Es una vieja historia muy repetida, por cierto, en la que el gran Francisco de Quevedo cuenta en el segundo de sus "Sueños", de forma burlona y satírica, como casi todas las suyas, el enorme poder de la Iglesia y las supersticiones que situaban al diablo en este antagonismo, hasta el extremo de pervertir a los alguaciles, mantenedores del orden, que terminan endemoniados, esto es, "alguacilados".

Ahora, a la vista de lo que está sucediendo con nuestro todavía Fiscal General del Estado, por cierto, salmantino del pueblo de Lumbrales, me pregunto si no tendremos a nuestro máximo "alguacil", también "alguacilado".

En este caso, sospechoso de haber delinquido por revelación de secretos conocidos en el ejercicio de su cargo y que afectan o pueden perjudicar a un tercero, que sería la injusta víctima con carácter doble.

Uniéndose a ello que, quien mantiene con él una relación sentimental, afectiva o en suma familiar, es el desencadenante de todo ese embrollo o endemoniamiento, en palabras de Quevedo.

Se ha dicho por algún experto, que la negociación entre defensa y fiscalía en los asuntos penales se está extendiendo en nuestro país, al estilo de USA, donde más del 97% de los casos se pactan entre acusación y defensa.

Pero las razones son diferentes. Allí, no solo se trata de evitar los siempre engorrosos y dilatados juicios sino, sobre todo, la severidad del Jurado y que siempre es el Tribunal que actúa y que, igualmente, se inclina por la máxima pena posible.

Aquí, aunque en la gran mayoría de los casos no tenemos un Tribunal del Jurado, se corre idéntico riesgo de severa condena ante el tribunal competente y, por aquello de que "más vale un mal arreglo que un buen pleito", igualmente se busca el acuerdo previo o la llamada conformidad.

Lo curioso en el caso que estamos comentando sería que, de seguirse adelante la causa contra el Fiscal General, éste tuviera, a través de su abogado, que naturalmente tendría que negociar con las acusaciones un acuerdo de conformidad.

Para evitar un juicio que no solo sería engorroso, sino también patético, con un Fiscal General sentado en el banquillo. ¿Qué diría Quevedo ante esta situación tan pintoresca? Seguro que reencarnaría un nuevo capítulo de su "Alguacil alguacilado".

En cualquier caso, la polémica está servida. Una más de las muchas que estamos teniendo en los ámbitos político y judicial, cada día más entrelazados, hasta el extremo de que se acusa a los jueces de hacer política, lawfare, y a los políticos de hacer de jueces.

Todo en un embrollo cada vez más actual y permanente, por lo que habría que preguntarse, quienes son los alguaciles y quienes los demonios, ya que casi podría decirse que todos son lo uno y lo otro.

Mientras tanto, la ciudadanía, o sea, la gente, como ahora se dice, atónita cada vez más, no sabe si mirar a otro lado o taparse los ojos y los oídos, claro, porque el estruendo que estos acontecimientos levantan es cada vez más estremecedor.

Por último, y como salmantino, deseo a nuestro paisano lumbralense que salga adelante lo mejor posible y que se quite de encima, también lo antes posible, la presunción de inocencia, puesto que ésta, como decía un viejo maestro magistrado del Tribunal Supremo, sólo se aplica a los sospechosos, y ya sabemos que la sospecha siempre estigmatiza.