Con la llegada de La Revuelta a RTVE, las críticas no se han hecho esperar. Que si es un altavoz del gobierno, que si Broncano se ha vendido a lo público, que si ahora el humor tiene un filtro impuesto por Moncloa… Todas esas teorías conspiranoicas, además de ser hilarantes, revelan una cosa muy clara: el humor sigue incomodando, y si alguien lo hace bien, ese es Broncano. A los que piensan que se ha convertido en la marioneta del Gobierno, solo queda decirles una cosa: si algo ha demostrado Broncano en su carrera es que no le debe nada a nadie.

El programa, que mantiene su esencia irreverente y gamberra de La Resistencia, ha hecho lo que pocos se atreverían a hacer en el prime time de la televisión pública: reírse sin pedir permiso. La idea de que La Revuelta es un vehículo para alabar a Pedro Sánchez es tan absurda como la pregunta favorita de Broncano: “¿Cuánto dinero tienes en el banco?”. Si algo está claro es que, ni en Movistar ni ahora en RTVE, Broncano ha sido de esos que siguen la corriente. Y si en algo es maestro, es en incomodar a todos los sectores por igual.

Por supuesto, la derecha mediática ha sido la primera en saltar con acusaciones de “manipulación política” y “uso indebido de los recursos públicos”. Lo que realmente les molesta es que Broncano ha traído un tipo de humor que no respeta las reglas tradicionales ni se pliega ante el poder, sea este el que sea. En un país tan polarizado, la sátira es vista como una amenaza cuando no se alinea con las sensibilidades de ciertos sectores. Pero ese es precisamente el valor de La Revuelta: en un contexto donde la mayoría de los programas juegan a lo seguro, este espacio se atreve a morder.

Es curioso cómo se ha intentado desvirtuar el programa desde antes de su estreno, sugiriendo que RTVE lo utiliza como una herramienta política. Sin embargo, lo que Broncano ha dejado claro es que, si algo le interesa, es reírse de todo y de todos. Ni Pedro Sánchez se salva de sus bromas, y ya lo hemos visto en sus entrevistas con políticos de todos los colores. Los que piensan que hay una agenda detrás de La Revuelta se están perdiendo lo esencial: es un programa que no se casa con nadie, y que se atreve a mezclar lo absurdo con lo incómodo, haciendo que el espectador nunca sepa por dónde va a salir.

En cuanto al contraste de invitados, La Revuelta y su principal competidor, El Hormiguero, no podrían haber dejado más claro qué tipo de programas quieren ser. Mientras que las filas de Pablo Motos optaron por llevar a Victoria Federica, un nombre que representa el glamour y el interés por la realeza, La Revuelta apostó por Aitor Francesena, cinco veces campeón del mundo de surf adaptado. Esta elección no es casualidad, sino que subraya las diferencias fundamentales entre ambos espacios.

Mientras las famosas hormigas buscan mantener su liderazgo con figuras mediáticas de alto perfil, Broncano y su equipo prefieren historias que conecten desde un lugar más cercano y humano. Francesena, un ejemplo de superación y humildad, aportó a La Revuelta una entrevista llena de humor, pero también de profundidad, mostrando una cara más accesible y menos convencional que la que podría ofrecer la hija de la infanta Elena en un programa más tradicional como El Hormiguero.

Este contraste refleja la filosofía de ambos programas: mientras uno se mueve entre el espectáculo y los focos de la farándula, el otro opta por personajes en ocasiones menos predecibles, que, aunque lejos de la prensa rosa, tienen mucho que contar. Este tipo de elecciones no hace más que reforzar la identidad única de esta nueva Resistencia, que prefiere seguir apostando por lo extraordinario en lo cotidiano, sin perder de vista su compromiso con el humor directo y sin concesiones.

Sin duda, algo que ensalza a este programa es el poder del humor para desafiar los límites, y eso, en estos tiempos, es revolucionario. Los que se sienten incómodos con Broncano deberían preguntarse por qué: tal vez porque, como buen cómico, ha puesto el dedo en la llaga de un país donde reírse del poder aún es visto con desconfianza. Y eso, más que ninguna otra cosa, es lo que hace falta en nuestra televisión pública.