Pillado al vuelo suena a cualquier cosa. Bien podría ser, qué se yo, el nombre de un dramaturgo griego que programen en el Festival de Olmedo. "Del placer y sus peligros", por Detox de Dopamina.

Me lo encontré de sopetón deambulando por Instagram, en uno de esos formatos de entrevista/conversación entre dos muchachos. Decodificado el asunto, de lo que hablaban era de la desintoxicación (detox, pronúnciese "dítox") de la hormona del placer (dopamina). Una especie de purga anímica que, al parecer, conviene hacer de vez en cuando para no morir de ansiedad. Subyacente latía la idea de que vivimos en un chorreo desproporcionado de gratificación instantánea y somos adictos a un placer basura alojado habitualmente en el móvil. Nada que objetar.

El planteamiento era tipo test. Decía el joven experto en el tema: "Si no puedes sentarte a leer diez páginas de un libro: dítox; si no puedes comer sentado solo sin ver un vídeo: dítox; si no puedes levantarte de la cama sin echar mano al teléfono: dítox". Red flags aderezadas con un tono de estar de vuelta de todo y saber que por la mañana la dopamina suficiente nos la ha de proporcionar la atávica costumbre de mirar la luz del sol y hacer groundind (sic.) Al tirar un poco del hilo el algoritmo, surgieron otros ecos e incluso testimonios personales de pseudoadictos que se autorregulan y consiguen esquivar la dependencia (de hacer scroll en el móvil, de ver porno, de contar likes, de buscar nuevos bucles de satisfacción-frustración). También lo llaman "ayuno de dopamina". Hay una especie de cadena humana de estoicos contemporáneos instragramers y tiktokeros que dan consejos sobre cómo resetear (para poder seguir).

Recordarán aquellos bares de Japón, los Neko Cafes, donde la gente va a acariciar gatos. Antídoto ante la falta de cariño y el individualismo feroz. Viendo este asunto de la dieta digital y el estado de nervios de algunos, tal vez surjan por aquí establecimientos antiestimulantes donde refugiarse para recuperar la capacidad de atención, al modo de esos bares que ponen carteles de "no hay wifi: hablen entre ustedes". Inventarán... ¿bibliotecas? ¿iglesias? ¿museos? ¿bancos en el parque?

Según Oxford, la palabra del año que acabamos de despedir es "podredumbre cerebral": deterioro del estado mental o intelectual de una persona como resultado del consumo excesivo de material (particularmente contenido on line) considerado trivial o poco desafiante.

Algunas investigaciones académicas –Oxford, Harvard- ya han sido capaces de demostrar que las redes sociales están reduciendo la materia gris, acortando la capacidad de atención, debilitando la memoria y distorsionando procesos cognitivos fundamentales.

En un par de siglos, el Museo de la Evolución Humana, que seguirá siendo el más visitado de Castilla y León, exhibirá a Miguelón, desconcertado, entre la vitrina de un cerebro actual jibarizado y la de un procesador cuántico del tamaño de... una anfetamina.