Muchos días como hoy, una pareja humilde busca un lugar para cobijarse. No importa que no sea, como aseguran los historiadores, 24 de diciembre ni que se cumplan, por ahora, 2025 años. Tampoco importa el pueblo exacto que recorren porque esta es una historia universal, ubicua y moldeable a nuestra imagen y semejanza. La mujer embarazada está a punto de ponerse de parto y el hombre, bastante mayor que ella, calla su preocupación ante la urgencia de encontrar un pequeño rincón al resguardo del frío con la responsabilidad de convertirlo en el hogar más modesto del mundo.

Este 2024, los dos caminan abrazados por unas calles todavía muertas. Han dejado atrás el mar y la albufera y, buscando refugio, se adentran en una ciudad sin alegría, donde aún no esperan la Navidad porque los relojes continúan marcando las 19:43 y los calendarios señalan el 29 de octubre. Avanzan despacio y su silueta cruza las montañas de cientos de coches ahogados, igual que en otro tiempo atravesaron los desolados Montes de Judea. No hay posadas abiertas. El asfalto sigue teñido de marrón catástrofe. Hay muchas ventanas apagadas y algunos garajes con las puertas destrozadas.

En la calle más oscura, donde más huele a tristeza, el hombre se encuentra con la mirada de ella, que se toca el vientre con delicadeza y asiente. Frente a ellos, una puerta de garaje y una oscuridad densa y macabra. Con su bastón, él se interna rampa abajo mientras ella espera. No tarda en tocar, con la madera, un lodo espeso que lleva dos meses cubriendo los cimientos de decenas de vidas solo en ese edificio. De vuelta a la entrada, extiende unas mantas entre la pared y un par de columnas cruzadas por dos rayas: una ancha y amarilla de pintura, y otra, más arriba y hasta el suelo, entre terrosa y parda. Allí, recostados y en silencio, aguardan a la luz de dos velas. Son un destello insignificante frente al negro muerte que se extiende desde los sótanos. Desasistida, la mujer rompe aguas. Poco después, se escucha el llanto primero de un niño entre las mantas.

Ahora, las dos velas iluminan la escena como un claroscuro del Greco, y se abren enfrente un par de ventanas. Suenan puertas, y una señora en bata les ofrece una lata de sardinas porque todavía no puede cocinar nada en casa. Otro calienta leche en un hornillo de camping gas. Dos niños empiezan a cantar villancicos con el abrigo por encima del pijama. Poco a poco, aquella calle de calles tristes y oscuras renace a la vida en un invierno cruel al que, también, le vencerá la primavera. Esta noche nace el Niño en un garaje valenciano de Paiporta, Catarroja, Alfafar o Algemesí. En un Belén con fango y sin desierto, porque desde el siglo XIII montamos belenes que recrean nuestros paisajes para intentar que Jesús nazca también aquí. El único propósito, con fe o con ganas, es abrazarnos a la esperanza. Esta noche es Nochebuena. A pesar de todo lo que esconda ese "todo", celebre y aguarde. Crea o desee. En el fondo, tampoco importa demasiado. El Niño nace siempre donde y cuando se necesita. Feliz Navidad.