REPORTAJE: Sofocado el fuego, ahora llueve indignación sobre la Cabrera
Llueve en La Cabrera, pero llueve, sobre todo, indignación. También cae agua, mezclada con ceniza, que deja en los capós de los coches y en las calles motas de polvo negro. Los vecinos de Encinedo agradecen el agua, que, para desgracia de todos, llega demasiado tarde. El monte, desde Truchillas hasta casi La Baña es una sucesión de crestas negras. Casi todo arrasado. Quedan algunas islas verdes en los valles y en las inmediaciones de algunos pueblos, pero el monte está negro, asolado, quemado. Han ardido durante cinco días.
En lo alto del puerto de Carbajal un técnico ambiental y varios ayudantes vigilan durante la mañana del domingo los montes de La Cabrera. En la madrugada ha llovido algo, pero poco. El técnico da una patada al suelo y sólo sale polvo. Insuficiente para que esta escasa lluvia contribuya a sofocar del todo el enorme incendio, que desde el lunes pasado ha arrasado, cuanto menos, unas diez mil hectáreas. Matorral y mucho arbolado. Pinos, robles y encinas. Los medios aéreos ya se han retirado. Ahora ya sólo preocupa el viento. Y como medida de precaución se sigue refrescando el terreno. Sólo trabajan brigadas terrestres. Todavía se tardarán días hasta que el incendio sea declarado oficialmente extinguido. Llueve ceniza sobre El Carbajal.
A mediodía, los montes de La Baña se van cubriendo de negros nubarrones. El deseo es que no llueva con fuerza para evitar el arrastre de la tierra vegetal. Desde Encinedo, los vecinos miran con tristeza hacia Forna, Trabazos y Losadilla, situados más arriba. Todo está negro. Losadilla es el kilómetro cero del desastre.
En una improvisada tertulia en el mesón El Abuelo de Encinedo, algunos vecinos no pueden reprimir ya por más tiempo su indignación. Aseguran que el fuego comenzó antes de las ocho de la tarde del lunes en Losadilla. Algunos muestran al periodista fotografías captadas con sus móviles del inicio del fuego. Una alta columna de humo y fuego sobre el pequeño pueblo. “Llamamos inmediatamente al 112. Que no digan que el fuego se inició pasadas las nueve de la noche; fue mucho antes. Había luz, podían haber venido antes y sofocar el fuego desde un principio”. Varias voces se suman al coro de la misma indignación. Todos coinciden en que la ayuda no llegó hasta el martes bien entrada la mañana. A esas horas, el monte de Losadilla era ya una pira. Los vecinos muestran fotos: el monte convertido en una gigantesca pira.
En el fondo subyace la experiencia de sentirse habitantes de una comarca olvidada y eternamente postergada, discriminada. Sí, está la riqueza de las canteras de pizarra, pero echan de menos unas mejores infraestructuras y medios alternativos de riqueza. El fuego ha arrasado con los cotos de caza del monte y con los incipientes cotos de setas, que tardarán varios años en recuperarse. “Han matado nuestro oro verde, el bosque, el monte”, comentan airados algunos vecinos. Alcaldes y presidentes de juntas vecinales preparan el documento oficial para exigir la declaración de catástrofe para la comarca. “Aquí, la junta vecinal paga el alumbrado público con el dinero del coto de caza, ¿qué va a hacer ahora?, apunta un vecino.
Indignación que se reparte en varias direcciones. Primero, claro está, hacia el pirómano. Hay sospechas, pero no pruebas de quien pudo ser la mano criminal. “Aquí no se quema el monte ni por pastos ni por caza; no, el que lo ha quemado es un pirómano que sabe cómo hacer daño”, aunque consideran que “esta vez se le ha ido de los manos”. Pero como no hay pruebas no se atreven a acusar. Contienen las ganas y la rabia.
En segundo lugar la indignación se dirige hacia los responsables de la Junta de Castilla y León, por tardar tanto en hacer llegar las primeras ayudas para apagar el fuego. “Que no digan que el fuego se inició pasadas las nueve de la noche; yo llamé antes de las ocho para dar la alarma”, insiste la misma vecina. “Si desde un primer momento llega a venir un medio aéreo, hoy no estaríamos hablando de una catástrofe”, clama otro vecino.
