Es ocho de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción. No cabe un alfiler en Sevilla, como si la ciudad fuera la Maestranza en Domingo de Resurrección, cuando Curro Romero abría su capotillo de brega para lancear a la verónica. El ‘Faraón de Camas’, con terno de azul carretería y oro en homenaje a la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad, de la Pontificia y Real Archicofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, San Francisco de Paula, Gloriosa Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad. Sevilla es superlativa, pura hipérbole.
La ciudad hispalense celebra la Magna Procesión en la fiesta la Purísima, para proclamar que Sevilla ostenta el cetro de todas las procesiones de España. En la Plaza del Triunfo, coronada por un enorme monumento a la Virgen de la Inmaculada Concepción nos cruzamos todos los ‘capillitas’ de Castilla y León, que hemos peregrinado a Sevilla como si fuésemos a presenciar la aparición de la Virgen de Fátima a los tres pastorcillos en Cova da Iria.
Sevilla no tiene el abrileño aroma a azahar, pero los sevillanos se engalanan con traje y corbata de flores para dar a luz en diciembre otro Domingo de Ramos. Sevillanitas con falda bien ‘planchá’ y zapato salón. Los ‘capillitas’ de Castilla y León aprovechamos para acudir a la Catedral. A la vera de la Giralda descansa para la eternidad fray Carlos Amigo, su otrora Cardenal Arzobispo. Don Carlos, vallisoletano de Medina de Rioseco es ya otra leyenda sevillana. Legendario para siempre como Curro Romero, la duquesa Cayetana Alba, Velázquez, Bécquer o Machado. El franciscano Cardenal Amigo, fue a la vez fraile y príncipe renacentista. Tal majestad desprendía, que Antonio Burgos cuenta en uno de sus artículos que en el funeral sevillano por la Condesa de Barcelona, revestido don Carlos con terno del Real Tesoro, exclamó su esposa al paso del Cardenal: ¡Vaya pedazo de Papa!
Castilla y León es siempre vecina perpetua de Sevilla y se siente en Triana, en Santa Cruz o el Arenal. Su Rey Fernando III el Santo rindió a la ciudad para la Cristiandad.
En el Real Alcázar sevillano se despliega el patio de la Montería del Rey don Pedro y en su portada los escudos de Castilla y de León. Al visitar el regio Alcázar regresan mis recuerdos a un gélido enero cuando atravesé ese bello patio a la verita del Cardenal Amigo, para pronunciar en el Salón del Almirante un pregón de la Semana Santa de Medina de Rioseco. Castilla y León también lució cristos y vírgenes aquella noche en Sevilla.
La Magna esculpe en mármol cada instante de las calles sevillanas. La Virgen de los Reyes porta en el frontal de su tumbilla un escudo de castillos y leones fernandinos. En la Torre del Oro gira una primorosa ‘revirá’ de la Esperanza Macarena, con la pontificia Rosa de Oro a sus pies. Su trono embriaga de aromas a azucena y alhelí. También el techo de su palio luce un bordado con el castillo almenado y el león rampante. Castilla y León ha vuelto a conquistar Sevilla. La Trianera se lo ha cuchicheado al ‘El Cachorro’, mientras suena una ‘arrancá’ que da vivas a la Reina del Cielo y a Sevilla cristiana. Como si Fernando III, Rey de Castilla y de León, acabase de recibir las llaves del Real Alcázar de manos Axataf, arrodillado caudillo alhomade.