Barca d'Alva, la tierra en flor que perfuma el Duero
Viajar a Barca d'Alva, de la preciosa freguesía de Escalhão, se convierte siempre en un camino de sorpresas. En esta aldea fluvial -de las más sugerentes, atractivas y con futuro más prometedor del Duero, tanto español como portugués- nunca un viaje es igual a otro. Si de su simulada monotonía, como la del agua remansada de la esclusa de Pocinho, pareciese que el tiempo se ralentiza, nada más lejos de la realidad. Es un continuo placer para los sentidos esta tierra de viñedos, olivos, almendros, naranjos y río, todo es río, hasta el inconfundible aroma de los barbos, y algún lucio, que dos veteranos pescadores logran pescar en menos de una hora.
Es la tierra de los almendros en flor, el paisaje que corta la respiración. La flor del almendro proporciona los meses de febrero y marzo un espectáculo de colores que se extiende por los valles del Duero. Un paisaje verde oscuro que adquiere tonos más claros, transmitiendo una sensación de paz y deslumbrando a cualquier persona.
Este es el paisaje que se encontraron los miles de españoles que descendieron, desde La Fregeneda, las empinadas cuestas de los arribes del Águeda en su camino a Barca d’Alva. Es la Fiesta del Almendro en el lado español, es la Rainha da Amendoeira em Flor en el concejo de Figueira de Castelo Rodrigo y su freguesía de Escalhão, a la que pertenece Barca.
Los primeros brotes de la flor de la almendra asoman un mes antes de la primavera, anunciando, sin demora, la estación más florida del ciclo anual. Desde la segunda semana de febrero hasta los primeros días de marzo las almendras florecen y el Duero adquiere una imagen nueva, más colorida, pura y serena. Los valles desvestidos por el invierno se visten con una nueva ropa de tonos blancos y rosas.
Con este manto de color y aroma, mezclado con el azahar de los naranjos y el olor a río en una jornada gris de amenazante lluvia que se contuvo hasta caída la tarde, Barca d’Alva acoge un inmenso mercado que se convierte en lugar de peregrinación para miles de españoles, no tantos portugueses, que buscan encontrar lo que no esperan. Cientos de puestos de todo tipo de baratijas, textiles, alimentos, ajuares… Todo se vende y todo se compra. En el trajín de esta ingente marabunta por las estrechas calles del hermoso pueblo fluvial, el viajero avanza al hallazgo del recuerdo. Es el cadáver que aún quiere expirar de la antigua estación de tren de Barca d’Alva… Cuántos recuerdos llegan, cuántos momentos de intensidad histórica quedan anclados a las vías que se oxidan y los tablones que se pudren.
La emoción embarga el paseo que requiere regreso al centro del pueblo. Cada vez llegan más visitantes. Todos los rincones, jardines, cunetas, predios y laderas se convierten en un inmenso comedor. Es el día, la meteorología acompaña en estas profundidades de la meseta a 130 metros sobre el nivel del mar, para degustar la comida en el campo. Es la tortilla de patata y también la chuleta fría, la ensalada o el hornazo. El viajero, junto al vicepresidente Nelson, Hugo, Paulo Caçote, Carlos, da buena cuenta, casi lamiendo las aguas del Duero, de las bifanas y lomo de cerdo a la brasa.
Acercarse al Duero es realizar un viaje por sus aguas que permite contemplar la diversidad paisajística, disfrutar de su naturaleza entre los viñedos y convivir con los amigos en una experiencia única de placer y paz… Es introducirse, junto al presidente de la Câmara Municipal de Figueira de Castelo Rodrigo, Paulo Langrouva, y todo el séquito -en el catamarán ‘Junquera’ de Dário , y que con precios más que asequibles permiten otra oportunidad al ocio de calidad en recorridos de 20/25 minutos y 5 euros – en la historia de España y Portugal, en dos culturas que van de la mano, como ristras de los poemas de Guerra Junqueiro, cuya quinta/casa se yergue majestuosa confundida con el verde de las viñas en un otero de la mitad de la ladera.
Visitar Barca d’Alva, con muy pocos habitantes en el año, pero acogedores y excelentes personas como Sergio -cuyas instantáneas del Duero dan para más que una exposición- y su hermano Frederico Pinto, es toparse con una aldea que fue durante un siglo el punto en que se unían las líneas ferroviarias que conectaban Salamanca con Oporto. Barca d’Alva ofrece sosiego, paz y esa inmensa calma que solo pueden brindar estas aldeas fluviales de olor a pez y brisas con sabor a vino.
Cuando el viajero cruza el puente camino de Aldeaduero, en la noche oscura de los arribes y la frontera, ya en la soledad del Día del Almendro, a su memoria llega el eco del hogar añorado, en versos de Abilio Guerra Junqueiro, aquel lar de los padres ya en vuelo infinito y también de río y Duero y viñas y cabreros, es 'Portugal':
Maior do que nós, simples mortais, este gigante
foi da glória dum povo o semideus radiante.
Cavaleiro e pastor, lavrador e soldado,
seu torrão dilatou, inóspito montado,
numa pátria... E que pátria! A mais formosa e linda
que ondas do mar e luz do luar viram ainda!
Fotos LUIS FALCAO