Reconozco que soy de las que a veces ha criticado la indolencia, la falta de implicación o de interés de las generaciones de jóvenes que conviven con nosotros, convertidos ya casi en unos abuelos Cebolleta sin darnos cuenta o sin querer mirarnos en el espejo y echar por un momento la vista atrás.

Sí, también fuimos jóvenes y rebeldes y desahogados y pendencieros. Tampoco entendimos hasta ahora a los que nos precedían y veíamos su vida como una reliquia del Pleistoceno sin saber que la generación de nuestros padres fue la que revolucionó los ya revolucionarios 60, los que tomaron por vez primera las calles, los que corrieron delante de los Grises y proclamaron aquella Libertad sin Ira que le devolvió a España la palabra.

Reconozco que ha criticado a esta generación 'NiNi' contabilizando hasta mil "ninis", no porque no quieran nada, si no porque les interesan cosas distintas completamente a las que nos movían a los jóvenes de mi quinta en un mundo completamente distinto al que viven ellos. Parece mentira, pero hace ya cuatro décadas de nuestro paso por el Instituto, de los primeros escarceos, de sentarnos a pensar qué queríamos ser.

Cuarenta años en los que si echamos la vista atrás el mundo no ha girado, ha centrifugado, se ha disparado, y ha dejado obsoleto todo lo que en nuestra vida era puntero, por mucho que queramos ver reflejada nuestra juventud en la suya. Éramos, quizá, sin saberlo, más libres, menos presos de la tecnología, pero había un fascinante recorrido por delante que nunca siquiera imaginábamos.

En estos días de cañas y barro, como la novela de Blasco Ibáñez, la Generación NiNi se ha destapado como un ejército de solidaridad y humanidad. Las dantescas riadas del Levante han dejado escenas desoladoras, pero también la certeza de que existe una España buena y unida, una generación de jóvenes que se ha desplazado por toda la geografía para ayudar, para abrazar.

De la tragedia han surgido también escenas maravillosas, impensables, increíbles, de una España plural en la que grupos de musulmanes han ayudado a eliminar barro de las iglesias; religiosas y frailes han salido de sus conventos pala en mano; en la que los marroquíes e inmigrantes han organizado una cadena solidaria de alimentos y atención a las víctimas y damnificados; en la que los jóvenes voluntarios han tomado la delantera a las ayudas oficiales y han llegado antes donde otros no llegaban; en la que los jóvenes descreídos han hecho de la caridad -de cor, corazón, qué hermosa palabra- su consigna no por amor a Dios en el que no creen, si no al hombre, en el que nos devuelven la fe.

Esos jóvenes que presuponíamos decían "no" a esto y a lo otro; que no querían esto, "ni" lo otro, "ni" lo de más allá, han dicho un SÍ mayúsculo a la generosidad, a la entrega a los demás, han sabido estar por encima de credos, colores e ideologías en el dolor, dando una lección a quienes debieran haberla traído ya aprendida de casa por experiencia y obligación moral.

En verdad vosotros sois la luz, la sal del mundo, cuando sólo hablan corazones. Gracias, jóvenes, por esa lección de vida, por sembrar de "síes" el barro donde mañana florecerán extraordinarios hombres y mujeres, nuestro legado, nuestro futuro.