La Moncloa, además de la sede de la Presidencia del Gobierno, es la academia de élite del sanchismo. No solo porque los másteres que dirigía Begoña Gómez en la Universidad Complutense de Madrid se gestionaran desde sus despachos. Pedro Sánchez ha convertido este palacio de todos en el centro de formación de su maquiavélica e inmisericorde concepción de la política. Ese manual de resistencia, conocido popularmente como sanchismo, no tiene su santuario en Ferraz, sino en la sala del Consejo de Ministros, corazón y cerebro de su estrategia permanente para aferrarse al poder.

Cualquier cargo socialista que quiera progresar en este PSOE sin socialismo sabe que alcanzar un ministerio ya no es un objetivo final. Ser ministro con Sánchez es solo una prueba de confianza en una escuela de altos mandos llamados a cumplir otras tareas posteriores. Nada de cementerios de elefantes ni de retiros dorados en el Senado después de lucir cartera. El ministerio es solo la iniciación, el noviciado y el primer servicio importante a la causa.

Los ministros, para Pedro Sánchez, son lugartenientes que, formados a su vera, acaban preparados para el único fin de extender los tentáculos del Gobierno a todas las instituciones, organismos y federaciones socialistas posibles, alargando la vida política de Sánchez e intentando perpetuar el sanchismo tras su marcha.

Ser ministro en estos Gobiernos de Pedro es mejor que cursar un máster del CEU y tiene más inserción laboral que un grado superior de FP en Administración y Finanzas. Puede ser inmediatamente después Fiscal General del Estado, magistrado del Tribunal Supremo o Gobernador del Banco de España. También tiene como salida alguna suculenta embajada, la presidencia del Banco Europeo de Inversiones, la vicepresidencia de la Comisión Europea o incluso el interesante puesto de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores.

Una cartera de ministro es un trampolín para hacer grandes cosas. Sánchez acabó con las puertas giratorias igual que mi padre quería siempre hacer más grande el salón de casa de mi abuela: tirando tabiques. Para qué darle vueltas.

Pero si como ministro destaca en lealtad al líder y agresividad contra la fachosfera, el núcleo duro de Moncloa lo enviará a defender las siglas. Eso sí, debe ser ejemplo de apóstol y buen comisario político. Entonces, lo más factible es que acabe siendo secretario general de una federación autonómica del PSOE y, después, candidato a presidir alguna comunidad autónoma. No le garantizan la victoria porque todavía votan los ciudadanos. Así se marcharon Salvador Illa o Reyes Maroto. Así saldrán del Gobierno Óscar López y Pilar Alegría.

No hay mejor forma de perpetuar el sanchismo dentro del propio PSOE que eliminando cualquier disidencia con ministros tentáculo de Sánchez en todas las secretarías generales posibles. Siempre hay un ministro para un descosido.

Con esta lógica en Castilla y León a Luis Tudanca (al que todavía no le han hecho públicos los rivales) debería sustituirlo Ana Redondo u Óscar Puente en el Congreso Autonómico de febrero. Pero la primera regla del sanchismo es que puede traicionarse a sí mismo cuantas veces sea necesario. Y, de momento, no parece que aquí vaya a caernos un ministro en 2025. Dicen que Ana Redondo no es alumna aventajada en la academia del presidente. Y que Óscar Puente, el ministro follonero felizmente reconvertido en curri de Fraggle Rock tras la DANA, estaría acumulando méritos para ser el candidato a la presidencia del Gobierno cuando el líder falte. Sánchez nos libre de un sanchismo así después de Sánchez.