Para quien vive aquí hay algo mágico por estos parajes. Quien llega de fuera se percibe rápidamente de ello. Es por todo lo que conlleva visitar estas tierras bañadas por el Duero, que llaman internacional. El visitante encontrará aquí un mundo distinto, un mundo que se mantiene olvidado y, por ese motivo, intacto al exterior, protegido de los excesos y de las confusiones actuales. Un mundo maravilloso que se quiere mantener así, como es.
“Seja Deus louvado que nem tudo se perdeu com as incursões bárbaras do progresso (Alabado sea Dios, no todo se ha perdido con las incursiones bárbaras del progreso)”, escribía Manuel Mendes.
El río Duero, con sus 928 Km de extensión, constituye una de las mayores cuencas hidrográficas de Europa Occidental, que destaca por los notables valores históricos, culturales, artísticos y medioambientales. Después de su parsimonioso recorrido por las llanuras cerealistas de la meseta, el Duero forna la frontera natural entre España y Portugal. En este territorio, conocido como ‘Duero Internacional/Douro Internacional’ en Portugal y Arribes del Duero en España (Zamora y Salamanca), la naturaleza es pródiga en belleza paisajística y en biodiversidad en el que conforma el Parque Natural Internacional del Duero.
El viajero llega a Miranda do Douro dejando atrás Sayago, un concejo que posee variadas atracciones turísticas, como la gastronomía, su patrimonio y su cultura con sus ricas y ancestrales tradiciones. Pero también destaca el atractivo que supone un patrimonio natural único asociado al Parque Natural Internacional Arribes/Arribas y a escasos metros –los que tiene de ancho el río- su hermano y vecino el Parque Natural Arribes, en el río Duero, que en realidad deberían ser uno solo por su identidad y cercanía. Son media docena de miradores/miradouros que emocionan en la contemplación, desde las alturas, los abismos.
El cañón que forma el Duero es sencillamente impresionante. Desde el inicio debemos considerar de manera conjunta los valores naturales de este territorio y su interés paisajístico. Ello se debe a que esta zona es especial para disfrutar del paisaje.
Ya hemos perdido la cuenta de los miradores con los que cuenta este espacio natural, tanto del lado de España como del de Portugal. Es curioso, porque mirador en portugués se dice miradouro, palabra que parece ser una contracción de Miranda y Douro. Bromas aparte, aquí tienes algunos de los miradores que puedes encontrar en los alrededores de Miranda do Douro (siempre del lado portugués).
Todos ellos, dentro de su diversidad y exclusividad, tienen varios denominadores comunes, como los angostos y profundos cañones del río Duero en el tramo internacional, la vegetación variada de clima mediterráneo y, en muchas ocasiones, aún salvaje. Y, finalmente, la contemplación de aves, sobre todo rapaces, que anidan en sus cañones, que posan majestuosas en los abruptos salientes de los roquedos y planean en las alturas, oteando carroña, presas y, como acontece en el Mirador de la Fraga Amarela / Falla Amarilla (Vila Chã), siguiendo los movimientos de los intrusos.
Mirador del Salto de Castro en Paradela
En una mañana de sol justiciero, acompañado por el presidente de la Câmara Municipal de Miranda do Douro, Artur Nunes, el viajero se encamina, aún con la fresca, al primer lugar de ensueño. Inicia la ruta desde el mismo pueblo, Paradela, pasando por uno de sus cruceros, lugar en el que castigaban a las personas que detenían por contrabando. Siguiendo un suave sendero, se asombra con un hermoso castaño (castanheiro), considerado el mayor árbol del Parque Nacional del Duero. Al final del sendero llega al Miradouro (mirador del Duero), también conocido como Salto de Castro, donde se observa el embalse y la central eléctrica que se sitúa en el término de Castro de Alcañices (Zamora).
Nos situamos en el punto extremo de Portugal, su territorio es el más oriental portugués, donde primero se ve amanecer. Es un saliente que cae desbocado sobre el río Duero donde hace balsa por la presa de Castro. Es la naturaleza de monte bajo que, si hacia el norte es hormigón en la primera presa del complejo hidroeléctrico Duero, en la parte derecha del mirador es río, arribe y roquedal. El río se achica en los abismos perdiéndose su caudal entre curvas graníticas y el monte que crece salvaje. Para no perderse el reloj solar esculpido en la roca. Solo consiste en meter un palo en el agujero central y observar su sombra. Cosas del hombre en estos angostos parajes. Tampoco pasar de largo de una pequeña capilla en cuya techumbre se erigen tres falos y una especie de órgano femenino, que identifican la fertilidad.
