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San Roque, el sanador de la peste en Macotera

17 agosto, 2018 09:18

Entre una agonizante despoblación, el mundo rural revive al llegar el verano gracias a las fiestas patronales. Las calles se llenan de jolgorio, las plazas de niños correteando y las aceras de mayores disfrutando por ver a su pueblo rejuvenecer. Cada municipio señala unos días en el calendario en honor a un santo o virgen. Patrones como San Roque el 16 de agosto, un ermitaño de origen francés que en el siglo XIV fue víctima de la peste, pero logró recuperarse de la enfermedad en el bosque gracias a los alimentos que le proporcionaba un perro sin rabo. Incluso la tradición oral fabricó una pieza folclórica para identificar a los judíos conversos, aquellos que no supieran pronunciar correctamente la frase "el perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado". La acción sanadora de San Roque traspasó fronteras y alcanzó el mito a través de relatos transmitidos de generación en generación, protagonizando milagrosos hechos. Así ocurrió en Macotera.

Cuenta la leyenda que a finales del siglo XIX este pueblo de la comarca peñarandina se vio sumido por la plaga de la peste. Por doquier asomaban afectados por la enfermedad. Las calles estaban en cuarentena y apenas había quienes osaban acercarse hasta allí por miedo a contagiarse y que el mal se extendiera por toda la provincia charra. Pocos eran los afortunados que sobrevivían impunes a las garras del mensajero de la muerte. Entre ellos, un joven grupo de pastores.

Como cada mañana, habían recogido los animales, pocos ya también como consecuencia de la peste, y los habían llevado a pastar, lejos del océano de lágrimas en que se había sumido Macotera. Lejos de la fúnebre melodía de los lamentos. Lejos de las solitarias calles del olvido. Allí, en mitad de la naturaleza, se sentían vivos de nuevo.

Pasado el mediodía, con el sol controlando todos sus dominios en su mayor esplendor, los pastores se cobijaron en una encina. Era tal el calor en aquellos días de agosto que la tierra pareciera evaporarse. Y apoyados ya sobre el tronco del árbol se encontraban cuando a lo lejos percibieron una silueta. No era posible. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a caminar a cielo abierto en tan infernales condiciones?, se preguntaron. Pero la respuesta se fue acercando poco a poco a ellos. Parecía un monje, con un harapiento hábito que mostraba las consecuencias de una larga caminata. En un principio los zagales dudaron si se trataría de una visión fruto del calor, pero no, a escasos metros se encontraba ya el peregrino de ellos cuando llamaron su atención.

El caminante alzó la vista y se acercó hasta los pastores. ¡Ande, buen hombre, descanse un rato a la sombra, que este sol derrite hasta las alas de los ángeles!, le vociferaron. El hombre respondía con una tenue sonrisa y les preguntó por la Vía de la Plata, pues su objetivo era alcanzar el Camino de Santiago, aunque tenía la sensación de haberse extraviado. En efecto, así se lo hicieron ver y le indicaron el camino correcto para alcanzar la senda, pero le advirtieron que rodease Macotera, pues estaba infestada de peste. Además, le entregaron una hogaza de pan y un trozo de queso para el camino, por si le invadía el hambre. Agua encontraría de sobre al llegar al Tormes. Agradecido por la generosidad, el peregrino continuó su camino.

Al caer la tarde, los pastores emprendieron el regreso al pueblo. Al irse acercando, quedaron extrañados. Ya no había rastro de los lamentos y alaridos. Tampoco de la fantasmal sensación de unas calles por las que ahora había un ingente trasiego de personas. ¿Qué estaba pasando? Y al momento aceleraron el paso, casi corriendo, para satisfacer su curiosidad. Al llegar, se encontraron a sus vecinos curados. Ni rastro de la peste. ¿Cómo era posible? ¿Qué había ocurrido durante aquellas horas en que los zagales permanecieron en el campo?

Tras varias pesquisas, una alborotada mujer les explicó que un peregrino había cruzado el pueblo repartiendo bendiciones. Al asomarse a puertas y ventanas para ver quién era, descubrieron que estaban sanos. Los pastores relataron entonces su encuentro con el monje y todos cayeron en la cuenta de que en realidad se trataba de San Roque, quien se había apiadado de su desgracia y había acudido en su auxilio. Los macoteranos comenzaron a brincar y bailar para celebrar el milagro. Cada 16 de agosto cientos de personas danzan durante horas alrededor de la imagen de San Roque en agradecimiento por su protección.