Castilla y León

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Fortaleza de Aldea del Obispo, baluarte militar en la frontera portuguesa

10 agosto, 2018 15:51

La Historia de Salamanca también se escribe con la sangre de aquellas personas que lucharon por defender un territorio en épocas convulsas. Desde la Edad Media hasta hace apenas dos siglos, la provincia charra fue campo de batalla, escenario de épicas confrontaciones y atril de quienes pelearon por la libertad. En esta constante estrategia militar de los monarcas castellanos y leoneses, primero, y españoles, después, los castillos y fortalezas ocuparon un lugar privilegiado. El Fuerte de la Concepción en Aldea del Obispo es un claro ejemplo de ello, baluarte militar en la frontera con Portugal que protagoniza el noveno capítulo de la serie dominical de este diario para rescatar de la memoria las historias que comienzan a almacenarse donde habita el olvido.

Situado a las fueras de la localidad mirobrigense, la evolución de este fuerte es directamente proporcional a los avatares bélicos, pues surgió durante la independencia de Portugal y se destruyó años después, volvió a levantarse durante la Guerra de Sucesión, pero se dinamitó un siglo después con motivo de la Guerra de la Independencia.

En 1580, el monarca español Felipe II es declarado también rey de Portugal, quedando unificada toda la Península. Pero el descontento de las clases dirigentes lusas provoca una escisión en 1640, lo que obliga a la creación de una fortaleza que pueda servir de medida preventiva ante los ataques portugueses y como eje de apoyo en el asedio a la ciudad lusa de Almeida, pues España no quiso reconocer la independencia portuguesa, así como frontera alguna. De esta forma, nace el Fuerte de la Concepción el 8 de diciembre de 1663 de la mano del Duque de Osuna en tierras de nadie entre el mirobrigense río Águeda y el ya portugués Coa.

Sin embargo, la construcción de este fuerte no acarreó más que fracasos a la estrategia militar diseñada, por lo que el rey, a instancias del Consejo de Guerra, mandó derribarlo a los pocos meses. El duque se resistió haciendo caso omiso de tales órdenes, empleando incluso a 3.500 hombres en la construcción del fuerte. Pere ese mismo año, las tropas portuguesas inflingen una humillante derrota al duque de Osuna, obligan a hacer efectivo el derribo para evitar que el enemigo pudiera emplear esta fortaleza a su favor, un trabajo con ciertos tintes de odisea y épica por la celeridad que obligaba la cercanía del batallón luso a los hombres que con apenas carros y caballos tuvieron que destruir el primer Fuerte de la Concepción.

El caprichoso destinó volvió a requerir los servicios de la fortaleza de Aldea del Obispo. Tras años de alojamiento ocasional de algunas tropas entre los avances y recesos de campañas de rapiña y castigo, en 1730 el Gobierno español vuelve a prestar atención a una infraestructura en un enclave privilegiado frente a la línea de fortificaciones portuguesas en la frontera, como Olivenza, Elvas, Almeida y Valença do Miño, de manera que se pudiera crear una línea paralela junto con Ciudad Rodrigo, San Felices de los Gallegos, Zamora, Carbajales, Fermoselle y Puebla de Sanabria. Cinco años después el proyecto comienza a convertirse en realidad gracias a Pedro Moreau, no sin duras vicisitudes que alargan las obras durante treinta años, con un coste de 1.638.962 reales de vellón.

Es en esta época cuando se moldea la estructura definitiva del Fuerte de la Concepción, capaz de acoger a dos mil soldados con víveres para cincuenta días y con una fachada principal de entrada por el conocido fortín de San José obra de Manuel de Larra Churriguera, autor de una parte de la Catedral de Salamanca. El recinto está levantado en torno a un patio de armas central de planta cuadrada en cuyas esquinas se alzan cuatro baluartes pentagonales, todo rodeado por una gran muralla en cuyos lienzos se erigen cuatro revellines también pentagonales, con un perímetro que consta de un gran foso rodeado por un camino cubierto. Hasta se construyen dos cisternas para acumular el agua de la lluvia debido a la escasez de abastecimiento en la zona.

Diversos conflictos en la Guerra de Sucesión y la posterior Guerra de la Independencia contra los franceses acontecen dentro de los muros de una fortaleza que también acogió bautizos en su capilla, un hospital, 58 cañones, cuatro obuses, cuatro morteros y dos pedreros. Hasta que en 1810, viendo que las tropas napoleónicas estaban presentes ya en Ciudad Rodrigo, Sir Arthur Wellesley, el duque de Wellington, el mismo que comandó hasta la victoria las tropas aliadas en la batalla de Arapiles y llegó hasta primer ministro británico, ordena la voladura parcial del Fuerte de la Concepción para que no pudiera ser aprovechado por los franceses.

Desde entonces, la fortaleza de Aldea del Obispo fue pasto del olvido, y nunca mejor dicho, porque las salas que fueron derribadas se utilizaron como establos para el ganado, y el patio de armas y los alrededores como zona de pastos. Tal vez este uso facilitó la conservación prácticamente intacta de un armónico y simétrico perímetro cuya total dimensión sólo puede apreciarse desde el aire. No obstante, también sirvió de cantera gratuita para los vecinos de la comarca de Argañán, un hecho que se repite en muchos castillos de la provincia de Salamanca cuando pasa su época de esplendor y sólo las ruinas son los habituales compañeros de estos testigos mudos de la historia con letras mayúsculas.

Hasta que un grupo empresarial decidió en 2006 comprar el fuerte y restaurarlo para reconvertirlo en establecimiento hotelero. Seis años después abría sus puertas como hotel de lujo, la única fortaleza militar estilo Vaubam acondicionada como tal en toda Europa. Aunque pertenece a manos privadas desde 1867, el acceso al Fuerte de la Concepción es libre, pues está incluido dentro de la Ruta de las Fortificaciones de Frontera y es Bien de Interés Cultural desde 1992, con maquetas y paneles que muestran de manera escrita y gráfica el devenir histórico de esta fortaleza y las costumbres de la época, con personajes como Julián Sánchez ‘El Charro’, el mariscal Massena o el general Crawford, ejecutor de la última demolición. Ya lo escribió un oficial británico que sirvió allí: “Nunca vi una fortificación más completa y perfecta a prueba de bombas. Estaba perfectamente dispuesto, resguardado y construido. El hábil ingeniero había calculado todo al detalle”. El tiempo le dio la razón.