Me cuenta Marisol que después de años pensando en irse a Valladolid, su hijo se está haciendo una casa en el pueblo. Y allí se queda. Es primavera en sus palabras. Sin duda ese +1 puntúa en una casilla de excel en una oficina donde varios funcionarios se desviven por repoblar, pero más aún puntúa el inquilino rural que viene de nuevas. Vida extra. La verdadera conquista.

Puede que al reto demográfico le falte buen marketing. Tiene producto: pueblos sedientos de habitantes, con vivienda -más o menos-, oportunidades de empleo -más o menos-, servicios -más o menos- y un sinfín de ayudas para que casi todo lo que es menos sea un poco más. Tiene público objetivo: nómadas digitales, familias a punto de estallar de la impotencia en la ciudad, inmigrantes de hábito rural. Tiene mercado: necesidad de vidas habitables. Pero le falta marca, le falta unidad en la estrategia y le falta canal.

La palabra "repoblación" chirría: uno piensa en la Edad Media o en un bosque de pino silvestre. El naming del caso es problemático. El original, "despoblación", fue sepultado rápidamente una vez que cumplió su papel de sembrar la alarma. Luego prendió "la España vacía", pero era tan desolador que tuvo que ser atenuado con el participio: "la España vaciada", que sugiere que ahí fuera hay alguien culpable de haber quitado el tapón de la bañera. Tampoco sirve. No si se trata de persuadir a la gente para que se venga; quién va a querer vivir en la España vaciada. Hasta Costa da Morte funciona mejor. En el extremo del drama está Cantabria, que este mes ha acordado los requisitos para conceder la etiqueta de "municipio en riesgo de despoblación", algo a medias entre un cartel de ACME en los dibujos del Correcaminos y una novela de Cormac McCarthy con un amanecer de ceniza.

El habitual enredo administrativo tampoco ayuda. Lo subrayaba hace poco el responsable de la OCDE de visita en Castilla y León, aunque tampoco hacía falta. Tenemos tan dispersa la cartera de productos que parece que somos empresas distintas. Hacen la guerra por su cuenta ayuntamientos, diputaciones, consejerías, ministerio... y entre tanto, surgen intermediarios a modo de distribuidores, y acaban regulando el sector. Iniciativas como Arraigo y Holapueblo son las que unen los puntos entre el lugar y la persona; servicio y cliente. Los lanzamientos de esta temporada han sido Pradoluengo y Herrera de Pisuerga. Llegan al mercado con un portfolio completísimo que detalla a cuánto están los pisos disponibles, horario de atención médica, nombre del colegio, negocios que hacen falta y rutas para los domingos. Hay cada poco titulares tentadores: ahora mismo en Piñel de Abajo se alquilan dos viviendas por cien euros al mes.

La información es valiosa. Pero está dispersa y deslavazada. Encriptada al fin para el receptor ideal. Alguien que, lejos y en la penumbra, la necesite sin saberlo (aún). Uno de esos habitantes de vidas inhabitables. Ojalá una caja de Wonderbox para Reyes con el plan de vida trazado, un teléfono de ayuda para seguir las pistas, una oportunidad compacta.