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Región

España, deformación grotesca de la civilización europea

7 abril, 2018 19:02

“España es una deformación grotesca de la civilización europea”. Max Estrella, el singular protagonista de Luces de Bohemia, da la definición magistral del esperpento, que fue el quehacer literario principal de Ramón María del Valle-Inclán, uno de los grandes escritores españoles de todos los tiempos. Y en eso seguimos todavía en este país de batuecos, ay, casi cien años después.

Desde la lejanía de la Argentina, seguimos de cuando en cuando la caricaturesca realidad española. El diario La Nación informa en lugar destacado de su portada sobre la detención de Carles Puigdemont en Alemania. Aquí todo el mundo está al tanto del peregrinaje esperpéntico del cabecilla sedicioso catalán por diversos países europeos, que presenta cierta semejanza con el sórdido recorrido de Max Estrella por las calles miserables del viejo Madrid.

No es de recibo que una minoría egoísta y desvergonzada trate de subvertir por la fuerza la estructura constitucional de un país, ni hay ningún derecho a que un tipo ‘talibán’ como Puigdemont empañe la imagen de España en el exterior como lo está haciendo.

En ningún país civilizado se concibe lo que pasa en España. ¿Qué ocurriría en Estados Unidos, Francia o Alemania o en cualquier otro país civilizado si una minoría planteara una secesión unilateral al modo en que lo han hecho los independentistas catalanes? Desde luego, no se andarían con chiquitas como ha sucedido aquí.

Así pues, España, es cierto, sigue siendo una deformación grotesca de la civilización europea.

Y no sólo está el caso catalán. ¿Qué decir del modo en que, presuntamente, consiguió su máster Cristina Cifuentes? Esa práctica nos lleva a intuir la corrupción subterránea que corroe a tantas instituciones públicas de este país. Porque ahora ha aflorado el caso de Cristina Cifuentes, pero son de dominio público las sospechas del modo en que han conseguido sus títulos universitarios ciertos políticos, incluido alguno de Castilla y León.

El asunto de la adjudicación a dedo de puestos en el sector público es otro escándalo mayúsculo. Puestos que no son sólo cargos de confianza, sino también reservados a funcionarios. Se empieza como laboral y una vez que estás dentro se habilita el sistema para reconvertir el puesto a uno de funcionario. Y de esta manera ya tienes garantizado el trabajo de por vida.

Basta con analizar la trayectoria de alguna diputación de Castilla y León (imaginamos que en las del resto de España sucederá otro tanto) para darte cuenta de que en los últimos treinta años no ha convocado oposición alguna. Sin embargo, la plantilla de personal no ha dejado de engordar en toda la etapa democrática.

Y lo más lamentable de todo es que muchas veces se trata de puestos innecesarios, de manera que el agraciado cobra mensualmente, pero por no hacer nada. Parásitos que se dan la vida padre a costa del sufrido contribuyente.

La Justicia es otro sector que deja mucho que desear. No es sólo que se incumplan los horarios, como se ha denunciado en algunos reportajes, también las sutiles relaciones entre abogados y miembros de la carrera judicial. Relaciones personales difíciles de probar que llevan a dictar sentencias arbitrarias e injustas. De tal suerte, que en estos casos la justicia es todo lo contrario y el ciudadano que recurre a ella se ve abocado a un callejón sin salida, como Max Estrella en el famoso callejón del Gato de aquel Madrid hambriento, brillante y absurdo de la preguerra.

No es un hecho generalizado, pero sí son casos concretos que hay que evitar. Así pues, hay que vigilar, y mucho, el modo en que se imparte justicia en una provincia para evitar que esas relaciones personales entre abogados y miembros de la carrera judicial acaben produciendo aberraciones jurídicas. Los recursos deberían tratarlos audiencias de otras provincias a fin de sortear las relaciones personales que propicia la cercanía. Porque así un ciudadano con mala suerte acaba totalmente desamparado.

Y así podríamos seguir hasta el infinito analizando lo que sucede en cualquier otro ámbito de nuestra sociedad.

España es sólo una apariencia de legalidad, un país de estética deformada. La legalidad la retuercen a menudo unos y otros en la trastienda y el resultado es como las imágenes distorsionadas de los espejos cóncavos del callejón del Gato. Casi todo purito esperpento, gordo, ay.