En Encinedo, en tercer lugar, están indignados con la actuación de algunos miembros del servicio antiincendios. “Sólo queríamos ayudar, veíamos que el fuego bajaba del monte hacia el pueblo”, relata un vecino. “Menos mal que la UME tomó el control, organizó a los vecinos y nos pusimos a ayudar desplegando las mangueras de los camiones de los bomberos”.
Muchos vecinos temieron por sus casas. “A mí casi me esposa la Guardia Civil porque les dije que no me iba de mi casa, que aquí me quedaba para defenderla”. Momentos de enorme tensión. De reacciones incontroladas, de impulsos irracionales provocados por la rabia y la impotencia. Muchos temieron perder en un momento el trabajo de toda una vida.
Y mucha solidaridad. A los vecinos de Encinedo no les tembló la mano para acoger a los paisanos de Forma y Losadilla, evacuados de sus pueblos por el alto riesgo de que las llamas entrasen en las casas. “Menos mal que no ha habido desgracias personales. Eso sí, el fuego entró en Forna, quemó algunos pajares y hasta chamuscó los árboles de la plaza”. Miran hacia lo alto, al otro lado del monte está Forna. Ahora ya respiran aliviados. Libres del pánico se desahogan. Cuentan con detalle las horas de angustia. Las noches sin dormir mirando las llamas rojizas de las cumbres de los montes. “Mi nieto ya ha dicho que el año que viene no vuelve. Y es que ha pasado mucho miedo”, asegura una mujer de Encinedo.
HÉROES LOCALES
En Encinedo faltan elogios para alabar la profesionalización de los miembros de la UME. Pero los peor parados en sus valoraciones son los políticos. “Sí, vinieron de visita al puesto de mando y se marcharon. No bajaron a los pueblos a interesarse por las personas”, dicen varios vecinos en alusión a la visita que en la mañana del miércoles hicieron el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera; y el consejero de Fomento, Suárez-Quiñones. Estuvieron poco más de una hora en el alejado puesto de mando, convocaron a los periodistas, se hicieron la foto y se marcharon.
Para estos vecinos, los héroes fueron el alcalde, José Manuel Moro; y el ex alcalde Ramiro Arredondas, dos curtidos políticos locales, vecinos de La Cabrera, quienes derrocharon esfuerzos y energías para luchar contra el fuego, coordinar el voluntarismo de los vecinos y, sobre todo, en la ejecución de las labores de desalojo de algunos de los pueblos más amenazados.
Estos políticos locales no han ahorrado críticas hacia la gestión de la dirección del operativo antiincendios y, sobre todo, ante la falta de una estrategia y planificación de prevención de incendios y de limpieza y mantenimiento de los montes. La Cabrera es una de las comarcas con menor índice de población por kilómetros cuadrado de toda España. “Claro no interesamos a nadie”, dicen resignados los vecinos. “Estamos dejados de la mano de Dios”.
Por todo ello, para manifestar estas críticas y, sobre todo, para denunciar la acción criminal de los pirómanos, los vecinos del valle han convocado para el próximo sábado, 2 de septiembre, una concentración en Encinedo, delante del Museo. “Ya veremos cuántos vamos. Los veraneantes ya se han marchado casi todos. Quedamos los cuatro de siempre. En invierno esto es el desierto”, concluye muy pesimista un vecino.
Entrada la tarde comienza a llover. Los negros nubarrones que han sobrepasado los desolados montes de La Baña descargan agua con rabia. Justo lo que no hace falta. Por la carretera de ascenso al Carbajal se divisan las siluetas de varios brigadistas. Atentos, a la expectativa, mirando al horizonte. Son optimistas, lo peor ya ha pasado. En la zona recreativa de Truchas se van concentrando estos brigadistas. Las máquinas pesadas se montan en las plataformas para llevaras al próximo incendio.
Desde lo alto del puerto del Carbajal echan la mirada hacia atrás. Todo negro, arrasado por el fuego. Caen gotas de ceniza, negra como el alma del pirómano que en la tarde del lunes prendía fuego a los montes de Losadilla y desataba la mayor tragedia vivida en la Cabrera en los últimos años. Ahora, para la reconstrucción necesitan ayuda. “Por favor, no nos olviden” claman algunos de los pocos vecinos que se disponen a pasar uno de los peores inviernos de sus vidas en estas tierras en las que durante una semana el fuego se llamó Cabrera.