Te dispones a abandonar a tu familia para celebrar la 'Tardebuena'. Eres la mar de original, un hombre alcohólico y sagaz. Dejas a tu senecta madre empalmando la comida con la cena, las paredes exudan vino rancio y la grasa chorrea ente las juntas mientras tu consumes cervecitas con esos amigos del barrio que celebran la Navidad como si estuvieran divorciados estando solteros. No les quiere nadie. Nadie les aguanta.
Cervecitas que desembocan en gintonics en bares con motivos africanos. Das la tabarra a una veinteañera que se encamina hacia la misma derroición que tú, la del orgullo de barrio. Tu madre está al borde de la lipotimia, ni un vaso de agua se bebe. El frigorífico va a estallar. La campana extractora suena como si en su interior viviese una paloma. Y venga con los gintonics. Una parada técnica en el baño. Se te cierra el estómago con un nudo gordiano. Tu pobre madre está untando canapés como si no hubiera un mañana. Ha hecho canapés para un regimiento. Hay canapés para dar y regalar.
Sigues haciendo el sinvergüenza. Das vergüenza al niño Jesús, al que todavía le faltan unas horas para nacer. Derramas parte de la copa en el polo que te compraste en el Carrefour. Eres pobre de solemnidad, te estás fundiendo la extra en el bar. Apuras la copa, la ropa te sobra, "la vida es que está muy mal", repites a esos amigos tanto o más desgraciados que tú, uno pagando la comunión de un niño cabezón que no es suyo y el otro mirando pisos de Tecnocasa con una mujer a la que ni siquiera ama.
Tu madre está jugueteando con el accidente cerebrovascular. Pone la mesa con tu tío el viudo, que está perpetrando la misma jugada de vago redomado que tú pero viendo los mejores momentos del programa de Risto Mejide. Tu madre trabaja como un robot, cocina y coloca, coloca y cocina, porque en varias décadas nadie le agradeció mantener la estabilidad de una familia abocada al fracaso y al Ingreso Mínimo Vital.
El abuelo lleva con el pantalón cagado desde que terminó el especial de La Ruleta de la Suerte. Está cagado hasta la rabadilla, el viejo. Última copa y para casa. Anda, que te has lucido. En un alarde de paludismo, otro desgraciado se enorgullece de cenar pizza, el muy miserable, ingenioso de barrio, héroe de la miseria. Es hora de irse. La familia ya se dirige a la mesa. Abres la puerta, te saluda el Belén. Te recompones. El abuelo apesta a purines porque nadie ayuda a tu madre. Ni te planteas darle las gracias. Ha hecho la compra, ha venido cargada y lleva desde por la mañana quemándose el morro para alimentar a un caballerete que paga una entrada para ver a Juan Dávila pero que es incapaz de presentarse con una botellita de vino.
José Mota hace un sketch imitando a Rajoy. Bienvenido a 2016. Ofreces vino como si lo hubieses comprado tú. Crees que no se han dado cuenta. Tu madre es una santa. Llora por dentro. Menudo elemento. Las gambas se han quedado frías y hay canapés para acabar con el hambre en el mundo pero apenas puedes probar bocado. Disgusto al canto. Quién iba a decir a tu madre que ese navideño niño iba a ser tan solo un mileniol borracho.