Una señora hace arabescas en la pista de patinaje. Tiene un amplio diastema que la particulariza. Su pelo es corto, rubio y ondulado. Parece salida de una película americana sobre la huida de la esposa de un violinista que fue capturado durante la ocupación de los Sudetes.
La pista está flanqueada por cuatro enormes abetos decorados con bolas rojas y amarillas. Suena Mozart en su ciudad mientras la patinadora hace piruetas y corre en óvalos sin perder la sonrisa. Los jóvenes dan buena cuenta de patatas asadas con salsa de ajo que pasan por la garganta con un buen trago de especiado vino caliente. Los belenes jalonan la ciudad y las luces amarillas sobre espumillón verde cubren las fachadas de cafeterías decimonónicas que ofrecen bombones de mazapán, tartas Sacher y antiquísimos pasteles de manzana que los jenízaros trajeron al cruzar el Danubio azul. El cementerio, integrado en el centro como una calle más, exhibe sus humildes panteones decorados con velas y coronas de oropel. A Mozart se le une el sonido de un molino de agua procedente del patio de Muhlenhof, vigilado por una pared pétrea donde se esconden las catacumbas de San Pedro.
Los pasajes de Graz y Salzburgo están llenos de árboles naturales, de menor y mayor tamaño, decorados sin estridencias, con pequeñas bolas que alternan con otras más grandes y, en algunos casos, con una elegante ristra de luces doradas. Los presentes disfrutan de su vino o de su café alrededor de cubetas llenas de teas que crepitan mientras se consumen. La nieve es el copete del cuadro de una civilización a la que hemos renunciado a parecernos, aun en su forma más humilde, la de Plácido y Felices Pascuas.
Llego a España y veo a familias Shrek hacer directos en tiktok emitiendo la imagen de unos leds discotequeros con forma de camello, al costado de una Catedral herreriana. Suena Mariah Carey mientras cierran el Pull and Bear. Un señor con pinta de hacer tour por los estadios de las ciudades que visita hace mil fotos de una grúa triangular electrificada y patrocinada por Leche Gaza. Un hombre lento que parece haber adquirido su ropa en el Carrefour espera su turno en el foodtruck de El Corte Inglés con su emocionada novia, que sube una historia de su espera con el mantra de Mariah Carey. El trenecito que cada año se introduce en un decorado con unos alienígenas abduciendo a Elvis Presley hace las delicias de unos peruanos que retransmiten su evento canónico por Facetime con un familiar.
Nos hemos quedado sin Navidad. Nuestros más socialistas opinadores se enfadan porque el edil zamorano pone demasiadas pocas luces. Nuestros más horteras opinadores acabaron satisfechos con la Feria de Abril de las navidades pasadas. La gente corre para inaugurar las luces de la Vigo de Abel. Los catetos quedan epatados con el laicismo de las luces que emulan el Big Bang. Pero siempre, en esta España inmisericorde con la naturalidad y el buen gusto, suena Mariah Carey.