Córdoba en diciembre es un portal de belén mozárabe. Y hay villancicos por las esquinas y en las mezquitas, que después fueron catedrales renacentistas. En un bar de Claudio Marcelo, a las siete de la tarde, como si fuesen las seis de la madrugada en Castilla y los años veinte en París, están todas las luces encendidas y brilla tras los cristales un jolgorio de palmas, de guitarra y oles y villancicos porque es diciembre justo antes de Nochebuena. Parece que el bar estuviese cerrado sólo para ellos, pero está abierto para todo el que pasa por la calle y dentro se escucha: 

—¡Viva el niño Jesú!

—¡Viva!

—¡Viva la Virgen María!

—¡Viva!

—Viva San José, que ha puesto una freiduría!

—¡Viva!

—¡Y vivan los camelliiiitos!

—¡Viiiiivan!

Toda la alegría de Córdoba está en un bar pequeño, como si fuese el portal de Belén donde se reuniese la ciudad entera con un barril de Cruzcampo, que tiene colgados carteles de domingos en los que todavía toreaban Pepe Luis Vázquez y Manolete y Lagartijo y hay carteles de la Feria de Córdoba y crónicas de tardes de gloria en papeles amarilleados por el tiempo. 

Por rumbas van cantando «Campana sobre campana», «A Belén Pastores», «En el cielo se alquilan balcones» y todo el cancionero, que es el que une Andalucía con Castilla en Navidad, porque son lo mismo, pero con distinto compás. Castilla es Andalucía bajo cero, y Andalucía es el Barroco y las golondrinas de Bécquer por el aire. 

Se suceden los villancicos y siguen los vivas a la Virgen, al Niño y esta vez a San José autónomo. «¡Viva!»

Tienen respeto por lo suyo. El que lleva la voz cantante en una mesa larga y poblada como sacada de un videoclip de C. Tangana, pero sin haber tenido que contratar un director para la escena, se mezclan padres, hijos y muchas voces. La principal resulta que es de un albañil, qué arte. "¡Quiero un ole para el tipo que mejor pone los azulejos de Andalucía!" y todo el bar grita un "¡Ole!"

Tienen respeto por lo suyo, que es todo lo que hagan esta tarde. Allí no se avergüenzan, como si ser cristiano en la intimidad hubiese pasado de moda. Hoy son creyentes apretados en un bar, cantándole a la Navidad. Piden silencio y cantan una sevillana a la Virgen del Rocío, que es un villancico de mayo. En Valladolid los bares están hasta arriba también, pero suenan menos villancicos, como si nos hubiésemos olvidado. Recuerdo hace tres años pasar el día con dos amigos en Burgos uno de esos días que van de Navidad a Nochevieja y dos o tres vinos después –con la Calle Sombrerería hasta la bandera- cantar a pleno pulmón cada uno de los villancicos que se nos fueron ocurriendo. Diez minutos después nadie hubiese dicho que los burgaleses fuesen fríos. Media calle coreaba "Adeste Fideles" y la otra media pedía ese de "con mi burrito sabanero". 

Se nos acaba Córdoba y dejo allí colgada esta postal, porque si no nos da el 24 y no se les acaba la juerga, ni los villancicos y nosotros sin volver a Valladolid. En La Mudarra hay niebla y los mismos villancicos porque lo que vertebra España no es el AVE, sino sus tradiciones le pese a quien le pese y en diciembre toca Navidad. Y porque estamos en Navidad: 

—¡Viva el niño Jesú!

—¡Viva!

—¡Viva la Virgen María!

—¡Viva!

—Viva San José astronauta!

—¡Viva!

—¡Y vivan los camelliiiitos!

—¡Viiiivan!

—¡Que aquí estamos en la gloria!