Vivimos en una sociedad crispada en la que perdemos los nervios rápidamente ante cualquier diferencia de opinión respecto a un tema. Somos incapaces de defender un argumento sin enfadarnos o sin pensar que la persona con la que intercambiamos diálogo no pretende más que hacernos perder el tiempo.

Antes era más fácil establecer un debate, exponiendo cada uno su propia opinión y argumentándola. Los demás escuchaban pacientemente y daban sus argumentos a posteriori. Sin necesidad de enfadarse o hacerle la cruz al de enfrente por pensar diferente.

Incluso hay mucha gente que prefiere callar antes que perder una amistad por una conversación sobre cualquier tema.

¿Es esto en realidad una amistad? ¿Pueden ser amigos dos personas que tengan ideologías diferentes?

Está clarísimo que sí debiesen poder serlo. El hecho de escuchar diferentes opiniones y argumentos enriquece la mente, contribuye a ver las diferentes caras de un mismo asunto, aumenta la perspectiva e incluso puede llevar a un cambio de opinión. 

Eso no te hace más débil, al revés, después de analizar las diferentes opciones has decidido que estabas errando y que no habías elegido la mejor de todas ellas.

Aunque te puedan colgar “el sambenito” de chaquetero, en realidad has sido capaz de discernir, analizar y elegir la mejor decisión.

No tenemos que pensar que las cosas son o blanco o negro, la gama de grises es infinita y bastante acogedora.

El problema es que no suelen convencer las medias tintas y tienes que decidirte y apostarlo todo al mismo número.

Si hablamos de política, debes elegir un partido y ser un seguidor acérrimo para toda la vida. ¿No sería posible e incluso inteligente votar según el trabajo que hayan realizado durante los últimos años? ¿O en función de su plan electoral? No dar un voto simplemente porque es el partido al que siempre has votado y que supuestamente defiende mejor tus intereses. Pero ¿es realmente así?, ¿te has parado a analizarlo?, ¿has leído siquiera su programa?

Esta manera de pensar o actuar se puede extrapolar a cualquier situación.

Nos hemos vuelto muy individualistas y egoístas, pensamos solamente en nosotros. Ampliamos este pequeño círculo a la familia y amigos más cercanos.

Fuera de ahí todo es tierra hostil y hay que andar con pies de plomo.

Cualquiera puede estar pensando en hacernos mal o abusar de nuestra confianza.

¿Dónde quedó la confianza en el prójimo, ¿desapareció por completo durante la pandemia o el proceso ya había comenzado antes?

En aquellos momentos de zozobra, un extraño era un enemigo al que había que evitar acercarse, tocar o incluso hablar con él porque podría contagiarnos el virus. Así que cada uno “a lo suyo”.  

Solo pensabas en llegar a casa para poder quitarte la máscara y estar a salvo.

O era la salvación o estuvimos sometidos a una especie de gran hermano para estudiar el comportamiento humano ante una crisis de carácter mundial.

De aquellos barros tenemos estos lodos. Han quedado temores, miedos y mucho egoísmo.

El ser humano ha perdido parte de su naturaleza, de su condición. Antes nadie dudaba de la bondad de un desconocido, ahora la desconfianza impone su ley en las calles.

En estos tiempos convulsos donde saltamos a la menor, donde una mera opinión genera una disputa, donde la gente calla por miedo a la discusión innecesaria o habla buscándola, es cuando más te necesitamos, amiga paciencia.

Sin ti el ser humano perdería parte de su esencia convirtiéndose en un animal que busca una presa a toda costa.