No, no es por vanidad, ni por plagio, ni por paráfrasis. Pero que mi primera columna de opinión en EL ESPAÑOL - Noticias de Castilla y León hurte el celebérrimo título del artículo periodístico de Mariano José de Larra, es sencillamente una temeridad. Máxime cuando Larra es la primera ‘estrella’ de la historia del periodismo español. El ilustre escritor del Romanticismo hizo girar ese citado artículo en torno a la pereza, un casi pecado mortal y según la opinión larriana enraizada medularmente en la sociedad española.
Aquella mañana del pasado verano, agosto canicular, noche tórrida mal dormida por pegajoso calor que nos hizo pasar las horas haciendo la croqueta en la plazuela de toros de las sábanas. Y de mañana antes del mediodía, para huir de la solana me encaminé hacía la preciosa villa de Urueña, en la comarca de los Montes Torozos de Valladolid.
Flanqueo la Puerta del Azogue, de castellano nombre y pues conocedor de esas plazuelas, callejas y rincones, camino derecho hacía la Puerta de la Villa, desde donde se otea el asombroso paisaje de la Tierra de Campos inmensa. Ancha es Castilla cual pecho de varón, que antaño se decía y que ahora pudiera ser una inapropiada exaltación del género masculino. Pero no se preocupen, que Castilla se escribe en femenino.
Urueña es desde hace años la ‘Villa del Libro’, un interesante proyecto cultural para exaltar el saber, la lírica o la narrativa que se transmite a través de las letras escritas. La mala noche de insomnios velados, no encuentra alivio salvo por una buena taza de café seguida de un vaso de agua, ya que apretaba la sed. Pero los sueños, sueños son y la vida una ilusión que escribiera Calderón de la Barca. Y al traste se fue el frenesí, pues ni taza de café, ni siquiera unos sorbos de agua. En toda la villa, ni un solo lugar donde se pudiera cumplir la bienaventuranza de dar de beber al sediento. No asomó una mala máquina, de la que los marquetinianos del comercio moderno intitulan extranjerizantes como ‘vending’ y que canjean bebidas por monedas.
Nada que no se pudiera solucionar con un buen reposo a la sombra en la iglesia de Santa María del Azogue y si acaso en la Ermita de la Anunciada, un magnífico paradigma del estilo románico lombardo en pleno corazón de Valladolid. Pero la vida es una sombra, una ficción que bien lo recalcó Calderón en su poema. Entonces pensé que aquellas letras larrianas de su ‘Vuelva usted mañana’ podrían solucionar mi aflicción, si regresara a la villa de Urueña en mejor y más fresca ocasión, que en aquella vana jornada.
Jamás debe ascender la anécdota a categoría. Y no pierdan ustedes ocasión de visitar Urueña. Es casi seguro que encontrarán viandas que comer y saciarán su sed. Pero acaso no podrán visitar el patrimonio monumental del lugar, salvo esas murallas desde donde se otean el Teleno de León en los días teñidos de azul purísima.
Lo que se achaca a Urueña sucede en una buena parte de esta Comunidad. En Castilla y León, la región con mayor riqueza patrimonial de Europa, las iglesias, ermitas, conventos, monasterios, capillas se muestran cerradas casi todos los días y en demasiadas horas, sin acoger al peregrino o curioso visitante; como si quisiéramos rendirnos a esa maldición que quieren achacarnos con la losa de la ‘España vaciada’, que los lugareños no hemos tallado en nuestra cantera. Mal que le pese a la capital de España, en la Villa y Corte de Madrid, no son quienes para escribir nuestro relato. No son primera persona, ni protagonistas.
Es arduo empeño el visitar tan bellos monumentos como atesora Castilla y León. Escasean los curas, los sacristanes no tañen las campanas y apenas se encuentran monaguillos que muevan las campanillas en el instante de la consagración del Santísimo Sacramento. No debemos cargar a la Iglesia con el pesado fardo de mostrar sin ayuda los ricos tesoros patrimoniales que posee en Castilla y León. Algo hay que hacer entre todos, sabedores de que la resignación es el camino que eligen los de antemano vencidos.
La ayuda de las Administraciones públicas se antoja ineludible. Más la tarea es común y en ella la Iglesia, Gobierno de la Región, consistorios, cofradías y hermandades, hombres y mujeres de bien. Y ni aun así se hallaría solución de eficacia plena. Solo me atrevo a plantear una y como sueño, sueño es. Debería intentarse crear un voluntariado que ‘gratis et amore’ abriera tanta cancela cerrada. Sacudamos el vicio de la pereza que tanto denostaba Larra en su artículo. Pongámonos manos a la obra, que Castilla y León lo reclama. Si en nuestra visita no hallaremos las puertas abiertas, solo cabe tentar a la suerte y regresar. Y así sucesivamente. Entonces, permítanme que yo les susurre una conseja, la misma que nos diera don Mariano: ‘Vuelva usted mañana’.