla con cajas de agua que tuvo muchas dificultades para pasar entre la gente, que no podía ni apartarse para ceder el paso.
Historias personales
Mientras, se producían conversaciones de frustración por la impotencia que sentíamos en la situación en la que nos habían colocado: gente que comenzaba sus vacaciones, otros que iban a la fiesta de su pueblo que empezaba, como Miguel Ángel justo en Bernuy de Porreros; una mamá con su bebé desesperada buscando el aire de una de las puertas que da acceso a la obra y que tuvo que discutir con el vigilante porque no entendía que se situara allí. En fin, miles de situaciones distintas con un denominador común: todos enfadados por estar allí, estabulados y sometidos a una situación absolutamente kafkiana y de caos, desencadenada por una absoluta falta de previsión y de organización.
Chamartín ha sido sobrecargada de trenes y de actividad y claramente no está preparada para asumirlo. Hacía tiempo que venía viendo que la estación no aguantaba el aforo de gente que llegaba. Solo hay que ir a Chamartín con cierta frecuencia y verlo. Me gustaría saber quiénes son los responsables de todo este desastre. Lo que está claro es que existen y están en una organización suficientemente dotada de estructura y de recursos económicos que pagamos todos los españoles. Tienen al frente a un ministro, el señor Puente, que se atrevió a decir que la estación de autobuses de Valladolid era indigna de la ciudad y le exigió a la Junta de Castilla y León que se pusiera a arreglarla. Me parece muy bien, pero empiece por arreglar Chamartín, que es peor aún porque allí somos miles de personas los que vimos arrollados nuestros derechos el pasado 24 de julio. En el catálogo de derechos de los usuarios de RENFE está el derecho a la información, a recibir un servicio de calidad, seguro y accesible.
Nada de esto recibimos. ¿Y quieren que les cuente cómo terminó esto? Pues después de tres horas de espera en la estación, todos los pasajeros que no habían podido ir en sus trenes fuimos subidos en un tren de los que van por la vía antigua, que pasaba y paraba en Ávila y en Medina del Campo. Después de tres horas y media, llegaba a la estación de Valladolid. Era la una de la mañana cuando llegábamos a casa. A mi lado viajaba Soraya, que a las 4 de la mañana tenía que coger el autobús para volver a Madrid porque su trabajo comenzaba a las 7. Y como ella, miles de historias de personas que vimos como nuestros derechos eran arrasados sin poder hacer nada.
Sinceramente, los españoles no nos merecemos esto.