Me encanta mecerme en 'Doctor en Alaska' para dormir alguna siesta tonta cuando estoy triste. El día que Filmin anunció su reposición, sentí el consuelo de quien recupera un viejo álbum de fotos, la manta del sofá perdida tres mudanzas atrás, aquella nota manuscrita que dice "siempre te echaré de menos".
Chris, el locutor de la radio local de Cicely, habla al micrófono con un libro en la mano. A veces filosofía, a veces poesía. Lee en voz alta, lanza ideas provocadoras, invita a pensar -invita a pensar- entre planos del lago, de las cabañas, del bar de Maurice donde todos se refugian algún rato. Y la atmósfera se parece mucho a la que dibuja un médico rural más cercano, convertido en cronista de un lugar y de una época.
-Cipriano, le tengo que mandar a Ávila al hospital.
-Doctor, y si no vuelvo, no pasa nada. Ya he vivido demasiado. Estoy cansado.
-Cipriano, siempre queda un instante por vivir. Volverá a sus cumbres de Gredos, todavía me tiene que coger unas pocas de sus ricas cerezas. Iremos juntos."
Es el doctor Mendoza el que comparte la escena. También el doctor Fleischman, en la pantalla, mira al indio resignado a su vejez sin entender muy bien la leyenda que Ed -mestizo y traductor de palabras y silencios- le está contando. La magia envuelve los misterios humanos en las altas cumbres de Alaska y de Gredos. Desarma al médico rural -a ambos- capítulo a capítulo.
Por los tuits de Andoni Mendoza sabemos que Cipriano salió de aquel bache de junio y también que estos días ha llorado su marcha. El médico de los 23 pueblecitos de la Sierra de Gredos se va. En su particular trashumancia, cambia de plaza a otra cercana voluntariamente, deja esta parte de la sierra "triste y oscura". "La vida son etapas", le dice a su paciente.
Los personajes de esta serie basada en hechos reales son Felisa, Cipriano, Luciana... Los mayores del lugar, los que confían al médico sus miedos y sus recuerdos tanto o más que sus dolencias. Les atormentan la soledad y el olvido. También asoman a veces sus hijos, los que sólo vuelven los veranos, cuando el jolgorio de los críos prende en las calles para resonar durante el invierno.
Austeridad formal y hondura. Un influencer natural, una voz de verdad. Fotos de vacas y de arroyos, de las cumbres, del otoño que se solapa con el invierno, de la pata de cordero que un paciente tiene en el horno para compartirla con él.
Este médico rural habla de cerezas y frambuesas, de manzanas y castañas. Los alcaldes del Aravalle le acaban de regalar una placa grabada: "te echaremos mucho de menos".
Entre líneas, cuenta que no hay escuelas en ninguno de los 23 pueblecitos, que las guardias médicas pertenecen a un modelo abocado a la desaparición, que una enfermera y una farmacia son sus cómplices para sostener la salud de unos 400 vecinos y que le cuentan cada vez más, con gran pena, que han tenido que vender las vacas. Como Chris en la radio, invita a pensar. Como la sintonía y el alce, abriga.
"Soy un médico rural. No salvaré muchas vidas. No descubriré un nuevo antibiótico. No operaré con un mando a distancia desde Boston a un paciente chino. Admiro a mis colegas capaces de eso. Pero yo soy feliz en la Medicina de cuerpos y almas donde habita el bendito olvido".