Cuando en clase se escucha al profesor: “mañana os haré una pequeña prueba escrita de esta parte del tema”, se desata el pánico y el descontrol.

“¿Cómo que una pequeña prueba? ¿A qué te refieres con eso? ¿Es un examen? ¿Cuenta para nota?, ¡si mañana ya tenemos un examen fijado de matemáticas!”, serán, entre otras, las frases que se escucharán en menos de 3 segundos unas encima de otras.

En tal momento de locura, el profesor lo mejor que puede hacer es meterse debajo de la mesa y esperar a que la tormenta amaine porque si sale de su escondrijo se lo comerán literalmente.

Los alumnos discutirán con el docente todo lo que reste de clase para encontrar el motivo de tal afrenta e intentar que entre en razón, pida disculpas y diga la famosa frase del rey emérito: “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir.”

Pero por mucho que los estudiantes se quejen, el orgullo del docente es tan supuestamente grande que no le va a permitir recular y cambiar la fecha de la famosa prueba o anularla. “Antes muerto que darles la razón”, pensará.

Al terminar la clase habrá un aquelarre de alumnos donde decidirán que los delegados deben acudir a buscar al tutor sin falta, él les solucionará el problema.

¡Qué ilusos!, Partirán en su búsqueda, entrando como elefante en una cacharrería en el aula donde esté impartiendo docencia y le pedirán hablar con urgencia.

Él, asustado, saldrá corriendo, pensando en la mayor de las catástrofes, y cuando se entere del motivo les dirá, o bien que “es lo que hay”, o bien que él no puede hacer nada y que todo lo más intentará hablar en el próximo cambio de clase con su compañero para conocer el motivo de tal agravio.

En el cambio de clase los delegados estarán acechando a su tutor como los buitres cuando ven una buena presa. Este se dirigirá a su compañero y entrarán en un aula vacía. Al salir les dirá que, si es decisión del otro profesor, él no puede hacer nada más.

Los estudiantes no quedarán conformes y empezarán a rebuscar entre los papeles que tienen en los paneles informativos que hay en la clase y que nunca leen, alguna prueba legal donde diga que no pueden tener el mismo día dos “exámenes”.

En esos paneles entre las fechas de los exámenes finales, las reglas de convivencia, el horario, el calendario del curso y los ODS, no encontrarán tal norma, porque no existe. Sí es verdad que entre los docentes procuran que no se repitan dos pruebas importantes el mismo día, pero no es una directriz que vayan a encontrar ni en el BOE ni en la LOMLOE. Es más, esta última anima a que se hagan pruebas de diferentes tipos y niveles competenciales con frecuencia.

Al no encontrar su ansiado amparo legal, algunos, desanimados, desistirán, pero otros invertirán toda su energía en boicotear al docente.

Esa misma tarde, tanto el docente como el director del centro, recibirán varios correos de padres y madres diciéndoles lo mal que están haciendo las cosas y planteándoles que reconsideren su actitud.

Puede que exista una llamada entre profesor y director, que en ella se aclaren los términos, la importancia y el valor que tendrá esa prueba para la calificación del alumno, dejando las cosas claras y a ambos tranquilos.

¿Era necesario llegar a esto? Evidentemente, no. Simplemente con confiar en el buen hacer del docente, en su empatía y su profesionalidad hubiese sido suficiente.

Los profesores no son perfectos, pero saben lo que hacen. Si consideran que pueden hacer una prueba el mismo día de otro examen es porque el contenido está suficientemente claro y no requiere estudio adicional.

Si no fuese así, por muy orgulloso que se presuponga, daría marcha atrás. Total, el curso académico es muy largo y hay más días que longanizas para hacer cualquier control.