Pureza y emoción ritual, Festa do Menino en Vila Chã de Braciosa
Las tierras transmontanas viven en esta época del ciclo natural de invierno sus fiestas más ancestrales. Cada cual con su idiosincrasia, con sus particularidades, sus maneras y, sobre todo, sus localismos. Es que, como asegura el dicho, para gustos no hay disputas. En esta situación de solstitium se halla la Festa do Menino de Vila Chã de Braciosa, en el concejo de Miranda do Douro. Además, puede ser que uno de los pueblos, a gusto del viajero, de más interés en la arquitectura rural de las Terras de Miranda.
Si Miranda do Douro quemó el 'Velho' en la nochevieja, en esta mañana fría y débil lluvia las calles de esta bella aldea eran recorridas por la Bielha o Velha (mirandés y portugués), el Bailador y la Bailadeira. Es la representación de un año que ya se fue (la vieja) y la llegada de otro nuevo -por eso el fuego antaño se prendía en la noche vieja-. Es la fiesta que resume la alegría transformada en baile y danza y música de la buena. La gaita de foles con Enrique Fernandes, la caja con Angelo Arribas y el bombo con Manuel Galego también recorrían las calles y rincones de la aldea impregnando el ambiente de música pura, buena, limpia, sin estridencias y acompasada con la exqusitez que imprime la edad, la experiencia y el hacer de los músicos 'viejos'.
Con este acompañamiento, y los vecinos del pueblo -con escasos forasteros- que se sumaban y participaban, casi en su totalidad, al rito, no era de por menos que la fiesta fuese distinta, especial. En cada parada en una casa habitada, en cada alto para echar una pinta, en cada broma de la Velha con el viajero, este se daba cuenta de que el ritual reside en la implicación de quien lo protagoniza. Es el candor de los tres 'mascarados' y los mayordomos / mordomos. Es la emoción por participar en el rito de la sociedad que los acoge y a la que pertenecen. Son las lágrimas de la Velha -César Martins, que lleva 20 años participando en la ceremonia- cuando en un corral ya nadie sale a recibir... sus moradores ya no están entre los vivos. Es el silencio. Es el respeto. Es la oración que sube afilada como una flecha en el camino sin retorno. Es como esa cronostasis cerebral en la cual parece que el tiempo se alarga, o simplemente se detiene, durante unos instantes. Es la triste realidad de estos pueblos, de ambos lados de la frontera, con una despoblación galopante y sin miras de detenerse.
Ritual y ronda
La vestimenta de la Velha es la que más llama la atención del viajero. Sus colores y bordados. Pero tiene mayor interés el collar de bogallas, del que salen pelos, terminado en un crucifijo de corcho tiznado. Son la vejigas con las que arremete a los abuelos, los niños y también al viajero, cachis. Como también el Bailador -encarnado por el joven Cristovão Fernandes-, que luce sombrero y calzas con castañuelas para bailar, y la Bailadeira -Nicolás Fernandes- que va vestida de mujer y, por cierto, a la único participante que se le permite asistir a los actos religiosos en honor al Menino -tanto a misa besando al Niño Jesús, como a la procesión-. A la Iglesia no le quedó más que asumir esta condición aceptada por toda la comunidad. Es la victoria del rito social de un pueblo sobre la imposición eclesial. Siempre fue así y es necesario que así sea para una entrada de año nuevo buena para el campo.
Con todos estos ingredientes, y con la ayuda -pero qué ayuda más especial, desinteresada y realizada con el alma de la comunidad- de los mayordomos Ricardo Curralo, su hermana Daniela y André Arribas se realiza la ronda. Son los jóvenes quienen mantienen y mantendrán vivo este rito. Ellos lo viven, lo disfrutan, lo defienden, lo avivan como esa hoguera que se prende al final de la tarde y que debe perdurar hasta Reyes.
Es la llamada a cada puerta de una casa que esté habitada, de donde salen los vecinos con la chouriça -para no perder la costumbre- pero con un billete o dos en la mano. Otros sirven dulces y vinos, sobre todo moscatel. Es el baile/danza de triunfo y alegría de los mascarados cuando reciben la esmola y suenan los cohetes de anuncio. Son las mujeres, como Fernanda Chumbo, o la abuela de los hermanos Fernandes -qué salero a su edad- que se marcan unos pasos recordando aquellas danzas de antaño... Con los sones de los gaiteros mezclados con la lluvia lleta la hora de comer.
Ya por la tarde es la misa en honor al Menino, es el besapiés, es la procesión y son los bailes a la puerta del templo cuando pasa todo lo sacro. Llega el encendido de la inmensa pira al borde del atrio eclesial que prende la Velha y el mayordomo. Es la llama que se alza viva, fuerte y luminosa con la disposición de César, Ricardo, Daniela, André, Cristovão y Nicolás, porque gracias a ellos la fiesta sigue viva.
Con el exquisto trato al viajero de estas gentes de Vila Chã, abandona la aldea camino de Salamanca. Por la carretera, con la noche casi entrada y la lluvia que amenaza, en sus entrañas aún suenan las melodías de los gaiteros, los golpes de las vejigas, el lamento ante el sentido trágico de la vida y el poso de la buena gente que piensa con el corazón. Porque reir y rodearse de buena gente, siempre es un buen plan, cachis.
FOTOS LUIS FALCÃO