Vuelve por el mismo camino a Paradela y desde allí toma la ruta que conecta con la aldea de Aldeia Nova, pasando por tierras de cultivos, viñedos y olivares. Hace un alto para adentrarse en un terreno abrupto, de monte bajo, salvaje, para, a cierta distancia de la pista de tierra donde deja el coche, seguir a pié entre matojos, hierba alta y ocre, y sin camino marcado, llega a otro mirador que, a ciencia cierta, no sabe si de Paradela o Aldeia Nova. Silencioso y agreste, como perdido en los confines y alejado del más osado turista, donde solo habita la raposa, el jabalí y las rapaces que blanquean de excrementos las verticales fallas. Desde estas alturas, el río no semeja más que una estrecha serpiente de agua que culebrea y lame frondosas riberas.
El camino hasta el siguiente alto es la manifestación del patrimonio natural y arquitectónico de este concejo. La ternera mirandesa que pasta silenciosa y mirada fija a quienes rompen su tranquilidad, como también los burritos mirandeses que saludan al viajero y le acarician la mano en la docilidad y ternura animal. Son los predios que conforman la propiedad, casi perdida, de los habitantes de este territorio. El camino se cruza y avanza de la mano del gran sendero GR-36.
Mirador y Castro de São João das Arribas en Aldeia Nova
La ruta en el Duero sigue río abajo. El mirador de São João das Arribas, en Aldeia Nova, es su destino. Es sabido que esta población tenía relación con el conocido Castro de São João das Arribas, que se encuentra a 1 km, más o menos, de la aldea. No sabe el nombre de este poblado ni cuándo fue destruido y abandonado, pero por los datos arqueológicos que han llegado hasta nosotros, puede ser considerado uno de los poblados castreños más importantes de la región hace algo más de 2000 años, siendo después ocupado por los romanos, éstos tuvieron una fuerte influencia junto con la comunidad indígena castreña, que allí habitaba.
El Castro de São João das Arribas do Douro se imponía con su sistema defensivo por el que es rodeado: Las murallas, el torreón y las inaccesibles defensas naturales. La huella de las poblaciones indígenas se refleja en las hachas de piedra pulida, los molinos manuales barquiformes y circulares, en restos cerámicos prehistóricos allí encontrados. No prescindían del culto a sus dioses, como se deduce de dos pequeñas cuevas hechas en diferentes rocas orientadas al levante, al nacimiento del sol, que se repiten en otros poblados pre y protohistóricos, siendo al final espacios típicos que sirvieron para ceremonias culturales.
Con la llegada de los romanos, este pueblo castreño, denominado de São João das Arribas, debido al culto que allí se presta a este Santo desde hace siglos y, donde hoy en día, se celebra una importante romería, pertenecía a la comunidad de los Zoelas (Zoelae), con capital, se piensa, en Castro de Avelãs, cerca de Bragança, que a su vez estarían integrados con los Astures del norte. Los romanos transmitirían su cultura y civilización a esta comunidad protohistórica de los arribes, siendo testimonio de esta romanización las nuevas prácticas funerarias (fueron encontradas aquí más de una docena de estelas funerarias), restos de cerámica romana (alguna fina e importada), así como la circulación de la moneda.
De los restos arqueológicos, merece una mayor atención una lápida honorifica dedicada a un distinguido militar natural de este castro, del término de Aldeia Nova, quien destacó en el ejercito romano. Aunque su lectura no sea unánime, se transcribe, con la debida consideración, por un arqueólogo de gran reputación – Antonio Rodríguez Colomero, 1997: “La parentela de Emílio Balaeso, porta estandartes de Ala SABINIÂNIA, hizo esta dedicatoria a su congénere.”
Lo que verdaderamente sorprende al viajero es el mirador de São João das Arribas, que ofrece una nuevo panorama del río y de su cañón, un punto al filo del abismo desde el que maravillarse con las inmensas paredes de roca que van a morir a las aguas oscuras del Duero. Es la máxima expresión del cañón arribeño. Lugar que sobrecoge los sentidos, impulsa al espíritu y ayuda a reflexionar de la pequeñez de la vida y también del hombre. Enclavado en la naturaleza más pura, permite disfrutar en silencio de la grandiosidad del lugar. Una imagen para el recuerdo obligada de visitar.
