Son muchos los que dentro y fuera de Vox no entendieron aquella tormenta de verano que acabó en una oleada de divorcios con el PP en las comunidades autónomas donde gobernaban juntos. Se escuchaba en los mentideros que por septiembre llegaría la segunda marejada para quebrar también los ayuntamientos en coalición.

Esa era la estrategia desde Madrid, donde los partidos son distintos a los del territorio, para marcar nítidamente sus diferencias con los populares y estar preparados para cualquier adelanto electoral. Es una relación desleal. El PP nunca quiso (incluso cuando lo firmó) asumir las tesis de Vox y los de Abascal nunca quisieron gobernar, sino exponer a los populares ante el espejo de sus contradicciones.

La semana pasada parecía que, con retraso, se abría la veda con la ruptura del pacto PP y Vox en el Ayuntamiento de Burgos. Como ocurriera en julio la presunta grave desavenencia es tan genérica, ilógica y oportunista que resulta perfectamente intercambiable a todos los ayuntamientos estando lista la reacción en cadena.

Sin embargo, aquel malestar, generado por perder tanto poder y quedar relegados a la irrelevancia en la política autonómica al salirse de los ejecutivos, es una brasa que todavía no es ceniza. Un partido sin poder institucional es más manejable desde la dirección nacional, pero un partido con concejales y asesores a los que se pide que renuncien a sueldo, estatus y trabajo realizado genera corrientes de descontento. Le ha pasado incluso al sanchismo cesarista que comenzó a quebrarse precisamente por las esquinas. 

Este lunes, en Valladolid, Vox ha apoyado junto al PP una moción reformada del PSOE para respaldar las ayudas a todas las oenegés evitando cualquier enfrentamiento con sus socios. No diría que esta votación sea una enmienda al portazo de Burgos y a la dirección nacional, pero sí marca que dentro del partido de hierro también hay distintas sensibilidades.

Cuenta la excanciller alemana y, hasta hace poco, todopoderosa lideresa europea, Angela Merkel en sus memorias que pidió consejo al Papa Francisco para enfrentarse a la relación con Donald Trump. Lo avanzó el semanario Die Zeit como adelanto de esa biografía que se publicará próximamente. Confiesa Merkel que el Pontífice le dijo “dobla, dobla, dobla, pero que no se rompa”. Europa necesita a Estados Unidos para liderar el mundo como Vox al PP para evitar en España más Frankensteins de izquierdas.

Quizá Santiago Abascal debería dejarse caer pronto por El Vaticano, aunque este Papa tampoco le despierte precisamente entusiasmo, y preguntarle cómo hablar con Feijóo. Porque, como buen mediador, estoy seguro que Francisco le hubiera dado a Trump exactamente el mismo consejo que a Merkel. 

Vox nacional busca desesperadamente abanderar el trumpismo en España, más aún tras el reciente éxito que devolverá a los republicanos en enero a La Casa Blanca. Y este populismo radical de derechas pasa por la exageración y la ruptura sin percatarse que Soria no es Texas ni nuestro sistema electoral elige gobernadores.

Abascal, en vez de los consejos del Papa, aplica la célebre frase del argentino Leandro Alem. Ante los fracasos solo encontró dos opciones: O flexibilizar su postura o disolver el partido. Decidió el suicidio de las siglas con un recordado “que se rompa, pero que no se doble”. Vox rompe en España y dobla en los territorios. Está por ver si esas dobleces terminarán también por romper a Vox.