Nunca pensé que la Democracia fuera esto, que si no aplaudes o piensas estorbas. Parece que vivimos tiempos de guerra, de comisarios políticos, en los que prima la lealtad con orejeras, es decir, la lealtad al amo. Se puede calificar una opinión como mejor o peor si está bien razonada y apoyada en evidencias independientemente de si nos gusta o estamos de acuerdo, los científicos lo suelen hacer constantemente. Se puede utilizar el fútbol, el sexo, u otro tema para hablar de conceptos más amplios pero tener que hacerlo constantemente es una ordinariez y un aburrimiento.
El mayor problema es que más allá de la demagogia y la tentación populista, existe una cosa que se llaman cifras, números, matemáticas, finanzas, mercados de deuda, tipos de interés, compromisos internacionales, cifras de competitividad, mercado de derivados, costes, presupuestos, etc. Cosas aburridas y con poco gracejo, pero indispensables para que funcionen las cosas. El problema está en que los ciudadanos de a pie no suelen tener mucha idea de la sala de máquinas de un Estado y menos de cómo funciona, y el político de la tribuna, sabiendo cómo funciona, calla la mitad y agita a las masas para que aplaudan su opera particular que enmascara la realidad.
Una gran mayoría de ciudadanos, como históricamente hemos visto, tiende a creer que el dinero brota del Estado como agua de manantial, y que al partido gobernante le gusta recortar porque es cachondo y “quieren acabar con todo” porque da un morbo especial. Lema de la profundidad intelectual de un charco, y que creen que vale lo mismo para un roto que para un descosido.
Es sabido de que el dinero de los contribuyentes debe o debería revertir en todos los contribuyentes. Eso es lo que debería suceder en todos los países democráticos del mundo. Lo que sí es patente es el pesimismo indignado ante una falta patente de soluciones a los problemas de la mayoría beneficiando a ciertas minorías y de liderazgo que se respira por todas partes y que, en verdad, va llevando a la separación entre clase política y los ciudadanos.
Los partidos nacionalistas nos muestran su malestar con los presupuestos como granujillas de mercadillo para chantajear al gobierno, y poder tapar sus vergüenzas. No ofrecen sus votos, los venden a costa de todos. Los ciudadanos, españoles todos como decían antaño, deberíamos ser capaces de cerrarles el negocio. Llevamos varias décadas atribuyendo a los nacionalistas más inteligencia que la que les cabe. Todos ganaríamos y tendríamos la esperanza de poder asistir al momento en que las mayorías gobiernen sobre las minorías chantajistas, es decir, a la verdadera democracia.