Miradores de Miranda do Douro
De Aldeia Nova, donde atraviesa el pueblo y continúa la ruta por un camino asfaltado durante 2 kilómetros hasta llegar a la aldea de Valle de Aguia, donde toma el camino hasta que otea en el horizonte la ciudad de Miranda do Douro, siguiendo la ruta entre olivares, huertos y viñas. La Concatedral o antigua Sé asoma sus torres rodeadas de manchas blancas de la cal de las viviendas turísticas y hoteles que miran al río y su presa. Pero antes de entrar en la ciudad, que dispone de al menos dos miradores, hace un alto en un mirador casi en el casco urbano que la Câmara Municipal quiere convertir en atractivo turístico. Su mayor belleza, al margen del río y las escarpadas laderas de la parte española, son las vistas de la ciudad y el embalse con todo su ‘lago’ oscuro.
En el propio casco urbano también se pueden observar magníficas vistas sobre el rio. En paralelo a las dos calles comerciales está la rua do Penedo Amarelo, donde se ubica un mirador sobre el Duero que nadie se puede perder. De hecho, las tiendas y restaurantes de la rua do Mercado poseen grandes cristaleras con esas mismas vistas. Es imaginarse lo que supone degustar una posta mirandesa o un buen bacalao visualizando semejante estampa…
Ruinas de Santo André que lame el Duero en Cércio
El viajero hace un alto en Cércio. Naturaleza salvaje, en muchos lugares virgen, en otros la mano del hombre creó cultivos -sobre todo olivos-, pero siempre en un estado primitivo donde surge el lirio y la retama, el roble y el enebro. En lo alto, los vuelos de las rapaces, a estas horas de la mañana, son el acompañante del caminante. El Duero/Douro, siempre el río al fondo del cañón. El cauce quieto que da inmensidad a las tremendas fayas de las laderas. El viajero desciende a las cercanías del Duero, a un convento derruido donde moraban en total sintonía con la naturaleza un grupo de monjes… La ermita/convento de Santo André en Cércio. Es un lugar que invita a la reflexión y a la espiritualidad en plena ladera que lame el río. Es un espacio de meditación. En espacios como este, el cristianismo levantó pequeñas ermitas en los siglos XV y XVI siendo lugares de enorme fascinación, unidos probablemente a caminos de santidad.
En estas ermitas refugios se recogían un pequeño número de frailes en oración y contemplación de Dios. En la tradición del antiguo ascetismo casi contempóraneo a la fundación del cristianismo, pequeñas comunidades de monjes se establecieron por todo el mundo antiguo. Nadie sabe todavía qué órdenes pertenecieron a los hombres que ocuparon este territorio en esos tiempos, pero las marcas de su paso permanecen en las fayas del Duero.
Santo André en Cércio, São Facundo en Urrós, Os Santos en el límite de las freguesías de Sendim y Picote, Senhora da Teixeira en Torre de Moncorvo, son nombres muy presentes en el corazón de la tierra transmontana e indicios de una cultura conservada en su tradición oral.
En el camino para la ermita de Santo André, acompañado por el presidente Nunes y el amigo Correia, al son de la gaita y el tamboril de Angelo Arribas, el viajero recorre viejo caminos de contrabando. Hace sesenta años, “el cruce ilegal de una frontera era una tarea heróica”, asegura Arribas. El río determinaba, entonces, la esperanza de una vida mejor, permitiendo o bloqueando el sueño de alcanzar Europa más allá de los Pirineos, o, en la mayoría de las ocasiones, la subsistencia familiar en el intercambio de mercancías en lo qeu se conocía como el contrabando.
Mirador da Fraga Amarela / Castro Cigaduenha en Vila Chã
El viajero sigue su andar por estas abruptas tierras de frontera. Desde Vila Chã de Braciosa se encamina a una de las mayores maravillas históricas, arquitectónicas y naturales del Duero Internacional. Llega, tras dejar atrás el vehículo –menos mal que no se puede acceder al lugar más que a pie- a la conocida como ‘Fraga Amarela’ – Falla Amarilla- situada dentro del contorno del Castro Cigaduenha. Este castro es una construcción del primer milenio antes de Cristo y ocupa una extensa plataforma cuyos contornos exteriores del sur caen de manera abrupta hacia el Duero, originando una magnífica perspectiva granítica del cañón del río, convirtiéndose en inexpugnable para los invasores. Mientras que por la zona accesible se encuentra un gran campo de piedras hincadas, como cuchillas de afeitar bien afiladas que permiten defender la puerta del castro.
