Tenía razón y me quedé corto en la apreciación de la falta de verdad reinante en la política. En repetidas ocasiones me he referido a este tema en mis artículos y, en todos, iba concluyendo que estábamos en un periodo de decadencia política donde lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice, el relato.

Resaltaba en una ocasión (17-12-2021) el triunfo de la posverdad como la "distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y actitudes sociales", y me asaltaba el pánico al comprobar “la infinidad de veces que nos nublan nuestra visión para poder deformar la realidad a su antojo.

Se interpone entre nosotros y el mundo un velo de ficción para manipular nuestra percepción.” En aquella ocasión insistía en la falta de verdad en la vida política de manera que la mentira se estaba imponiendo de tal manera y con tal sibilina estrategia entre nosotros que, presos ya de su narcótico elixir, estábamos llegado a un estado anoréxico en el que no echamos en falta la Verdad.

En otra posterior ocasión (28-07-2023) volvía a reflexionar sobre el estado de la política en relación con la verdad de las cosas y, paradójicamente, aquellas percepciones anteriores se oscurecían un poco más al ver el estado en el que nos encontrábamos.

No solo la verdad ya no aparecía en el panorama político y la mentira era la guía de un gobierno, sino que además las cosas estaban llegando a un estado de “On bullshit” ( de“enmierdamiento”) que que dicen los anglosajones. La verdad no interesa y la mentira sin más no vende. Lo que interesa es la “mentira cochina”.

En esta segunda ocasión, mi decepción sobre el estado político crecía y pensaba que era imposible caer tan bajo en la noble tarea de la “cosa pública”, de la gestión de lo público. Sin embargo, ingenuo de mí, llegaron tiempos peores.

La estrategia del poder siguió avanzando en su afán de una permanencia indefinida en la poltrona y dio un paso más en la interpretación de la realidad para que los sufridos, ingenuos y, en muchas ocasiones, narcotizados (o aborregados) ciudadanos, aplaudiéramos. Ya no se trataba de mentir, enmierdar la realidad, sino que la estrategia era “deconstruirla”. Es decir, rehacerla como nueva, a su antojo.

De esta manera, el plato que teníamos que comernos estaba tan modificado, presentado de una forma tan novedosa, que “entraba por los ojos” y así el “comensal” (ciudadano), preso de una sensación y experiencia nueva, no sabía diferenciar el plato que se estaba comiendo.

De esta manera nos presentaron los indultos, la amnistía. La sociedad se ha ido comiendo esos platos tan bien presentados que no se ha dado cuenta de que se estaban comiendo un sapo. Pero aquí no quedó la cosa.

Creyeron que el “chef” de la Moncloa había cocinado platos tan irresistibles que nadie iba a osar no apreciar su excelencia culinaria. Pero descubrieron que había comensales (ciudadanos) que no “tragaban” los sofisticados manjares. Entonces dieron un paso más adelante y descubrieron que, dividiéndoles en dos bloques y enfrentándoles, aseguraban clientela.

Y a los que comían les llamaron los “buenos” y a los que no tragaron les llamaron los “malos”.  Pero como esta denominación no les acabó de satisfacer a todos ellos, decidieron llamar “progresistas” a los buenos y “derecha extrema o extrema derecha” a los malos.

Lo que habíamos conseguido en España al unir bloques, deshacer diferencias, romper barreras, ellos lo han destruido. Su obra ha consistido en separar lo que estaba unido.

Pero el poder es goloso y crea necesidades insaciables. Cuando ya han implantado la mentira en el proceder, cuando la han convertido en “mentira cochina”, enmierdada, cuando han hecho una realidad a tu antojo y la han presentado como un suculento plato “deconstruido” en el menú de la “cosa pública”, cuando han dividido hasta extremos insospechados, necesitan “dar carnaza” a los tuyos.

El líder se ha mirado en el espejo o se ha reflejado en el agua del estanque y se ha visto tan guapo que ha vendido todo, con tal de seguir en la cima de la pirámide rodeándose de sumisos defensores de sus tropelías que, además, le llaman “guapo” y hasta le insinúan favores carnales.

Increíble, ahora la belleza es el mayor bien de un gobernante. Siempre pensé que era la inteligencia, el buen hacer, la honradez, el trabajo, la transparencia. Pero el poder, ciega y cuando lo ostentas en demasía, con intereses y propósitos totalitarios, atrofia.

Por eso han creído que “todo el campo es orégano” y ocupan puestos con “dóciles vasallos que blanquean desmanes de amiguetes que gastaron sus “ganancias” en lupanares; o normalizan desafueros de dóciles compadres, e, incluso, borran trágicos recuerdos enjabonando a quienes los cometieron con pistolas, traicionan.

Todo por el poder y con el poder. Ya no hay límites y para seguir subsistiendo, los serviles vasallos no solo mienten leyendo mal los acuerdos judiciales que les perjudican, sino que, además, han iniciado la estrategia del despiste, del troleo, de “por la puerta de atrás”, para conseguir lo que con transparencia sería un escándalo.  Ellos se ríen y la oposición “a peras”. Concluyo: Vomitivo, ha llegado la traición.