Habito el fango de X desde que era lodo y antes polvo. Nunca fue tan distinto. Tampoco lo ha cambiado tanto la llegada de Elon Musk como quieren hacernos creer los que hoy emigran en bandadas a otras redes sociales como acto de dignidad impostada y heroísmo cobarde. Es otra performance más de los apóstoles ateos de la diversidad excluyente y la moralidad impuesta donde ellos son el bien.

Quizá el magnate solo haya virado el sentido de las corrientes de odio del mismo modo que hacen subir y bajar el nivel del agua en el Canal de Panamá para que por mitad de la tierra consigan avanzar los barcos. Pero hay maneras de vencer al algoritmo igual que surgen historias bellas de la destrucción salvaje de cada guerra. Y el secreto no está en buscar bélicas estrategias para resistir si no en encontrar formas para existir.

He llenado mi muro de cuadros de Hopper, Sorolla, Renoir o Van Gogh, de las salas más sobrecogedoras del Museo del Prado y de versos escogidos por editoriales y poetas. Surgen en la pantalla salpicados de exabruptos de políticos, activistas y bots que así entretejidos se sobrellevan distinto. Bajo el scroll y aparecen paisajes olvidados de la España perenne matizados por la luz de los atardeceres, las nieblas de invierno y grandes lunas azules cazadas por teleobjetivos. Hasta los "odiadores" gritan menos aplastados por un cielo castellano que casi no deja espacio a la tierra.

Leo a Marte de Velázquez y sus detalles de madera policromada que se pliega en ropajes y miradas maestras de lienzo hechas a pincel. Veo a Benito Navarrete paseando la melancolía y el final del otoño en los jardines del Palacio de Aranjuez. O a aquel perfil que recupera curiosidades históricas que a veces, confieso, acaban inspirando alguna que otra columna. La cultura es la salvación porque hay cosas que, da igual los siglos y las máquinas, nunca cambian.

Las redes sociales son el primer triunfo de la tecnología frente a la humanidad. Así que no tengan miedo que ya fuimos derrotados. Y no les hizo falta robarnos los trabajos ni ojos saltones dibujados con dos rayas. Bastó con enseñarles a conocernos. El algoritmo es un monstruo alimentado por nosotros mismos, un reflejo deformante y respondón que hay que aprender a domar. Si Elon Musk, Mark Zuckerberg o la China de TikTok quieren construirnos una burbuja, soplemos. Soplemos y que además de las consignas, los insultos y las mentiras al menos nos quepa dentro Velázquez, Miguel Delibes, Zweig y los palacios de La Toscana.

Si el algoritmo perverso de Musk te lanza espumarajos devuélvele los garrotazos de Goya. Si te arroja desesperanza recita unos versos de Manuel Alcántara. Si te acosa grita como Munch, abraza como Juan Genovés, acaricia como el mármol de Miguel Ángel y susurra como Joaquín Sabina. Las redes (como la vida) consisten en aprender a respirar entre el fango, el lodo y el polvo de tu propia burbuja.