El concejal filósofo
Recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, en la noven acepción de la palabra política, que es la “actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Esa última parte puede aplicarse perfectamente a un concejal del Ayuntamiento de Salamanca cuyo proceder siempre se sale de lo habitual, que a nadie deja indiferente en los plenos de la Corporación municipal, donde esta semana volvió a ser protagonista, sobre todo por sus enfrentamientos dialécticos con Ganemos y Partido Socialista. Es Fernando Castaño, edil de Ciudadanos, el concejal filósofo.
Ya su currículum deja clara su peculiar personalidad, pues en lugar de enumerar una serie de logros y títulos, de trabajos y virtudes, relata su vida cual breve novela. Y su historia comienza en marzo de 1971 y creciendo en el colegio Maristas Champagnat, donde siempre quiso ser delegado de clase pero sólo recibió un voto. “Por eso ahora, cada vez que me encuentro a un conocido de la infancia saco pecho”, asegura. En 2015 accedió al Ayuntamiento de la capital charra como uno de los cuatro concejales de Ciudadanos, lista que recibió diez mil apoyos.
Antes de entrar de lleno en la política, se licenció en Derecho por la Universidad de Salamanca y quiso ser notario. Lo intentó hasta en Barcelona, pero terminó como gerente del Centro Comercial Los Cipreses entre 2009 y 2011. Dicen sus detractores que su gestión lo hundió, quienes lo conocen en cambio argumentan que consiguió mantenerlo a flote cuando el barco estaba repleto de agujeros. Fue una experiencia en contratación pública que le sirvió para, tras ser elegido concejal y formar parte del partido clave para formar gobierno, llegar a presidir la Comisión de Contratación, primera vez que una comisión municipal está presidida por un concejal de la oposición.
Durante sus casi cuatro años como un cargo público ha tenido sus más y sus menos con Ganemos y el PSOE, quienes le acusan de ser el decimotercer concejal del Partido Popular, su segundo portavoz, una muleta de la que se aprovecha el PP, en ocasiones arieta contra sus compañeros de oposición. Porque no es un edil que se trae el discurso aprendido de casa o se limita a leer unas líneas sobre el papel. Tampoco es de quienes navega entre el lenguaje políticamente correcto. Sus reflexiones, para bien o para mal, no dejan indiferente.
Y es que incluso ha publicado un libro, ‘El Martillo de los Tontos’, donde evoca la memoria de un libro formador de muchas épocas de feligreses, de literatura precisa y estilo atemporal, el ‘Maleum Malificarum (Martillo de las Brujas)’, y realiza un análisis catastrofista de la sociedad actual. Esa visión pesimista impregna a veces sus discursos y sus compañeros de partido temen en ocasiones los excesos verbales que pueda realizar. Pero, en otras ocasiones, torna en un optimista empedernido capaz de arrancar una sonrisa a sus rivales políticos.
Una improvisación dialéctica que contrasta con una de las principales aficiones de Fernando Castaño, el ajedrez, donde es crucial la estrategia, analizar al rival y adelantarse a sus movimientos, previendo todas las consecuencias de un simple movimiento de pieza. Y no se le da mal, pues llegó a ser campeón provincial en su juventud, con triunfos incluso en competiciones internacionales. Pero hasta en su pasión hay un rincón para la filosofía de la vida. “De lo que me queda del ajedrez es la enseñanza de la frustración, con la lección aprendida de que al final nunca se gana: porque escuece siempre más la derrota actual que la memoria de todas las victorias. Triunfar en la vida no es ganar, saber triunfar es levantarse”, asegura. Fernando Castaño, genio y figura. Del tablero de ajedrez, ¿cuál figura creen ustedes que sería?