La observación de la realidad que nos rodea es una buena fuente de información para comprender lo que nos está tocando vivir.
Esta curiosidad me ha permitido, sin quererlo, relacionar las preposiciones de nuestra lengua castellana o española con este artilugio del que no sabemos prescindir y que ocupa gran parte de nuestro tiempo: el móvil.
Obsérvese en el comportamiento de las personas, y si son jóvenes más, todo se hace con el móvil, desde el móvil, mediante el móvil, entre los móviles, por el móvil e incluso somos capaces de estar con el móvil durante una cena, mientras comemos o andamos.
No es extraño ver a ciudadanos utilizando, con la cabeza agachada, caminando por nuestras aceras sorteando obstáculos, personas y hasta pasos de cebra en un ejercicio de concentración virtuosa.
En este caso el móvil se sitúa ante todo, so o sobre todo, incluida la seguridad personal. El mundo preposicional completa nuestra relación con el móvil cuando establecemos la habitual conversación por los medios conocidos entre dos personas.
Es el intermediario necesario e imprescindible para cualquier acto comunicativo de tal manera que sin el móvil no somos nada. Recurrimos a él en la búsqueda de la información ante una necesidad y concluimos que: “según el móvil” va a llover.
No puede faltar en nuestra vida tal imprescindible y maravilloso ingenio porque, si bien el móvil nos somete bajo una dependencia, también lo utilizamos para comunicarnos de o desde cualquier país, o dirigirnos contra alguien dentro de esas oscuras redes sociales.
Llega a ser un parapeto de la identidad personal pues, muchas veces, tras el móvil se esconden personajes de ficción, desconocidos vendedores o piratas de la información que lo utilizan vía la maldad o versus la delincuencia.
El móvil está siempre cabe nosotros, a nuestro lado, en el centro de nuestra vida, a nuestro alcance. Y con él nos dirigimos hacia las personas llegando a descubrir en ellos hasta sus más recónditas intimidades.
El móvil y las preposiciones hacen un tándem imprescindible.
Nos está permitiendo superar nuestras propias capacidades de atención, pues el hombre ha llegado a ser capaz de estar reunido con amigos y mantener una conversación mientras cada uno interactuaba con él.
Es muy habitual ver a un grupo de chicos jóvenes en amable conversación, pero con su cabeza fija en su personal pantalla manejando habilidosamente sus dedos en busca de información. El móvil es el intermediario que posibilita la interacción en un grupo o, personalmente así lo pienso, interfiere una correcta o normal conversación.
El paradigma de la interferencia tecnológica llega cuando ves en un restaurante a una pareja, cada uno con su móvil, hablando animadamente de la información que el “intermediario” les está suministrando.
El tema que anima la velada es proporcionado por un tercero que se inmiscuye en la pareja. El tú a tú ya no existe. No sabemos decirnos las cosas frente a frente. Necesitamos de un tercero para animar nuestras reuniones.
Es el enlace con el mundo puesto a nuestro servicio.
Y como contrapartida, nuestro mundo personal se hace público, patrimonio de todos.
Y en este afán de comunicarlo todo, de abrirnos al mundo, no sabemos estar sin contar lo que hacemos, lo que pensamos, dónde estamos. Si comemos una cosa u otra, si viajamos a un lugar u otro, o si nos divertimos de una u otra manera.
No hay barreras que podamos echar para preservar nuestra intimidad y todo queda abierto a los curiosos, hackers o estafadores.
A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, durante, en, entre, hacia, hasta, mediante, para, por, según, sin, so, sobre, tras, versus y vía, todas las preposiciones de nuestro rico idioma español casan con el móvil, sobre todo porque ya no sabemos prescindir de él y toda nuestra vida gira en torno a él.
Nos levantamos y vamos a, hacia, hasta el móvil porque desde que amanecemos necesitamos tenerle ante nosotros, so o bajo nuestro control, cabe o junto a nosotros, sobre la mesa durante el desayuno, para conectarme con el mundo porque entre él y nosotros siempre está este dispositivo.
Salimos de casa con el móvil y si nos lo olvidamos, el estrés se apodera de nosotros porque no sabemos hacer nada sin el móvil. Estamos todo el día tras él. Porque vía el teléfono, mediante o por él nos comunicamos con los demás seres y con el mundo.
Las primeras impresiones diarias las tenemos según lo que nos diga, de manera que nos podemos poner en contra de la vida o versus los demás por culpa de lo encontrado en el teléfono.
En definitiva, dependemos de tal artificio y vivimos más metidos en él que en la realidad que nos rodea.