Los domingos se han vuelto todos iguales. Y los sábados. El ocio en general. Hemos convertido el asueto en gasto de forma indisoluble. Sin dinero en el móvil, que es el oro de Moscú, no queda nada porque falta imaginación. Las ciudades se han rediseñado en la última década para que, como un taxi, cada varios metros vayan sumando euros. Del parking al vermú, porque tampoco ofrecen más. España, como Europa, se ha convertido en una civilización de terrazas e inspectores de Hacienda. Y a diferencia de Roma o de París, que las sillas por lo menos son de mimbre, en España siguen siendo de Mahou. Los museos los llenan otros, tipos que vienen de lejos a ver lo que nosotros tenemos en casa y hemos olvidado porque cada español tiene más probabilidades ya de sufrir una embolia que de pasar dos tardes de su vida en El Prado.
Las ciudades se hacen rectas para que nadie se equivoque de dirección. Se erigen más altas, más largas, pero sin horizonte. Hay una falta de alternativas porque lo que escasea es la imaginación. La mayoría exige lo mismo, vermú y Twitter, que es pan y circo, pero más caro. Y los árboles estorban, por si alguno recordase a la naturaleza. ¡Cemento y más cemento, por favor! Eso sí, que no entren los coches de los pobres en Madrid. Las ciudades son para los ricos, como las bicicletas eran para el verano.
El único ocio barato que queda es el periódico, que da para varias horas los días que se deja leer. Porque el tiempo libre, a grandes rasgos, es ya sólo una franquicia que monetizar en serie en Valladolid o en Madrid. Y esto ya no hay quien lo pare, lo de la falta de imaginación digo. Caí en la cuenta leyendo a Julián Marías, que en los años setenta escribía de la pérdida del glamur a propósito de una película de Hitchcock; de 'Atrapa un ladrón' para ser exactos. Suerte que Marías murió en 2005 y no ha vivido los últimos veinte años. Tal vez porque el último glamur que nos quedaba era el de la imaginación, más allá de esta tiranía que es el gasto necesario para que todo se sostenga. El ocio exige dinero y más dinero cada día. España necesita mantener este estándar de gasto porque el día que los españoles dejen de tener liquidez en mitad de esta crisis en la que estamos –pero que nunca termina de llegar– empezarán a cerrar todas las esquinas del país. Este es un avión que ya no se puede aterrizar, por eso Europa lo riega de millones para que nada cambie, porque esto no puede gripar.
Y no escribo en contra del consumismo. Dios me libre de caer en el comunismo a estas alturas y acabar de vicepresidente en la Moncloa. Sencillamente escribo a favor de los domingos que no exigen nada más.