A lo largo del río Duero, en la frontera entre Portugal y España, se despliega una serie de aldeas pintorescas y tranquilas que muestran la esencia de la cultura portuguesa casi hermanada con la española. Entre ellas, Bruçó destaca por su autenticidad y encanto.
Ubicada en el concejo de Mogadouro, en Trás-os-Montes, esta aldea y sus vecinas son tesoros escondidos de Portugal, donde el tiempo parece haberse detenido y el entorno natural y el legado histórico y cultural, como sus mascaradas, se entrelazan.
Bruçó es una de esas aldeas portuguesas que, a pesar de su pequeño tamaño, conserva una profunda riqueza histórica y cultural, como sus 'Velhos e Chocalheiro'. Sus raíces se remontan a tiempos medievales, cuando las aldeas en torno al Duero eran puntos estratégicos en la defensa y control de la frontera entre Portugal y Castilla. Hoy, Bruçó es un recordatorio vivo de esas épocas, con construcciones de piedra y callejuelas empedradas que muestran la arquitectura típica de la región.
En este entorno rural, se ha desarrollado la primera 'Cinturada' de Bruçó, con el renacer de un 'chocalheiro' al amparo de la castaña, de gran producción en el entorno. Dieciséis grupos de máscaras llenan las calles de la aldea de bullicio, fiesta, alegría y convivencia. Todo gracias a la inquietud Tiago, César, Alfonso y Marcelo junto a João Geraldes.
En todo este desfile, muchos grupos conocidos de las aldeas del Duero, como el 'Chocalheiro' de Bemposta, Vale do Porco, Vilarinho dos Galegos, Valverde, Farandulo de Tó, San Pedro de Silva o Vila Châ da Braciosa. O la Confraria das Casulas.
Pero también otros llegados de Braganza como los caretos de Arcas, de Lazarim, de Salsas o los bombos de Lamego. Destacaron gratamente -era la primera vez- Los Carucheros de Sesnández (Zamora) por su colorido y diversidad, acompañados del Carnaval de Villanueva de Valrojo.
Orígenes y significado
La mascarada de 'Os Velhos e Chocalheiro de Bruçó' es una de las tradiciones más auténticas y fascinantes de Trás-os-Montes. Esta celebración, que tiene lugar en la pequeña localidad de Bruçó, es una manifestación cultural y folclórica que forma parte de las Fiestas de Invierno, una serie de rituales alrededor del solsticio de invierno.
El origen de estas celebraciones de las aldeas del Duero es incierto, pero se cree que tienen raíces en antiguos rituales paganos de la época celta y romana, cuando los pueblos de la región celebraban el final de un ciclo y la llegada de un nuevo año.
Estas mascaradas, que combinan elementos de teatro popular, música y danza, representan un ritual de transición, con el objetivo de proteger las cosechas y ahuyentar los males que acechan durante el invierno.
Las mascaradas de Trás-os-Montes suelen estar protagonizadas por figuras enmascaradas, conocidas como caretos, personajes excéntricos que, con sus movimientos y expresiones, generan una mezcla de temor y fascinación. En el caso de Bruçó, la tradición de Os Velhos incorpora máscaras y trajes únicos que simbolizan figuras míticas y arquetipos de la sociedad rural.
'Os Velhos' es más que una simple fiesta popular: es un ritual de renovación y una expresión del alma de Trás-os-Montes. A través de sus personajes enmascarados y su simbolismo, ofrece una ventana al pasado y a la cosmovisión de los antiguos habitantes, quienes honraban los ciclos de la naturaleza y celebraban la vida en comunidad.
Esta festividad, que sobrevive gracias al esfuerzo de la gente de Bruçó, es un recordatorio de la importancia de las tradiciones y el valor de la identidad cultural en un mundo cada vez más globalizado.
Las aldeas del Duero
El río Duero ofrece un entorno natural privilegiado. Sus márgenes han moldeado la vida de los pueblos y aldeas que lo rodean, proveyendo recursos y tierras fértiles. Este río también marca el Parque Natural del Duero Internacional, una zona de gran biodiversidad y paisajes imponentes, donde las escarpadas gargantas y las laderas cubiertas de viñedos caracterizan el paisaje.
Las aldeas portuguesas a lo largo del Duero, como Bruçó, Bemposta, Picote y Sendim, son destinos ideales para los amantes de la naturaleza. Los visitantes pueden explorar rutas de senderismo que recorren miradores con vistas espectaculares, descubrir la fauna autóctona –como el águila real y el buitre leonado– y observar el paso del Duero a través de profundos cañones que se extienden a lo largo de la frontera.
Estas aldeas portuguesas son una invitación a descubrir un Portugal auténtico y pausado, lejos del bullicio de las ciudades. Son lugares donde la hospitalidad de sus gentes, la belleza de sus paisajes y la riqueza de sus tradiciones ofrecen una experiencia inolvidable.
Recorrer estas aldeas es una oportunidad de conectar con la esencia de la vida rural portuguesa, disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza y aprender de una historia que, aunque a veces olvidada, sigue viva en cada rincón de estas tierras.
En Bruçó y sus alrededores, el río Duero no solo es un recurso natural, sino un lazo que une a sus pueblos, un testigo de su pasado y una esperanza para su futuro. Y cuando entraba la noche, degustando calvoches calentitos, terminamos la jornada platicando con Belmiro y Víctor, de Bemposta, sobre la preservación de las raíces en el recuerdo de los ancestros.