San Bernardo, de ‘solución habitacional’ franquista a barrio universitario
En un mundo tan célere y alocado como el actual apenas sobreviven los recuerdos que van más allá de un lustro. Ésa es la barrera que marca la pervivencia de la información en Internet, pero hay otra mucho más valiosa que aún se atesora en álbumes de fotos escondidos en recónditos cajones, esos que ya apenas casi se ven en familia, y sobre todo, una información guardada a fuego en la memoria de quienes vivieron cada momento. NOTICIASCYL tiene en marcha una serie dominical que repasa la evolución de los barrios de Salamanca a través de los recuerdos de niñez de sus habitantes.
Hoy es el turno de San Bernardo, que debe su nombre al antiguo convento cisterciense que estaba ubicado en terrenos que actualmente son las viviendas del Grupo Mariano Rodríguez en la esquina de Filiberto Villalobos con Carmelitas. Este convento fue destruido por los soldados franceses durante la Guerra de la Independencia, por lo que los monjes bernardos tuvieron que cambiar de ubicación.
No fue hasta después de la Guerra Civil cuando surge el barrio a partir de la actividad edificadora del Instituto Nacional de la Vivienda para constituir el que sería barrio Parroquial de la Falange, entre el hospital de la Santísima Trinidad y el camino del Cementerio, aunque finalmente se optó por la denominación Salas Pombo, en honor del gobernador civil que sacó adelante las viviendas. El conflicto bélico había empujado a numerosos habitantes de los pueblos hacia la capital en busca de prosperidad, de ahí que el boom demográfico precisara lugares físicos para acoger a esta creciente población. Y es que comenzaba a agruparse en chabolas en el extrarradio de la ciudad.
El primer bloque de viviendas fue precisamente el de Mariano Rodríguez a mediados los años cuarenta. Después llegarían cientos de viviendas con no más de dos plantas de altura y similar estructura, a un lado y otro de la entonces avenida Héroes de Brunete, hoy Filiberto Villalobos. El patrocinio correspondía a la Obra Sindical del Hogar y se proyectaba el barrio como un conjunto armónico de edificaciones distintas con viviendas adecuadas a las diferentes disponibilidades económicas de las familias. Se proyectó también el construir un mercado, parques y jardines, una iglesia, una casa sindical y otra municipal, pero no se llevaron a cabo. “Era un barrio humilde, con casas bajas, sin calefacción, eran casi todas calles de tierra, sin asfaltar”, recuerda José María Regueiro, presidente de la Asociación de Vecinos Asanber y residente en el barrio desde hace casi medio siglo.
A partir de los años sesenta llegan las transformaciones más importantes. La primera se produjo con el traslado de los Maristas, entonces en la escuela de los edificios del Pato Rojo. La segunda, la desaparición del campo de fútbol de El Calvario, donde jugaba la Unión Deportiva Salamanca antes de trasladarse en abril de 1970 hasta el estadio Helmántico. “Fue una pena para el barrio, y nos dejaron sin una zona de juego para los niños, porque nos metíamos al campo siempre que podíamos”, añade José María.
Pero en su lugar se levantó la estación de autobuses con un mercado de abastos en 1975, y cerca de allí el hospital Clínico Universitario. “Empezó a dar vida al barrio, sobre todo la gente que venía al hospital o a hacer papeles, que antes de regresar a sus pueblos hacía la compra en las tiendas, así que los pocos ultramarinos que había fueron aumentando a tiendas de todo tipo, el comercio del barrio se revitalizó”. Y es que en las viviendas de promoción pública los bajos estaban destinados a viviendas, de ahí que no hubiera locales comerciales hasta la construcción de los nuevos y altos edificios en las principales avenidas.
Después llegarían el convento de los Padres Trinitarios, “que tenían un seminario, cuando había más vocación religiosa en la sociedad, era un espectáculo ver a todos juntos salir los sábados a dar una vuelta vestidos igual”, y llegarán también la Escuela de Artes y Oficios, el Instituto Lucía de Medrano, la Escuela de Magisterio y el Colegio Mayor El Carmelo. Con el final de la dictadura y el primer alcalde democrático en la figura del socialista Jesús Málaga, el barrio se moderniza, se asfaltan calles y se logra solucionar el histórico problema del agua. “No había presión suficiente, había que esperar a la noche para poder tener agua en las plantas altas. Nos manifestábamos en la calle cuando empezó la apertura política”, recuerda Regueiro. Entonces, en 1979, el Ayuntamiento aprueba la denominación de San Bernardo para el barrio.
Una zona que terminó por modernizarse a finales del siglo XX, cuando la Universidad decide construir el campus Miguel de Unamuno junto a la estación de autobuses, con las Facultades de Derecho, Economía, Medicina… “Era un terreno abandonado, donde la gente iba a tirar escombros”. El campus universitario propició la apertura de nuevos negocios asociados a la vida académica, como copisterías, autoescuelas, tiendas, bares y en la actualidad establecimientos de comida rápida. “Fue una revolución, con miles de chavales arriba y abajo”. Además, al envejecer la población original, la mayoría de las viviendas son empleadas para alquiler a estudiantes, dentro de un barrio acogedor con múltiples plazas, parques y espacios abiertos.
En estas zonas verdes hay un singular museo de esculturas al aire libre, promovido desde la asociación de vecinos Asanber en los años ochenta. “Ángel Mateos nos donó una obra y empezamos a contactar con alumnos de la Escuela de Arte y otros artistas. Se fueron colocando las piezas y ahí están, dan un toque especial al barrio”, recuerda José María Regueiro. Un barrio que tenía una intensa vida social, sobre todo al llegar las fiestas de San Juan, “había hogueras en cada esquina, que hasta se quemaban las personas de los bajos cercanos”. Era cuando había solares, ahora ya urbanizados, una muestra más de la evolución de los tiempos. Ahora el calor lo propician los universitarios con sus fiestas de facultades.