Puede parecer estrafalario que en vez de dar vueltas a la redonda sobre la Inteligencia Artificial y el chatGPT , viniera ahora alguien a recodar a San Juan de la Cruz, poeta místico y carmelita descalzo. Pero ante el ‘horror vacui’ de buscar título para esta columna, vale todo. Hagamos trampas al solitario, cero intrepidez. Más me debiera servir, no andar entre las esquilas ni las tenadas y estar al hilo de la actualidad y del Rejón que Errejón ha clavado en todo el morrillo de Sumar. Pero la matemática, aun pareciendo una ciencia exacta es caprichosa y resulta que sumar tiene erres, como Errejón. La misma erre que a Sumar le hará restar. Capricho matemático y trabalenguas.
Pero la actualidad es humo fugaz y a veces tóxico. En un almuerzo que compartí con el maestro Manuel Martín Ferrand, cuando este escribiente era un pipiolo, terció el ilustre periodista ‘Lo que hoy es noticia, mañana será papel para envolver el pescado’.
Por eso, dejemos para momento mejor la noticia caliente y busquemos un puerto más seguro. Vayamos a la poesía mística español, que siempre es alimento del alma. San Juan de la Cruz escribió en su Cántico Espiritual:
‘Pastores, los que fuerdes allá, por las majadas, al otero’
Esos pastores a los que se refería el santo, llevan camino en Castilla y León de convertirse en una rara avis, en unas fotografías que con mimo clasificará en gran Joaquín Díaz en el Centro Etnográfico de Urueña. Según el Ministerio de la cosa, ahora llamado de Agricultura, Pesca y Alimentación, Castilla y León perdió en 2023 cinco ganaderos de ovino cada mes. La pérdida debe darse por consolidada como en los balances de empresa, con solo apercibirnos que el Ministro lo es solo del agro, de la alta y baja mar y de los donuts y el chorizo de Pamplona. Pero nada de ganadería, que esos negocios de borregos y cuernas se sabe cómo empiezan, pero nunca como acaban.
En esta Comunidad del viejo Reino de León y del que fuera Condado de Castilla, merman cada día las ovejas. El censo de ovinos que elabora ese Ministerio allá en los Madriles, es concluyente. En Castilla y León balan algo más de dos millones de ovejas, con una caída de casi trescientas mil en el periodo de los dos últimos años, más de un doce por ciento.
Nada importa a los urbanitas castellano y leoneses, que haberlos haylos como las meigas, si tenemos carneros, ovejas y borreguitos en los pueblos de la Comunidad. Solo nos acordamos de los lechazos cuando vamos a los figones y damos buena cuenta a los asados y a las chuletillas fritas sobre sarmientos de vid. Y por pensar, hasta nuestros niños creen a pies juntillas que la crema de fromage de oveja al puturrú de fuá, que toman untadita en los vistosos canapés de Nochevieja, se elabora en alguna fabrica como si fueran plásticos para la carcasa del teléfono móvil o se tratase de la vulcanización del caucho, que les fue explicado en la visita del cole a la factoría Michelín.
El pastoreo tradicional se mantuvo durante siglos en nuestro territorio. Pero este cambio brusco de civilización puede reducirlo de forma alarmante. Quienes transitamos por pueblos y caminos de Castilla, escasamente nos vemos envueltos por aquellos rebaños que pastoreaban capitanes de tez curtida y manos sarmentosas. Ya no vemos a las burras cubiertas por la manta de cuadros, de Zamora o maragatas de Val de San Lorenzo, por supuesto. Ni al mastín o el carea leonés, arracimando el rebajo al solo silbido el pastor o de esa piedra lanzada tan certera como aquella que David encajó entre las cejas del filisteo Goliat.
El recuerdo del viejo pastoreo es solo melancolía y los rebaños recorriendo las lomas onduladas de la Meseta no son para los niños más que el exitoso anagrama que diseñó Josep Artigas con el corderito de Norit , o los pastorcitos del Portal de Belén que cada Navidad comparten musgo y serrín en el pesebre, con la buscada gracieta del caganer.
A casi nadie importa la trashumancia y el recuerdo del Honrado Concejo de la Mesta, creado nada más y nada menos por Alfonso X el Sabio en 1273, para reunir a todos los pastores de sus Reinos de Castilla y León.
Los rebaños ya no pastan en los campos y este aprendiz de leguleyo perdió el tiempo estudiando el Reglamento de Pastos, hierbas y rastrojeras. Las ovejas tienen acomodo en su confortable estabulación en las majadas o entre tendidos electrificados. El pastoreo se lo han cargado no solo los precios de la leche en origen, pese a la pertinaz defensa de los propios ganaderos, sus sindicatos y las Instituciones.
No hay pastores por ser profesión de trescientos sesenta y cinco días al año, veinticuatro horas al día, ordeñando y doblando el lomo. Los españoles no quieren ser pastores y aun cuando la necesidad económica apriete, buscamos refugio en el edén de la economía subvencionada, tan enormemente extendida.
Da igual que las explotaciones lecheras desaparezcan y que se pierda el vínculo vital entre las gentes y la tierra; es indiferente que se genere desarraigo y desaparezca la identidad en las comunidades rurales. Que sea Joaquín Díaz quien cuelgue oleos de rebaños entre los muros de la Casona de la Mayorazga.
No queremos ser pastores, que lo sean los migrantes de los países del este de Europa, que están acostumbrados al frio. O los del Magreb que resisten impertérritos eso que los andaluces llaman la calor. Pero los españolitos no seamos pastores, no sea que nos pongan a adorar en el Belén con los Reyes Magos del oro, incienso y mirra. Puestos a elegir, nos da igual los corderitos. El silencio de los corderos el solamente el título de una vieja película. Es mucho más divertido calzarse la barretina vermella del caganer.