Esta imagen macabra: Valencia va entre cadáveres y no entre naranjos. Cinco días y no sabemos con exactitud cuántas son las víctimas. Va aumentando la lista. Al cuarto día todavía se rescataba gente con vida que había quedado atrapada dentro de sus vehículos el martes por la noche. ¿Por qué no lo hicieron antes? Todavía hay coches amontonados en los túneles y en los garajes. Los perros de la Guardia Civil buscan muertos en la desembocadura del Júcar. Las imágenes que llegan de Valencia parecen las de un país remoto de esos en los que ocurren siempre las desgracias. Aquí las íbamos salvando, porque estas cosas no pasan en España... en Europa, en pleno siglo XXI. No ocurren a este lado de la civilización. Por eso no dejamos de mirar atónitos el telediario, nadie diría que es Valencia. Como mínimo parece Haití.

Entre la incertidumbre y los cadáveres pasan los días. Hay una sensación de impotencia que es con el único desastre con el que no se puede lidiar. Están las calles y las instituciones llenas de barro. Se lanzan el fango entre las administraciones como se lanzan la responsabilidad. Después se lanzarán los muertos. Cuatro días tardó en salir el presidente del Gobierno, que no quiere ponerse al mando de la situación no sea que le salpique. "Si quieren ayuda, que la pidan". Hay veces que no cabe ninguna duda, no estamos gobernados por incompetentes, sino por tahúres de lo público. Al Gobierno de la Generalidad esto le vino grande y a Moncloa más.

Sobre el desastre de la gota fría hay un desastre mayor que es el de ver un Estado completamente varado. Un Estado que actúa más rápido y con más eficacia cuando hay que mandar recursos a Marruecos que cuando se trata de las vidas de sus propios ciudadanos. No es que no se hagan responsables del desastre, es que a medida que pasan los días uno comprende que la negligencia partidista de unos y otros obró un desastre mayor que el de la riada. Y acongoja, aún más que las lluvias torrenciales, la duda de si vivimos en un Estado fallido. Si diecisiete autonomías han acabado con un Gobierno central absolutamente incompetente para cualquier otra cosa que no sea ingresar dinero y despilfarrarlo en asesores, cargos, carguillos, puntos violetas, mascarillas, chalets, prostitutas y agasajar vicepresidentas de narcodictaduras en Barajas...

A pesar de todo hay una España que funciona, que es la que nada tiene que ver con lo público. Sólo hay que mirar los puntos habilitados en Valladolid, en Salamanca, en Madrid, en cualquier rincón del país para recoger productos de primera necesidad. Se han llenado en pocas horas. España no ha cambiado nada en ocho siglos: "Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor".