Cuando definía pusilánime, lo hacía como aquella persona temblorosa, miedosa, carente de valor, lo que es correcto pero, el otro día, me explicaban la etimología de la palabra y contemplaba su valor, pues se compone de los conceptos pusillus (diminuto) y anima (espíritu), es decir, se refiere a un ser con el alma pequeña, cuyo recorrido y sentido es él mismo, carece de valores, sentimientos y actuaciones que tengan en cuenta el servicio a los demás, la ayuda al prójimo, la empatía con el necesitado, resultando ser personas que, por más que aparenten ser grandes defensores de todo, no son capaces de hacer nada por los demás, su alma no tiene más recorrido que lo personal.
Como antónimo, nos encontramos con el término magnánimo (magnus = muy grande, anime = alma) que define a aquel por sus valores, el servicio a los demás, la ayuda al prójimo, los principios están por encima de sí mismo, está dispuesto a sacrificar sus deseos e intereses en pro de los deseos e intereses de los que le rodean, es aquel que sirve, pero no se sirve.
Ser líder, strictu sensu, es relativamente fácil, pues lo es aquel que consigue que un grupo le siga y lo reconozca como su jefe, de forma que puede serlo un pusilánime manipulador; pero, cuestión distinta, y mucho más difícil de conseguir, es ser un buen líder, que es quien además está adornado por las nociones de integridad, conciencia de sí mismo, coraje, respeto, compasión y resilencia, agilidad de aprendizaje, colaboración, influencia y gratitud; es decir, es alguien que antes de pedir algo es capaz de aplicarlo él mismo, en definitiva debe de ser magnánimo, de alma grande.
Estamos actuando con adjetivos únicamente predicables del ser humano y, por tanto, de personas con alma, una formación, criterio, valores, etc, no se pueden referir correctamente a un gorila, un antropoide, una zorra, un coyote, una serpiente o de una repugnante cucaracha, que podrán liderar un grupo de su clase, pero jamás serán magnánimos, ni comprender el servicio a los demás o a unos principios y valores superiores.
Cuando echas un vistazo a los jefes de los partidos políticos en España, observas que todos, en algún momento, han aparecido como auténticos líderes que enamoraban o engañaban a las masas. Y, así, desde Excmo. Sr Pablo, pasando por el egregio D. Pedro, siguiendo por la insigne Mónica, Feijo, Santi, y cualquier otro que intentes evaluar pues, según rebajas el nivel, es aún peor, comprendes que han perdido el aura de magnanimidad que se autoimpusieron; Pablo, se fue a vivir a un casoplón y se comió la moqueta; su “magnificencia” nuestro Presidente se ha desdicho de cuanto afirmó, desde que no se acostaría con Podemos, hasta que la inmigración es una necesidad que hay que desalojar de nuestra nación; la fastuosa ministra de sanidad, defensora de la sanidad, se dedicó a boicotear el Zendal con enfermos dentro que corrieron peligro, se hace ministra y es incapaz de gestionar un virus del mono, que no se ha pandemizado, por ahora, vive como una de las más ricas de Madrid, por más que clama contra esas riquezas; Chago, que ha traicionado todo el sector liberal del partido, se jacta de democracia, pero ha transformado sus estatutos en los más totalitarios, se enreda en la bandera pero es incapaz de hablar y negociar con el PP sólo por miedo a que este se lo coma, por más que esa conversación sea vital para España; Feijo, que acudió con la fanfarria de la regeneración y es incapaz de acabar con los barones inútiles que tiene en las autonomías y regenerar el partido con savia nueva, presencia nueva y, sobre todo, personas que sean creíbles en sus afirmaciones por no haber entrado en contradicción, si lo que quieres es hacer una tortilla no puedes estar de puntillas y tienes que romper huevos, pero tanta mermelada impide que la tortilla se haga.
España necesita líderes de verdad, personas magnánimas que luchen por el bien común, por la austeridad pública, por la calidad de los servicios públicos y/o privados en competencia y beneficio del ciudadano, con principios sólidos de solidaridad, firmeza, que la administración tenga una actuación al servicio del administrado de forma eficaz, ágil y seriedad, buscando siempre la mejor opción o prestación al administrado al que se debe, personas honradas, limpias, transparentes, que asuman y permitan el control del ciudadano y que, antes de que surja la más mínima duda de su modo de actuar, esté dando explicaciones hasta dejar clara la situación.
Basta de pusilánimes, gorilas, zorros, coyotes, etc. y exijamos personas que se vistan por los pies, que sirvan y no se sirvan y lo demuestren día a día, líderes magnánimos pero, eso, es una exigencia que obligatoriamente debemos de imponer nosotros o aceptar que tenemos la bahorrina que nos merecemos y queremos. No te quejes, pues lo has aceptado no exigiendo nada.