Catalina de Erauso, más conocida como la ‘Monja Alférez’ es un personaje atrabiliario que solo alcanzamos a comprender en el Barroco español. Su historia es la de un personaje real, que rubricó una vida novelesca: militar, asesina confesa, travestida, bravucona y virgen. Inadaptada y rebelde fue internada en un convento en el antiguo San Sebastián. Huyó del cenobio con quince años sin haber tomado hábitos.

La ‘Monja Álferez’ decidió vestir como hombre y nombrarse Francisco de Loyola. Se enroló en la Flota de Indias. Robó a bordo y recién llegada a las Américas asesinó a varios hombres a estoconazos. Sin fortuna, se alistó en un enganche para combatir contra los indios mapuches, a quienes batalló ferozmente y cuando ahorcó a uno de los longko fue ascendida a alférez. Nació así la leyenda de esta monja impostora.

Don Mario Iceta, nuestro arzobispo de Burgos ha anunciado el encargo de una autoría forense en el Monasterio de Belorado, donde varias exmonjas permanecen atrincheradas sin visos de rendición. Don Mario, muy comedido Pastor, ha manejado con precisión el término ‘forense’ sin citar algo que muchos piensan y que más cabría aplicar en tal convento para las cismáticas, que serían los estudios de la psiquiatría forense.

La que fuera Madre Abadesa y sus seguidoras se alistan en esa corriente tan estrambótica de la historia de España como la de las monjas impostoras y los curas trabucaires. Laura García de Viedma, ex abadesa de las clarisas de Belorado, niega el Concilio Vaticano II y en triple salto mortal afirma el sedevacantismo en San Pedro. No deja títere con cabeza e impugna la cualidad de Pontífices a varios Papas, tres de ellos ya santos incluido el inolvidable Papa Bueno San Juan XXIII. El Santo Padre Francisco, argentino y jesuita para mayor inri, seguro ha de parecerle capitán de los herejes.

García de Viedma es otro personaje reencarnado del Barroco español, que nos regaló historias tan memorables como la de los pícaros del Siglo de Oro. Quien fuera sor Isabel de la Trinidad tiene ganas de mambo, de pasar a la historia negando el catolicismo romano y poniendo a las patas de los caballos a una orden tan ejemplar como la de las Hermanas Pobres de Santa Clara.

A doña Laura le hubiera gustado trastear en la Corte de Isabel II y quien sabe si encarnar para si a otra monja falsaria como la ‘Monja de las Llagas’. En aquella Sor Patrocinio, en alarde de simulación se producía el milagro de aparecer en sus manos y pies las mismas llagas de Jesucristo. Engañó a una Reina de España de pocas letras y carcomida por el pecado de la lujuria.  La ‘Monja de las Llagas’ resultó ser más falsa que los premios del timo de la estampita.

Acaso la señora García de Viedma tiene en su misal estampas de los curas trabucaires, religiosos decimonónicos generalmente catalanes, que se armaban de trabuco para combatir en el campo de batalla a los liberales. España está llena de ‘carlistones’ que nos detestan a los liberales. El integrismo no muere, es el mito de la Hidra de Lerna o la serpiente de mil cabezas. Por una que se corta, brotan otras dos.  

Doña Laura quiere ser ‘carlistona’ profesa. No solo niega al Papa Francisco, sino en el claustro da vivas a don Carlos María Isidro, el rey carlista. Sueña en su celda ‘okupa’ de Belorado con la entrada de los boinas rojas en Madrid. Quiere cambiar el dulce canto gregoriano por el Oriamendi y perseguir liberales con el mismo ahínco que la ‘Monja Álferez’ lo hacía con los indios mapuches.

Querido don Mario confiéseme, me siento en pecado mortal. La señora García de Viedma me ha hecho entrar en la duda existencial, en la náusea sastriana. Ni siquiera me voy a salvar por rezar mil avemarías a mi querida y vallisoletana Virgen de las Angustias. Pero ya que he perdido el alma, a mí que por liberal no me ahorquen. ¡Viva don Carlos VII! ¡Mueran las Cortes de Cádiz! ¡Vivan las caenas!