Ni todas las políticas del mundo podrán deshacerse de la evidencia científica de que un hombre y una mujer no tienen nada que ver.

Se parecen en lo esencial: en que respiran, sienten y padecen y a partir de ahí se abre un mundo de complejas diferencias contra los que están empeñados en cortarlos por el mismo patrón y todo porque el planeta sale más barato con un único molde.

Pueden montar todos los ministerios que quieran contra esto, pero la respuesta seguirá siendo la misma, lo contrario de lo que diga Irene Montero.

El mejor estudio científico que conozco es una despedida de soltero y de ahí no me bajo. Cualquier psicoanalista checo podría deducir todo lo necesario de una persona en función de su comportamiento en una despedida de soltero; empezando por si es hombre o mujer en caso de que el psicoanalista fuese invidente.

Ellas son más de un barquito y sol en la Costa Brava, "de no hacer nada del otro mundo", salvo las que quieren hacer "cosas chulísimas" que es de las que conviene huir, como Pam.

Y los hombres somos igual, sólo que nuestro "no hacer nada del otro mundo" es más sencillo y le basta con un día nublado y una casa rural rodeada de robles. Miramos setas sin tener ni idea y nos avergonzamos de haber llegado al borde del altar sin saber distinguir un boletus de cualquier otra que te mande al hoyo.

En las despedidas de soltero, seas hombre o mujer, conviene huir de cualquier ciudad. Han convertido Sevilla y Valladolid en la Ibiza de las despedidas.

Y nos hundimos como Venecia. Raro es el fin de semana que no te encuentras un grupo perfectamente distinguible por un disfraz. Toda la vida he corrido en dirección opuesta a ese espectáculo que consiste en que tus amigos te quieran con el mismo afecto con el que querían a Ortega Lara sus secuestradores. "¡Bebe otro, coño, que te vas a casar!", le decían el otro día sus compadres a un tipo junto a la plaza Mayor de Valladolid que los miraba con pinta de no ser capaz de reconocerlos desde hacía varias horas.

No hay necesidad de vandalizar una ciudad, pero mucho menos de vandalizarse a uno mismo.

Por eso desde que se casan los amigos la despedida de soltero es un trámite que sirve ya más para ver a los que tienen hijos y viven fuera que un festival de música electrónica en Bélgica.

Ahora que todos bebemos con moderación, no encontramos el fondo en las botellas y los que tienen niños llaman para dar los buenos días a casa.

Un grupo de amigos en una casa rural no tiene nada que ver con 'El ángel exterminador' de Buñuel. Aquí recuperamos la civilización y la deconstruimos hasta lo elemental.

Por la mañana salimos a pasear y a dos pasos andados uno coge un palo. ¡Amén! Así es el hombre. Desde el principio de los siglos. "Desde Moisés", apunta otro.

Un palo y un fuego –con zarza en llamas o sin ella– y con eso ya podríamos habernos vuelto a Valladolid como si de un milagro se tratase.

El hombre sólo necesita fuego y un palo. La mujer necesita más.