En este lugar se encuentra el Miradouro da Fraga Amarela con varias vistas a los confines del cañón y, además, con la singularidad de una inmensa roca vertical levantada en un saliente rocoso que los mozos/jóvenes de antaño debían dar la vuelta para demostrar su salida de la pubertad. Todo un acto temerario porque, al mínimo fallo, caes despeñado al fondo del cañón. Desde este mirador se ven las cascadas de Mamoles (Zamora), dignas de observar en época de lluvias.
Esta parte del Duero Internacional es verdaderamente colosal. Vistas espléndidas que cortan la respiración y no aptas para personas con vértigo. La visita a este castro era uno de los objetivos del viajero. Por el camino fue acompañado por un numeroso bando de buitres que volaban en círculo sobre los intrusos.
Mirador de la Fraga do Puio en Picote
Ya en Picote se encuentra el mirador de la Fraga do Puio, en la propia localidad y que, de paso, ofrece la posibilidad de visitar, en el camino, el pequeño Ecomuseu de la Tierra de Miranda, su famoso verraco –esculturas vetonas- y, además, el grabado rupestre que refleja la figura de un arquero.
Centrándonos en el mirador de la Fraga do Puio conviene destacar que ha sido adecentado recientemente con una esctuctura de vidrio que sobresale sobre el vacío y permite una visión más segura y amplia de la inmensidad de este mirador en forma de hoz, donde el Duero ofrece casi una curva de 180 grados. Al margen del paisaje abrupto salpicado también por pequeños predios de olivares, almendros y cepas, es una zona ideal para la observación de aves. Eso sí, con paciencia y respeto por la avifauna.
El Picão dos Arteiros / Picón de los Artesanos y Os Pisões en Sendim
Finalmente el viajero se encamina a Sendim. Busca el Picão dos Arteiros / Picón de los Artesanos. Un lugar que la Câmara de Miranda do Douro y la Freguesía de Sendim quieren convertir en lugar de visita turística, también por la vastedad del paisaje de bancales y frutos mediterráneos, como la inmensidad del Duero al fondo del cañón que hace de raya entre España y Portugal.
En la segunda mitad del III mileno a.C. hasta el I Milenio a.C., aparecen los primeros poblados. De este periodo, arqueólogos e historiadores, atestiguan la existencia de cuatro poblados en el término de Sendim, todos ‘colgando’ en los arribes del Duero: Uolgas, Santos, Fragosa y San Paulo. Del I Milenio a.C. hasta la romanización, existió el poblado fortificado del Picão dos Arteiros.
Un lugar mágico de royos de granito que dan majestuosidad al mirador cuyas vistas se extienden en naciente y poniente en el inmenso lago que forma el embalse de Bemposta y sirve de sustento a importantes colonias de martín pescador, mirlos, cormoranes y palomas silvestres. Porque en las alturas siempre acechan los buitres, águilas, alimoches y el inmenso búho real. Son los Arribes, que dicen internacionales, pero que van de la mano de un lado y otro del Duero.
El viajero no desea dejar aún Sendim, sigue su trayecto hasta el cais fluvial, caminando entre viñas y pequeños olivares, en un valle profundamente encajado en la ribera de Forcaleiro, después del cual se puede observar un trozo líneal del río. Al fondo, en dirección al norte, es posible observar el Picão dos Arteiros y la Faia Bintureira, que estrechan el valle del río y descienden hasta el lecho por paredes verticales de granito.
El camino sigue hasta los Pisões, al borde del río Duero donde, en el pasado, la lana se pisaba y el lino se ahogaba. Un lugar idóneo para practicar la pesca, surcar el río con barcas particulares o merendar en su frondosa alameda. El regreso a Sendim, y el fin de viaje, se realiza serpenteando a través de un paisaje en el que los verdes bosques de enebro constituyen la vegetación dominante, siendo considerado por algunos autores como el mayor bosque de enebros de Portugal.
El Duero fue entre las antiguas poblaciones rayanas más que un punto de unión, fue un encuentro de pueblos y culturas. Y los paisajes de los arribes del Duero son únicos, moldeados de ensueño y magia, como los miradores de Miranda do Douro, que bien merecen visitar, ay!
"En uno de los repliegues de ese terreno se ocultan los hondos tajos, las encrespadas gargantas, los imponentes cuchillos, los erguidos esfayaderos, bajo los cuales, allá, en lo hondo, vive y corre el Duero". Miguel de Unamuno, ‘Las Arribes del Duero’
REPORTAJE GRÁFICO LUIS FALCÃO