El oficio de sillero ambulante está prácticamente desaparecido, aquella imagen del sillitero, como se llamaba por La Ribera, con su haz de eneas, su serrucho que se tensaba la hoja, girando una cuerda con un palo, la cuña de madera para ajustar el material y cola para pegar la estructura de la misma, hace bastante tiempo que dejó de verse por los pueblos de nuestra querida España.
El sillero o sillitero, depende del lugar donde se hable, era otra de las figuras nómadas que recorría las calles cargado con el haz de enea, comúnmente llamada espadaña, colgando de uno de sus hombros, o podía también ser esparto, aunque no era muy habitual hacer trabajos con este material, que iba voceando: ¡El silleroooo. Se arreglan sillas, banquetas, mecedoras, hamacas, bancadas! Un oficio de auténtico artista. Daba gusto ver su habilidad y su gran paciencia con el pitillo en un lateral de boca como quemándole los labios. Aunque no es oficio totalmente desaparecido, sí es cierto que ya no se ven por las calles de nuestros pueblos cargando a lomos el pesado mazo del material y soltando una y otra vez su sencillo pregonar.
Era el grito de hombres humildes que sentados en el suelo no levantaban la cabeza para atender al cliente, según iban trabajando les respondían sin dejar su tarea. En líneas generales, el sillero trabajaba siempre en plena calle, sentado en el suelo, dando vueltas y revueltas -tris tras tris, tras tris tras, una vuelta y otra revuelta, era el sonido único del movimiento de las sillas para laborar la enea en lo que finalmente se convertía en el asiento, o bien el encolamiento de una de las juntas de la madera. “Echar la tapa” decían. Arreglar el asiento de enea o espadaña era un arte de filigranas que no todo el mundo sabía interpretar al realizar el trabajo pero al que todos los niños le teníamos atención.
Diferentes dibujos se podían hacer con la espadaña, podríamos decir que era a gusto del consumidor, bien en forma de triángulos, cuadrados, rombos, etcétera. Es verdad que salía más barato comprar una silla o mecedora de espadaña hecha en fábrica, pero era menos artística, menos laborada por hombres como los silleros que le daban “vida” por medio de esas curtidas manos.
La materia prima que se utilizaba únicamente era la enea o espadaña, un material que se ha utilizado desde antiguo para hacer o reparar las sillas, mecedoras, banquetas. Es una planta de hoja ancha, de una gran hierba que está enraizada bajo el agua, y que se encuentra en el margen más interior de la orilla de los cursos de aguas lentas.
La figura y el pregón eran habituales en nuestras calles, como tampoco en las casas faltaban las sillas, los sillones, las mecedoras de asiento de enea. Sobre todo esas sillas bajas, tan apreciadas por las mujeres para las labores.
El oficio
El oficio artesanal del sillero sólo necesita un haz de enea a sus espaldas y los útiles necesarios para rehacer los asientos de las sillas. El silleeeeero.. este es el grito característico del pregonar de Fidel, un hombre humilde que con muy poco utillaje paseaba por nuestras calles para ponerle el culo de asiento a las sillas viejas, o para arreglar y encolar los palillos que hacen de contrafuertes en la base de la misma.
Una amplia variedad de usos posibilitaba este oficio artesanal, había sillas bajas, para que las costureras pudieran realizar sus labores sobre las rodillas, para sentarse al resguardo del brasero, para compartir conversación con los vecinos en las noches de serano, e incluso eran heredadas de madres a hijas. Sillas normales para sentarse la familia a comer alrededor de la mesa. Sofá que se situaba en el centro del comedor. Y el sillón preferido del abuelo.
Con la época de los cambios de mobiliario, a finales de los sesenta, las sillas de eneas se tiraron o malvendieron para llenar las casas de tapizados en skay, desapareciendo también las hogareñas cómodas, plateros y chineros, que hoy -lo que son las cosas-, tienen un valor incalculable por sus diseños. Y también se demuestra con los años que este material es caliente en invierno y fresco en verano, “y nos damos cuenta tarde y ahora la echamos de menos”, nos reconoce el viejo Fidel, el sillero.